-2.b.2 -

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Querías decir señor Phelps, pero en cambio pronunciaste su nombre. El mismo que él te prohibió hacerlo hace medio año. Quizá se deba al cansancio lo que te hizo pasar esto por alto. O simplemente rencor.

El silencio que sigue te provoca un doloroso nudo en la garganta. Así que respiras, tragas saliva y te das la vuelta para encararlo. Disculparte por haber dicho su nombre sin su consentimiento, y pedirle que se eche a un lado. Que te deje ir de una vez por todas.

Sin embargo, no oyes gruñidos de desaprobación o regaños de él. Si no que sientes humedad en tus labios y un olor a champú genérico que llega de sopetón a tu nariz. La humedad juguetea con los bordes donde empiezan y acaban tu boca. Como probando las aguas. Viendo si rehúyes o no.

Solo cuando tú abres la boca y algo se adentra en ella es que te das cuenta de que la humedad viene de una lengua. La misma que ahora merodea el cielo de tu boca y hace que te palpite el corazón a mil por hora. Tus ojos abren como platos, y tus manos le agarran la gabardina tan pronto como los dedos de Johan descansan en tú nunca y te acerca más a él.

La frialdad en su mano te produce temblores desafortunados. Y su lengua se enrosca en la tuya, y Johan, tan cruel, la succiona como si fuese el mejor de los manjares a su disposición.

Con una fuerza de voluntad que no creías tener, le empujas el pecho, la gabardina aferrada en tus manos, mientras mueves la cabeza para separarse de él unos centímetros.

—¡Pero qué estas...! —Su boca intercepta la tuya otra vez, prohibiéndote seguir. Santísimo cielo, incluso te olvidas siquiera de porque necesitas hablar de todas maneras.

Y en algún momento, uno no muy lejano, te rindes ante él. Los besos ya no son lujuriosos, sino que hambrientos. Las ansias de tocar y ser tocada te nublan el juicio. Y que bien sienta ser abrazada por él. Todo lo demás es historia.

Una que no te olvidarás tan pronto. No mientras vivas.

Sin embargo, cuando el deseo se consumió por fin, la razón hizo acto de presencia para machacarte a ti y a él por igual.

El olor a desinfectante industrial te viene de golpe, y el frío del aire acondicionado te hace desear arroparte entera. Las manos de Johan se alejan de tu piel y su pelo ya no hace cosquillas en la palma de tu mano. En su rostro pasan infinidad de expresiones hasta quedarse con una particular: Remordimiento.

Él ladea la cabeza de un lado a otro mientras se rasca la barbilla con la mano derecha. Tanto tu mirada como la de él acaban en el mismo sitio. En el jarrón que Helena usaba para ubicar las plantas que ella traía para él.

Duele...Duele...Duele...

Lo último que recuerdas antes de irte de allí en completo silencio, es la espalda de Johan encorvada mientras camina hasta su sillón.

La escena te pareció demasiado a aquel día en el cementerio, con él mirando hacia abajo, al ataúd de Helena, mientras su pelo ondeaba contra viento. Diciendo aquellas palabras tan dañinas... como una promesa.

"Todo es por mi culpa." Te metes en el ascensor y sientes un peso insoportable en el pecho, las lágrimas no tardan en hacer acto de presencia. "Debería haberme alejado. Debería haberlo empujado."

Te repites una y otra vez. Pero ahora es demasiado tarde. Johan se arrepiente de ello, y te duele ser la culpable por ese remordimiento. Al infierno todo lo demás.

Para Johan solo existe Helena en su mundo. Y ahora... Tú has mancillado el único lugar donde él puede recordarla en paz.

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BOSS (Novela interactiva)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora