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—¿Qué? ¿Y no pueden ir mamá o papá?

—No. Mamá me ha llamado esta mañana.

—Entonces supongo que no hay nada más que hablar. No me llegaste a
contar cómo te fue con Mónica ¿Al final conseguiste tir…?

—Adiós, Francis.

Cuelgo el teléfono. No es asunto suyo y me espera un e-mail.

De: Mónica Carrillo
Para: Vanesa Martin
Asunto: sé conducir

Señorita:
Tengo coche y sé conducir.
Preferiría que quedáramos en otro sitio.
¿Dónde nos encontramos?
¿En su hotel a las siete?

Moni

¡Qué cansina es esta chica! Le contesto inmediatamente.

De: Vanesa Martín
Para: Mónica Carrillo
Asunto: Jovencitas testarudas

Querida señorita carrillo:
¿Cree que será capaz de hacer lo que se le diga?

VM

Tarda en responder, lo que no contribuye precisamente a mejorar mi
humor.

De: Mónica Carrillo
Para: Vanesa Martín
Asunto: mujeres guapas pero intratables

Señorita Martín:
Preferiría conducir.
Por favor.

Moni.

¿Intratable? ¿Yo? Joder… Si nuestro encuentro sale según lo previsto,
su comportamiento rebelde será cosa del pasado. Teniendo eso muy
presente, accedo a sus deseos.

De: Vanesa Martín
Para: Mónica Carrillo
Asunto: mujeres exasperadas

Muy bien.
En mi hotel a las siete.
odio esperar.

VM

De: Mónica Carrillo
Para: Vanesa Martín
Asunto: mujeres no tan intratables pero muy guapas

Gracias.
Besos.

Moni

Y me veo recompensada con un beso. Haciendo caso omiso de los
sentimientos que despierta eso en mí, le respondo diciendo que no hay de
qué. Estoy de mucho mejor humor cuando me dirijo al gimnasio del hotel.

Me ha enviado un beso…

                              ***********

Pido una copa de Sancerre y me quedo en la barra. Llevo todo el día esperando este momento y no dejo de mirar el reloj. Me siento como si esto fuera una primera cita, y en cierto modo lo es. Nunca había llevado a cenar a una candidata a sumisa. Hoy he mantenido reuniones
interminables, comprado una empresa y despedido a tres personas. Y nada
de lo que he hecho, ni siquiera correr —dos veces— y un circuito rápido
en el gimnasio, ha disipado la ansiedad con la que llevo batallando todo el
día. Ese poder está en manos de Mónica. Quiero que sea mi
sumisa.
Espero que no llegue tarde. Lanzo una mirada a la entrada del bar… y
se me seca la boca. Ella está en el umbral, de pie, y por un segundo no la
reconozco. Está deslumbrante: el cabello le cae en suaves ondas hasta el
pecho por un lado, y por el otro lo lleva recogido hacia atrás, lo que
permite admirar el perfil delicado de su mandíbula y la sutil curva de su
esbelto cuello. Lleva tacones altos y un vestido ceñido de color morado
que realza su figura, ágil y seductora.

Me adelanto para recibirla.

—Estás impresionante —susurro, y la beso en la mejilla. Cierro los ojos y saboreo su aroma, cautivador—. Un vestido, señorita Carrillo. Me parece muy bien. —Unos diamantes en las orejas completarían el
conjunto; tengo que comprarle un par.

La cojo de la mano y la llevo hasta un reservado.

—¿Qué quieres tomar?

Me agradece la pregunta con una sonrisa cómplice mientras se sienta.

—Tomaré lo mismo que tú, gracias.

Ah, está aprendiendo. Me gusta.

—Otra copa de Sancerre —le digo al camarero, y me siento en el
reservado, frente a ella—. Tienen una bodega excelente —añado, y me
tomo un momento para admirarla.

Se ha maquillado un poco; recuerdo que pensé que era una mujer
corriente cuando se cayó en mi despacho. Es todo menos corriente. Con
algo de maquillaje y la ropa adecuada, es una diosa.

Se remueve en su asiento y pestañea.

—¿Estás nerviosa? —pregunto.

—Sí.

Allá vamos, Vane.

Me inclino hacia delante y, en un cándido murmullo, le digo que yo
también estoy nerviosa. Ella me mira como si me hubiesen salido tres
cabezas.

Sí, yo también soy humana, nena… nada más.

El camarero deja entre ambas el vino de Mónica y dos platitos con frutos
secos y aceitunas.
Mónica yergue la espalda, señal de que quiere ir al grano, como cuando fue
a entrevistarme.

—¿Cómo lo hacemos? ¿Revisamos mis puntos uno por uno? —
pregunta.

—Siempre tan impaciente, señorita Carrillo.

—Bueno, puedo preguntarte por el tiempo —replica.

Hazla sufrir un rato, Martín.

Sin dejar de mirarla a los ojos, me llevo una aceituna a la boca y me
chupo el dedo índice. Sus ojos se abren y se oscurecen aún más.

—Creo que el tiempo hoy no ha tenido nada de especial. —Pruebo con
la frivolidad.

—¿Está riéndose de mí, señorita Martín?

—Sí, señorita Carrillo.

Frunce los labios para reprimir una sonrisa.

—¿Sabes que ese contrato no tiene ningún valor legal?

—Soy perfectamente consciente.

—¿Pensabas decírmelo en algún momento?

¿Qué? No creía que tuviera que hacerlo… y ya lo has averiguado tú
sola.

—¿Crees que estoy coaccionándote para que hagas algo que no quieres
hacer, y que además pretendo tener algún derecho legal sobre ti?

—Bueno, sí.

Vaya…

50 sombras de Martín (v) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora