Introducción

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Ontario, Canadá
Diciembre 06, 2014
 
La oscuridad del parque lo ocultaba de los coches que transitaban por las alejadas y tranquilas calles del lugar, así mismo también contribuía a pasar desapercibido ante la atenta mirada del hombre encargado de preservar el orden y cuidado del sitio.

Horas atrás había asaltado la entrada a conciencia de estar quebrando la normativa del pueblo. Pero fue su desespero por hallar un atisbo de paz quien saltó la valla junto a la cabina situada a un lado de la entrada y se escabulló hasta su santuario utilizando los arbustos que adornaban gentilmente el área para ocultarse del guardia.

La calma se reflejaba en su rostro como los destellos de la luna en sus oscuros orbes. Estaba lejos de casa, eso era lo único que importaba, era lo único que valoraba antes de que el huracán arrasara y se llevara la poca bondad conservada en su interior.

~∞~

El silencio que había estado disfrutando desde su llegada fue irrumpido tras la tenue vibración en el bolsillo delantero de sus vaqueros gastados. Su móvil repicó varias veces, no obstante, omitió todo interés de saber quién lo contactaba hasta que un tintineo y resplandor elevado consiguió atraerlo casi de inmediato. Raudo y volteando a los lados con el temor de haber sido descubierto por el guardia del parque, estiró su pierna y elevó ligeramente la cadera para sustraer el teléfono móvil de sus ajustados pantalones. 

Suspiró con alivio al notar que seguía estando solo, sin embargo, aquella sensación decayó al nuevamente encender la pantalla y descubrir el mensaje bajo el remitente menos deseado.

Lance: No te muevas, estoy llegando.

Deseo poder arrojar el móvil en algún cesto e irse antes de ser arribado por el remitente, sin embargo, decidió responder un borde y tajante «Bien». Tenía escape, pero aquello sería en vano: tarde o temprano el propietario del mensaje terminaría hallándolo, fuera donde fuera siempre hallaba el modo de localizarlo.

Escasos minutos transcurrieron para que un hombre de algunos años ocupara el solitario banco ubicado a unos pasos donde el chico se encontraba sentado y contemplando la hermosura de la noche. Evitó voltear, pues con nada más sentir el fuerte olor a colonia apropiándose de la pureza del aire podía reconocer de quién se trataba.

—Jean… —pronunció el hombre, intentando captar la atención del chico.

Se removió incómodo. La pronunciación de su nombre viniendo de aquel sujeto le supo amarga, con un tono desesperado que sintió frágil, falso.

—Solo te pedí que no interfieras en mi carrera. Te rogué para que me dejaras hacer esto por mi cuenta, ¿y qué fue lo que hiciste? —inquirió, volteando el rostro en un intento por vislumbrar las expresiones del hombre—. Meterte, actuar a mis espaldas y no dejarme otra maldita opción más que aceptar lo tú has decidido por mí, sin pedírmelo antes, sin siquiera pensar lo que yo sentiría.

—Necesito un hombre de confianza y ese eres tú. No puedo fiarme de nadie, excepto de ti. Entiéndeme…

—¿Y quién me entiende a mí? —irrumpió con reproche—. Además, ya no me es importante tu confianza. ¿Qué sentido tiene que confíes en mí si yo no puedo confiar en ti, eh? Dime, ¿qué maldito sentido tendría confiar en alguien que solo ve por sus propios intereses? —apretó las manos, dejando que la pantalla del móvil iluminará su rostro enfadado—. No debiste buscarme, Lance.

Las garras del miedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora