50 sombras de Martín (v)

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Sonríe. Y me contagia su sonrisa.

—En taza. Felicidades por tu graduación, bonita.

—Gracias. —Se lleva la taza a los labios y toma un sorbo rápido—.
¿Repasamos los límites tolerables?

—Siempre tan impaciente.

La cojo de la mano, la llevo al sofá (uno de los únicos muebles que
quedan en el salón) y nos sentamos, rodeadas de cajas, esta vez si quito mi chaqueta y la dejo a mi lado.

—Tu padrastro es un hombre muy taciturno.

—Lo tienes comiendo de tu mano.

Me río brevemente.

A ti te tendré muy pronto en el mismo lugar. Tiempo al tiempo.

—Solo porque sé pescar.

—¿Cómo sabías que le gusta pescar?

—Me lo dijiste tú. Cuando fuimos a tomar un café.

—¿Ah, sí? —Bebe otro sorbo y cierra los ojos paladeando el sabor. Luego los abre y pregunta—: ¿Probaste el vino de la recepción?

—Sí. Estaba asqueroso. —Hago una mueca.

—Pensé en ti cuando lo probé. ¿Cómo es que sabes tanto de vinos?

—No sé tanto, Mónica, solo sé lo que me gusta. —Y tú me gustas—.
¿Más? —Señalo la botella con la cabeza.

—Por favor.

Cojo el champán y sirvo su copa. Ella me mira recelosa. Sabe que
pretendo emborracharla, me tocará cambiar la técnica. ¿Quitarme el vestido servirá?

—Esto está muy vacío. ¿Te mudas ya? —le pregunto para distraerla.

—Más o menos.

—¿Trabajas mañana?

—Sí, es mi último día en la ferretería.

—Te ayudaría con la mudanza, pero le he prometido a mi hermana que
iría a buscarla al aeropuerto. Mia llega de París el sábado a primera hora.
Mañana me vuelvo a Madrid, pero tengo entendido que Francis os va a echar
una mano.

—Sí, Patri está muy entusiasmada al respecto.

Me sorprende que Francis siga interesado en la amiga de Mónica; no es
propio de él.

—Sí, ¿quién lo diría?

Su relación complica las cosas. La voz de mi madre resuena en mi
cabeza: «Podrías invitar a Mónica».
No podría decirle a mi madre que Mónica está resfriada o ponerle alguna excusa, porque Patricia me delataría. Tendría que llevarla, tendría que hacer el esfuerzo y aparecer por primera vez con una chica en casa de mis padres.