Abril, 2012
El sujeto frente a mí tenía una cicatriz que abarcaba desde la comisura izquierda de su labio hasta la cima del pómulo. Tenía el cabello oscuro, rapado a los lados, con dos líneas que se degradaban y una mirada fosca, vacía. Vestía un traje de etiqueta oscura, de esos que mi padre solía ponerse cuando una reunión importante surgía. Y resultaba el ser más silencioso con el que me había encontrado hasta la fecha. Su aura manaba algo perverso, tal vez por su mandíbula afilada o el tenso silencio instalado en el coche.
Desconocía su nombre, pues al intentar descubrirlo gestionando preguntas, el hombre tras el volante solo replicó que sería mi chófer. Nada más. Solo eso y un demandante «Sube» al abrir una de las puertas traseras del vehículo plateado en que nos trasladábamos. No faltaba demasiado para llegar a la entrada de mi hogar, unos quince minutos más de mutismo y asomaría a visualizar el jardín delantero que mi madre se esforzaba en mimar.
Llevaba observando la cicatriz surcando y manchando la amabilidad que alguna vez debió existir en un rostro que ahora se percibía implacable y hostil. Desde el comienzo, cuando se montó en el asiento de conductor, mantuvo los labios apretados en una línea rígida, la mirada vacía en el camino y apenas generaba movimientos con las manos, solo se limitaba a mover la derecha para realizar los cambios de velocidad. Pero nada más. Sus pestañas poco se notaban y la diminuta estrella tatuada detrás de la oreja resaltaba porque su piel resultaba ser demasiado nívea, casi translúcida como un papel de calcado.
—Deja de mirarla —demandó.
Alcé la mirada descubriendo así que sus ojos castaño claro me observaban a través del espejo a centímetros de su frente. Sofoqué todo ruido, bajé la cabeza oyendo un resoplido.
—Entre más lo hagas, más asco te dará. Hazme caso, no la mires —pidió incentivándome a formar un cabizbajo asentimiento—. Soy Jonathan. Supongo que aún no has oído hablar mucho de mí, pero soy cercano a tu padre —comentó, enfocado en avanzar despacio detrás de otro coche.
—Jonathan —repetí bajo, tanto como para evitar que él oyera.
Era extraño. Nunca oía hablar a mi padre de sus amigos. No obstante, los tenía. Sabía que los tenía porque ningún hombre como él nunca se hallaría demasiado lejos de la sociedad, su mismo empleo y familia lo privaban de cualquier atisbo de soledad.
La curiosidad me picó haciéndome formar dos incógnitas internas. «¿Cómo lo conociste?» Y la más quisquillosa de ambas; «¿cuál es el origen del surco en tu rostro?» Mas no pregunté. Entrometerme me supo a mala idea. A tal vez provocar que el coche se detuviera a mitad de la carretera y seguido de ello la infortuna petición de mi descenso. No deseaba seguir haciendo enfadar a nadie, quería regresar a casa y pese a estar cerca me rehusaba a bajar del coche.
—Alejandra, ¿cierto? —inquirió de golpe, quebrando el denso silencio. Asentí deslizándome en el asiento, quedando en medio—. ¿Sabes quién es el chico que te atendió? —me observó por el cristal, apenas alzando la barbilla y de un modo que él inspiraba estar percibiendo desconfianza.
—No —dudé en replicar con sinceridad, no obstante cualquier mentira sería desvalida—. Nunca lo había visto… —espeté virando la vista hacia el exterior.
—Confiaré en que puedes guardar un secreto. No le digas a nadie que lo viste. ¿Puedo confiar en que harás eso?
Repliqué el monosílabo que él necesitaba oír y me acerqué al cristal tras el asiento del copiloto. Allí estaba, mi jardín, la puerta de madera de mi hogar estaba a metros. Sentí la ansiedad arremolinándose en mi estómago, la sensación de nuevamente tocar suelo seguro se convirtió en felicidad. Los ojos se me enrojecieron. Quise bajar mucho antes de que el coche aparcase, pero su voz, esa que sonaba dura y al mismo tiempo con tintes de dulzura, me lo prohibió haciendo la advertencia obvia del continuo movimiento.
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Las garras del miedo
Mystery / ThrillerUna tragedia inevitable, un recuerdo atroz y un temor letal son algunos de los fantasmas que día a día han perturbado la tranquilidad de Mack. Cinco años han pasado desde aquella noche, cinco años intentando demostrar su inocencia. Y cuatro años viv...