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—¿Por qué no te gusta que te toquen? Si eres muy guapa y tienes un cuerpo precioso—pregunta con voz dulce y suave.

—Porque no. —La beso en la frente para distraerla y desviar la
conversación—. Así que ese e-mail era lo que tú llamas una broma.

Sonríe a modo de disculpa y se encoge de hombros, como si no hubiese hecho nada.

—Ya veo. Entonces todavía estás planteándote mi proposición…

—Tu proposición indecente… Sí, me la estoy planteando.

Joder, pues menos mal.

El trato todavía está en juego. Mi alivio es tan palpable que casi puedo tocarlo.

—Pero tengo cosas que comentar, lo he estado estudiando a fondo y hay cosas que me... Eh... ¿Me dejan aterrada? Podría ser—añade.

—Me decepcionarías si no tuvieras cosas que comentar.

—Iba a mandártelas por correo, pero me has interrumpido.

—Coitus interruptus, lo normal.

—¿Lo ves?, sabía que tenías algo de sentido del humor escondido por
ahí.

Sus ojos se iluminan de alegría y su vista bajó a mis labios.

—No es tan divertido, Mónica. He pensado que estabas diciéndome
que no, que ni siquiera querías comentarlo.

—Todavía no lo sé. No he decidido nada. ¿Vas a ponerme un collar?

Su pregunta me sorprende. ¿Un collar?

—Has estado investigando. No lo sé, Mónica. Nunca le he puesto un
collar a nadie. Si quieres que te ponga algo podría...— no me dejó terminar.

—¿A ti te han puesto un collar? —pregunta.

—Sí.

—¿La señora Robinson?

—¡La señora Robinson! —Se me escapa una carcajada—. Le diré cómo la llamas. Le encantará.

—¿Sigues en contacto con ella? —Su voz aguda delata su sorpresa e
indignación.

—Sí.

¿Por qué se lo toma de esa manera?

—Ya veo —contesta, cortante. ¿Está enfadada? ¿Por qué? No lo
entiendo—. Así que tienes a alguien con quien comentar tu alternativo
estilo de vida, pero yo no puedo.

Está cabreada, y sin embargo, una vez más, consigue ponerme en
evidencia.

—Creo que nunca había pensado en ello desde ese punto de vista. La señora Robinson formaba parte de este estilo de vida. Te dije que ahora es una buena amiga. Si quieres, puedo presentarte a una de mis ex sumisas. Podrías hablar con ella.

—¿Esto es lo que tú llamas una broma? —exige saber.

—No, Mónica.

Me sorprende su tono vehemente, y niego con la cabeza para
reafirmarme en mi respuesta. Es habitual que una sumisa consulte con las sumisas anteriores para asegurarse de que su nueva ama sabe lo que se hace. Pero ella no lo necesita, yo sé perfectamente lo que hago.

—No… me las arreglaré yo sola, muchas gracias —asegura, y alarga la mano para tirar de la colcha y el edredón y subírselos hasta la barbilla.

¿Cómo? ¿Se ha molestado?

—Mónica, no… No quería ofenderte.

—No estoy ofendida. Estoy consternada.

—¿Consternada?

—No quiero hablar con ninguna ex novia tuya… o esclava… o
sumisa… como las llames.

Oh.

—Mónica carrillo, ¿estás celosa?

Si parezco desconcertada es porque realmente lo estoy. Se pone
colorada como un tomate y entonces sé que he dado en el clavo. ¿Por qué coño está celosa?

Cariño, tenía una vida propia antes de conocerte.
Una vida muy activa. Demasiado activa.

—¿Vas a quedarte? —quiere saber.

¿Qué? Por supuesto que no.

—Mañana a primera hora tengo una reunión. Además, ya te dije que no duermo con mis novias, o esclavas, o sumisas, ni con nadie. El viernes y el sábado fueron una excepción. No volverá a pasar.

Aprieta los labios y adopta ese gesto terco característico.

—Bueno, estoy cansada —dice.

Mierda.

—¿Estás echándome?

No es así como se supone que va la cosa. La que manda debería ser yo. ¿Me estoy dejando dominar?

—Sí.

Pero ¿qué narices…?

La señorita carrillo ha vuelto a desarmarme.

—Bueno, otra novedad —murmuro.

Me están echando. No puedo creerlo. Aunque intento no sonreír.

—¿No quieres que comentemos nada?... Sobre el contrato —pregunto
buscando cualquier excusa para prolongar la visita y quedarme un tiempo más con ella.

—No —contesta con un gruñido.

Su malhumor me resulta irritante, y, si de verdad fuera mía, no se lo toleraría.

—Ay, cuánto me gustaría tenerte en mi cuarto con algunas cosas especiales para ti. Te sentirías mucho mejor, y yo también —le aseguro.

—No puedes decir esas cosas… Todavía no he firmado nada.

Me lanza una mirada desafiante.

Ay, nena, yo creo que puedo decirlo, lo que no puedo es hacerlo. Al menos hasta que me dejes.

—Pero soñar es humano, Mónica. ¿Hasta el miércoles?

El trato sigue interesándome y demasiado aunque me he topado con la chica más difícil. La beso fugazmente en los labios.

—Hasta el miércoles —accede.

Vuelvo a sentir un gran alivio, al menos esta dispuesta.

—Espera, salgo contigo —añade, ya en un tono más suave—. Dame un
minuto. —Me empuja para que me levante de la cama, y se pone la
camiseta—. Pásame los pantalones de chándal, por favor —me ordena,
señalándolos.

Uau. La señorita carrillo también sabe mandar.

—Sí, señorita —bromeo, consciente de que no captará la alusión.

Sin embargo, entorna los ojos. Sabe que estoy burlándome de ella, pero
no dice nada y se pone los pantalones.

Divertida  en parte ante la perspectiva de que ella decida sacarme de su casa, la sigo por el salón hasta la puerta de la entrada.

¿Cuándo fue la última vez que me ocurrió algo así?

Nunca.

Abre la puerta, pero no deja de mirarse las manos.

¿Qué ocurre aquí? ¿Qué debo decir? ¿Debo besarla mientras la apoyo en la pared de casa como en las novelas románticas?

—¿Estás bien? —le pregunto acariciándole la barbilla con el pulgar.

Tal vez no quiere que me vaya… o quizá no ve el momento de
perderme de vista.

—Sí —contesta con voz apagada.

No sé si creerle.

50 sombras de Martín (v) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora