Jean.
Lo único que tenía frente a mí era un trozo de tela rojo intenso, las luces de una ciudad inmensa y un cristal que marcaba el antes y el después de haber dejado nuestro hogar.
Llevábamos dos días ocupando habitaciones de hotel. Dos días en los que parecíamos fugitivos, criminales que pronto tendrían la sentencia a terminar la vida tras las rejas y no me agradaba: echar de menos algo que apenas podía concebirse mío, no me agradaba. Pero, carajo, lo extrañaba. Extrañaba llegar y sentir la calma. Echaba de menos cenar con ambas y luego irme a la cama. Añoraba hablar con Mack sobre nuestro día y quedarme dormido percibiendo el aroma impregnado en su rubio cabello. Extrañaba los adornos, las fotografías y cada centímetro de nuestra casa, porque pese a que no fuese completamente mía, la sentía de modo contrario. Aquellas paredes contenían mis mejores recuerdos, allí dentro había construido tanto… Temía abandonarlo.
Suspiré y me alejé del ventanal. La noche había llegado horas atrás, ahora la oscuridad servía para camuflar casi todo, por ejemplo: un rostro atiborrado de cansancio y manchas oscuras bajo los párpados. El insomnio pesaba. Maldita sea, me pesaba demasiado, aun así, debía aguantar un poquito más. En dos o cuatro días tendríamos los boletos para marcharnos. Odiaba recurrir a estupideces ilegítimas, pero la situación lo exigía, necesitaba sacarnos de Montreal cuanto antes fuera posible y para ello estaba él…, y el pasado que arrastraba junto a ella.
Últimamente, sentía que lo hacía todo mal. Absolutamente, todo salía del modo contrario al que buscaba que saliese y sabía… Sabía que tarde o temprano cada acción me perjudicaría, pero… No así, no con mi familia, con lo que había logrado construir en cinco años. No con lo único bueno que había conseguido sin adjudicar demasiado esfuerzo.
—Vas a provocar que te sangre la nariz —su timbre somnoliento sonó en la penumbra habitación.
Quise reírme de su comentario serio, casi advertido, pero no lo hice. Aquello no pasaba hacía años. La última vez había ocurrido en nuestra quinta cita: una noche intensa en estrés y suficiente adrenalina para correr.
—No quise despertarte —dije sincero.
Sacarla inesperadamente de su descanso y sueños no me ilusionaba como en días anteriores. Tal vez porque una parte de mí entendía que distraerla y distraerme con deseo podía llegar a perjudicarnos mucho más de lo que llegaríamos a disfrutar un momento a solas. Sí, echaba de menos apretar su culo mientras follábamos en cualquier rincón de nuestra habitación, pero no podía. Simplemente, no podía imaginar arriesgar la seguridad por placer.
—Jean —encendió el velador junto a la cama. Me observó diferente, con pena y una culpa que sentí absurda—. Esto es estúpido, ¿sabes? Que no duermas no te ayudará en nada.
—Ayuda a protegerte, cariño —torcí el gesto. Hacerme a la idea de abandonar la vigilancia en la ventana costaba mucho más de lo que me pesaba el sueño.
—No necesitas hacerlo… No tienes…
—Sí, tengo que hacerlo —la corté, y me acerqué al pequeño hueco en la cama junto a sus piernas—. Serán unas noches, estaré bien. Estoy bien —acaricié su mejilla y me alejé.
Me esforcé en hacerlo porque a su lado todo era calidez, todo parecía permanecer en calma y no necesitaba aquello. Debía mantenerme despierto.
—Parezco repelente —murmuró, apenas fue un hilo. Sin embargo, logré oírla. La claridad de esas dos palabras entraron a mi sentido y golpearon mi cerebro con firmeza: un puñetazo habría dolido menos que la inseguridad en su voz.
—Mack…
Intenté detenerla, tal vez convencerla de que no era así. En ese momento quería hacerle saber que llevaba deseando terminar lo que habíamos iniciado a juego hacía unas mañanas atrás, pero no. No pude porque no lo permitió, porque ante su perspectiva todo lo que llevaba haciendo era rechazarla, evitar tocarla cuando los dedos me picaban. Para Mack me había convertido en un puto pedazo de hielo que la esquivaba, cuando mi único deseo era acabar con la mierda que nos perseguía, arrancarle la ropa a tirones, enterrarme en ella y…
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Las garras del miedo
Mystery / ThrillerUna tragedia inevitable, un recuerdo atroz y un temor letal son algunos de los fantasmas que día a día han perturbado la tranquilidad de Mack. Cinco años han pasado desde aquella noche, cinco años intentando demostrar su inocencia. Y cuatro años viv...