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Ella se tensa debajo de mí y por fin grita cuando el orgasmo estalla en todo su cuerpo.

¡Sí!

Me arrodillo y abrocho el arnés. El calor llegó rápidamente a mi solo con escuchar el "click". Busqué un condón y en cuanto me lo pongo entro en ella, despacio.

Joder, qué sensación…

—¿Cómo estás? —pregunto para asegurarme.

—Bien. Muy bien. —Tiene la voz áspera.

Oh… Empiezo a moverme, deleitándome al sentirla llena, debajo de mí. Una y otra vez, cada vez más deprisa, perdiéndome en
el interior de esta mujer. Quiero que se corra otra vez.

Quiero saciarla.
Quiero hacerla feliz.
Por fin, vuelve a ponerse tensa y gime.

—Córrete para mí, nena —digo apretando los dientes.

Mónica estalla a mi alrededor.

—Un polvo de agradecimiento —murmuro, y me dejo ir para encontrar yo también la liberación solo del roce de mi sexo con el arnés y la forma en la que Mónica gritaba.

Me dejo caer sobre ella un momento, deleitándome en su piel tersa.
Mueve las manos para dejarlas alrededor de mi cuello, pero como está atada no puede tocarme.
Respiro hondo, me apoyo en los brazos y me la quedo mirando,
asombrada.

—¿Ves lo buenas que somos juntas? Si te entregas a mí, será mucho
mejor. Confía en mí, Mónica. Puedo transportarte a lugares que ni
siquiera sabes que existen.

Nuestras frentes se tocan y cierro los ojos.

Por favor, dime que sí.

Oímos unas voces al otro lado de la puerta.

¿Qué coño es eso?

Son sole y toñi.

—¡Mierda! Mi madre.

Mónica se encoge cuando mi arnés  sale de ella.

Me levanto de la cama dando un salto y tiro el condón a la papelera, mientras quito mi arnés y busco un tanga.

¿Qué narices está haciendo aquí mi madre?

Sole  la ha distraído, menos mal. Bueno, pues está a punto de llevarse una sorpresa.

Mónica sigue estirada en la cama con sus manos atadas.

—Vamos, tenemos que vestirnos… si quieres conocer a mi madre.

Le sonrío mientras me pongo los vaqueros. Está adorable.

—Vanesa… no puedo… —protesta, aunque también esboza una
amplia sonrisa.

Me inclino, le desato la corbata y le beso la frente.
Mi madre va a estar encantada.

—Otra novedad —susurro, incapaz de controlar mi sonrisa.

—No tengo ropa limpia.

Me pongo una camiseta blanca y, cuando me vuelvo, me la encuentro
sentada, abrazándose las rodillas.

—Quizá debería quedarme aquí.

—No, claro que no —le advierto—. Puedes ponerte algo mío.

Me gusta que lleve mi ropa.

Su cara es un poema.

—Mónica, estarías preciosa hasta con un saco. No te preocupes, por
favor. Me gustaría que conocieras a mi madre. Vístete. Voy a calmarla un poco. Te espero en el salón dentro de cinco minutos. Si no, vendré a buscarte y te arrastraré lleves lo que lleves puesto. Mis camisetas están en ese cajón. Las camisas, en el armario, allí mismo están los jeans, vestidos y... Ahí está todo.

Pone los ojos como platos.

Sí, lo digo en serio, nena.

Con una última mirada penetrante de advertencia, abro la puerta y salgo para saludar a mi madre.

Veo a toñi en el pasillo de la puerta del vestíbulo, y sole le está conversando. El rostro de mi madre se ilumina al verme.

—Cariño, no tenía ni idea de que estuvieras acompañada —exclama, y
parece algo incómoda.

—Hola, mamá. —Le doy un beso en la mejilla que me ofrece—. Ahora
ya me ocupo yo de ella —le digo a sole.

—Sí, señorita Martín.

Sole asiente con cara de exasperación y regresa a su despacho.

—Gracias, Sole—le dice toñi mientras ella se marcha, y luego
vuelve toda su atención hacia mí—. ¿Cómo que ya te ocupas tú de mí? —
pregunta en un tono de reproche—. Estaba de compras por el centro y he pensado pasarme a tomar un café. —Se calla—. De haber sabido que no estabas sola…

Se encoge de hombros con gesto torpe, infantil.

Otras veces ha pasado a tomar un café y también había una mujer en
casa… pero nunca lo ha sabido.

—Enseguida la conocerás —anuncio para no hacerla sufrir más—.
¿Quieres sentarte?

Señalo el sofá.

—¿La? ¿Una chica?

—Sí, mamá. Una chica. —Mi tono es muy seco porque intento no
echarme a reír.

Por una vez guarda silencio mientras recorre el salón.

—Veo que ya has desayunado —comenta al ver los cacharros sin fregar.

—¿Quieres un café?

—No, gracias, cariño. —Se sienta—. Conoceré a tu… amiga y luego
me marcharé. No quiero interrumpirlas. Pensaba que te estarías obligando a trabajar en tu estudio. Trabajas demasiado, cariño, por eso me había
propuesto sacarte de aquí a rastras.

Me mira casi con una disculpa cuando me siento junto a ella en el sofá.

—No te preocupes. —Su reacción me hace muchísima gracia—. ¿Por
qué no has ido a la iglesia esta mañana?

—Francis tenía que trabajar, así que hemos pensado ir a misa de tarde. Supongo que esperar que nos acompañes sería pedir demasiado.

Levanto una ceja en un gesto de cínico disgusto.

—Mamá, sabes que eso no es para mí.

Dios y yo nos dimos la espalda hace mucho tiempo.

Suspira, pero entonces aparece Mónica… vestida con su propia ropa, y se detiene en el umbral con timidez.

La tensión entre madre e hija
desaparece, y me levanto, aliviada.

—Aquí está.

Toñi se vuelve y se pone de pie.

—Mamá, te presento a Mónica Carrillo. Mónica, ella es toñi, mi madre.

Se dan la mano.

—Encantada de conocerte —dice toñi, quizá con demasiado entusiasmo para mi gusto.

—Doctora Martín—contesta Mónica con educación.

—Llámame toñi —añade mi madre, que de repente se muestra
simpática e informal.

¿Cómo? ¿Tan pronto?

50 sombras de Martín (v) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora