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Días después...

Más facturas "raras" siguen apareciendo en tu mesa. Llevas cinco de ellas, y todas con gastos exorbitantes. Y cada vez que las llevas al despacho de Johan, más distante se vuelve él.

"¿Qué está ocurriendo aquí?" Le miras detenidamente en busca de una señal, por pequeña que sea, y no ves nada. Johan no se inmuta cuando tú entras por la puerta con una factura bajo el brazo.

¿Por qué? Habla conmigo Johan. Por favor.

Entonces, antes que tú puedas preguntarle nada o indagar siquiera, él levanta la vista con el ceño fruncido y mirada impasible. Como si tú estuvieras malgastando el tiempo en algo que no te incumbe.

Más días son tachados del calendario, y tu sonrisa ya no se mantiene en el rostro. En los descansos, Encarna te pregunta si pasa algo. Ella habla sobre dar palizas a la bestia si acaso se está portando mal contigo. Y a ti no te quedan energía suficiente para reírse de sus bromas.

La gota que colma el vaso ocurre luego, cuando ya son más de las seis de la tarde y todos se han ido menos tú. Que, como una tonta, sigues haciendo horas extras para tenerlo todo listo antes de la última quincena del mes. Te duele la cabeza y estás agobiada por infinidad de cosas, y muchas de ellas, fuera de tu alcance.

Entonces, las puertas del ascensor se abren, y Johan sale de dentro. Él pasa en frente de tu mesa con la mirada en blanco y la ropa desaliñada. Tiene las mejillas rosadas y camina perezosamente, como un felino que recién viene de un banquete digno de los dioses.

¿Cómo se atreve él? La rabia que sientes es tanta, que una vez Johan se mete dentro del despacho, tú le sigues el rastro.

Eso no puede seguir así. Basta ya.

—Señor Phelps, ¿Tienes un momento? —Tu cortesía es forzosa.

Dios, si ni siquiera deberías de estar aquí a esta hora.

Johan te mira sorprendido una vez se sienta con la gabardina aun puesta. Hoy lleva la de color azul marino. Y no parece molestarle que la esté arrugando mientras se pone cómodo en el asiento, apoyando la cabeza en el respaldo de la silla. Su pelo se abulta detrás, realzándole el rostro, haciéndolo verse inocente a los ojos de los demás. Sus manos terminan apoyadas en los dos brazos del asiento, con los dedos entrelazados en su regazo. Mirada perdida.

La viva imagen de alguien que no le importa nada.

—¿Ahora qué es? ¿Otra factura más? —El tono burlón en su voz te hace cerrar las manos en puños.

Entiendes que Johan ha pasado por algo terrible y que ha perdido a alguien irremplazable en su vida. Pero eso no es excusa para comportarte de esta manera con sus empleados. Sobre contigo.

—Señor Phelps, yo no puedo hacerlo todo sola, y lo sabes. —Empiezas flojo —He sido paciente, pero tenemos muchos proyectos en activo y solo estoy yo para preparar todo el papeleo.

—No necesito de un nuevo empleado.

—YO SÍ. —Debería de sorprenderte tu réplica, pero no. Estás cansada y agobiada. Johan ya te ha quitado suficiente.

Sus ojos castaños claros se iluminan con fiereza por instantes y sus cejas suben. Vaya, por lo menos te está escuchando.

—Contrataré a más secretarias cuando YO vea necesario. —Te fulmina amenazadoramente. —¿Ha quedado claro?

—Sí. Pero te aconsejo que lo hagas pronto señor Phelps. —Le sonríes sin ánimo. —Y cuando lo hagas, más te vale ser honesto con la que venga. Porque yo estoy a ciegas aquí, señor. Y eso, es perjudicial para la empresa.

BOSS (Novela interactiva)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora