Capítulo 11

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Me cubro el rostro con las sábanas cuando los primeros rayos del sol comienzan a colarse por el ventanal

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Me cubro el rostro con las sábanas cuando los primeros rayos del sol comienzan a colarse por el ventanal. Huelen a ella. A perfume caro y deseo mal resuelto. La voz a mi costado murmura con desgano un par de quejas, apenas audibles, como si estuviera tan cansada como yo de esta rutina disfrazada de pasión.

-Bien, es hora de irme -anuncia mientras se incorpora, tirando de las sábanas para cubrirse.

-Solo para aclarar, no te estoy corriendo -le digo, en un intento torpe de parecer menos patético de lo que me siento.

Es cuidadosa con lo nuestro. Se empeña en mantener el secreto, como si llamarlo por su nombre lo hiciera más real de lo que debe ser.

-Laurence, sabes que es parte de esto. Pasar la noche, despertar y seguir como si nada.

Sus movimientos son casi coreografiados. Ya vamos por el tercer encuentro en una semana, y cada uno es más mecánico que el anterior. Ella se pone el vestido negro que había dejado caer anoche, toma sus tacones de suela roja con gracia, y su cabello en ese perfecto desorden parece un recordatorio cruel de lo mucho que me gusta lo que no puedo tener.

-No lo tomes personal. Me agradas -dice con la misma naturalidad con la que Carmen solía apartarse de mí después de un beso que no se permitía sentir.

Mi mente hace una pausa en su frase. Me recuerda tanto a ella... a Carmen.

-Pierde cuidado. Creo que debería acostumbrarme a esto -respondo con un suspiro resignado. Una mueca se forma en su rostro, pero no dice nada más.

-Es sencillo saber lo que somos, Laurence. Solo un par que extrañan a alguien más.

Y lo dice tan segura, tan seca, que no me deja opción. La dejo ir sin detenerla. Solo observo cómo su silueta desaparece por el pasillo, igual que mi dignidad.

Me levanto con una pulsada constante en la cabeza y una resaca emocional que me abruma más que el alcohol. Leslie me da noches increíbles, sí... pero las mañanas son el verdadero castigo. Porque es en esas mañanas donde recuerdo a Carmen. Y ahí es cuando me jode todo.

Me doy una larga ducha, esperando que el agua se lleve algo más que el sudor de una noche repetida. Pero los ojos de Carmen vuelven a mí. Siempre lo hacen. Su sonrisa burlona, su voz que no era suya del todo, y esa forma en la que me miraba cuando creía que no la veía. Me provoca. Me afecta. Me destruye.

Quisiera detenerme, empezar de nuevo con ella, borrar todo. Pero no se puede construir sobre un terreno donde lo único que hicimos fue escapar. No es que no quiera estar con ella... es que no sé si ella quiera estar conmigo. Y eso es peor.

Es fácil fingir que no me importa. Me educaron para eso. Para mantener la compostura, para ser un hombre que no muestra el alma. Pero con Carmen, se me olvida el guion. Y eso me asusta.

Lo que tenemos... lo que tuvimos... no tiene nombre. Pero tiene historia. Una historia que se repite, disfrazada de otros labios, otras camas, otras risas. "Usamos a otros para olvidarnos", sería la frase perfecta. Triste, pero precisa.

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