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Acercaba sus caderas a las mías haciendo que todo ardiera a nuestro alrededor, dejó besos en mi cuello, sin acercar sus manos a mi cuerpo.

–vanesa, no quiero hacer algo mal– soltó Mónica mientras jadeaba contra mis hombros– detenme antes de que no pueda parar–.

Sus ojos transmitían lujuria, deseo, no había miedo, se había esfumado. Llevaba el mando y me estaba gustando, yo no tenía miedo, solo ganas de que sus manos tocaran las partes de mi cuerpo que estuvieran permitidas, incluso podría intentar dejarla recrearse en el momento.

Solté un gemido cuando continuó dejando besos húmedos en mi cuello, sus ojos grandes arrasaban los míos de vez en cuando y mi cuerpo solo pedía que el suyo actuara. Se alejó unos centímetros de mi y me sonrió, dejándome totalmente fuera de juego, intentó acercar su boca a mis pechos y mis ojos pidiendo piedad la detuvieron.

–no voy a hacer nada que no quieras, solo dime ¿Sigo?– preguntó.

Su aliento chocaba contra mis pezones. Mi cuerpo pedia más pero mi miedo pedía una pausa, me pedía a mi misma perderme en su cuerpo para calmarme.

No le respondí, mi respiración descontrolada no me dejaba continuar, no me dejaba articular ninguna palabra.

–tomame– dijo dejándome sus muñecas frente a mis ojos– amarrame–.

Mi cuerpo reaccionó aún más, no podía con ella, con su lujuria y su deseo, no podía mirar a esos ojos porque serían el comienzo del delirio.

–no, sigue...– pedí con miedo.

Ella simplemente tomo una de mis manos y la llevo hasta una de sus muñecas, para luego volver a hacerme el gesto que había hecho antes, dejando ambas muñecas juntas para que pudiera tomarlas.
Las aprisioné con una mano y ella continuó con lo suyo, no sin antes pedirme permiso para continuar.

Su boca se fué hasta mis pezones, el miedo y el deseo comenzó a subir, no debía estar allí, no debía tocar allí, pero allí estaba yo gimiendo ante su acción. Allí estaba yo arqueando mi espalda contra la cama.
De su boca salían suaves sonidos roncos que me obligaban a cerrar los ojos y disfrutar aún más, el calor de mi cuerpo era insoportable.

Llevé mi mano libre a su cabello, agarré este  y ella se alejó de mí para sonreír.
Negó con la cabeza y quitó sus muñecas de mi agarre.
Quedó sentada sobre mi mientras sacaba una liga de su muñeca para atarse el cabello en una coleta, su movimiento fué sutil, me torturaba mientras sus pechos quedaban frente a mi rostro. Mordí mi labio mientras ella temrinaba de darle vueltas a la liga del cabello.

–vamos a solucionar tu problema– habló de forma ronca.

–he escuchado esa frase anteriormente...– logré articular.

–he tenido una maestra estupenda– sonrió y se arrodilló frente a la cama, tomó mis piernas y tiró de mi hasta acercarme todo lo posible a ella.

Llevó sus manos a su espalda y se acercó a mi. Iba a usar solo su boca, lo que causó que con solo sentir su aliento contra mi sexo me hizo arquear la espalda. Me estaba dejando llevar y hasta este punto no tenía miedo, estaba dispuesta a disfrutar el placer que me iba a dar su lengua aunque fuese un pecado no dejarla usar los dedos, no dejarla experimentar en mi como ella lo necesitaba.

–si quieres que pare me dices...– susurró antes de perderse en mi sexo.

Era totalmente experta aunque sus experiencias han sido solo conmigo, replicaba los movimientos que solía hacer en ella. Mis manos se aferraban a las sábanas, las suyas seguían en su espalda, dispuestas a no tocar, a no caer en la tentación que su cuerpo pedía.

Cuando mi respiración comenzaba a descontolarse y los gemidos salían con mucha más fuerza de mi boca, ella comenzó a jugar con la intensidad, fuerte y luego despacio, se alejaba y luego volvía, me torturaba, pero yo no era quien para pedirle que no lo hiciera.

Mi espalda se arqueó, mis dedos se aferraban a las sábanas sacándolas de su lugar mientras mis piernas comenzaban a temblar, iba a llegar al orgasmo de una forma que hace mucho tiempo no lo hacía, iba a llegar al orgasmo con su boca y en ella. Lo que le daba mucho más peso a la situación.

Me corrí en su boca y ella soltó un jadeo mientras seguía lamiendo sin parar mi sexo, mis piernas temblaban mientras sentía su lengua en mi clítoris. Ella quería más y yo se lo iba a dar.

Estiré mi mano hasta llegar a su coleta y la tiré suavemente de ella hasta hacerla quedar a centímetros de mis labios, sus pechos chocaban con los míos, mi cuerpo estaba alerta por el roce en mi pecho, necesitaba una camiseta, pero intentaba ignorar mi necesidad de tener seguridad.
Sus labios se encontraron con los míos, yo seguía con las piernas abiertas y ella estaba con una de sus piernas entre las mías, mientras ella estaba perdida en un beso con mi sabor subí mi pierna para rozar su sexo, mis labios estaban en los suyos, mordiendo y lamiendo y mis manos bajaron hasta sus caderas, las sostuve fuerte y comencé a guiarla haciendo movimientos circulares. Si nos íbamos a perder que fuera en el cuerpo de ambas.

Luego de unos cuantos orgasmos, por primera vez de ambas a la vez, ella se acostó a mi lado en la cama y con miedo dejó su mano sobre mi abdomen.
La oscuridad, repentina y poderosa, se desliza por mi torso hacia la
garganta y amenaza con sofocarme y asfixiarme.

No. No me toques.

Le agarro la mano, me llevo los nudillos a los labios y me coloco sobre
ella para que no pueda tocarme más.

—No —suplico, y la beso en los labios mientras aplaco el miedo.

—¿Por qué no te gusta que te toquen?

—Porque estoy muy jodida, Mónica. Tengo muchas más sombras que luces. Cincuenta sombras más. —Después de años y años de terapia, es lo único de lo que estoy segura.

Sus ojos se agrandan, inquisitivos; quiere más información. Pero no
necesita conocer esa mierda.

—Tuve una introducción a la vida muy dura. No quiero aburrirte con
los detalles. No lo hagas y ya está. — me levanto de la cama y justo debajo de la almohada está su camiseta de pijama, la tomo y me la pongo en un rápido movimiento para luego volver a la misma posición en la que estábamos antes.—Creo que ya hemos cubierto lo más esencial.
¿Qué tal ha ido?

Por un momento parece distraída, aunque ladea la cabeza, sonriente.

—Si piensas que he llegado a creerme que me cedías el control es que no has tenido en cuenta mi nota media. Pero gracias por dejar que me hiciera ilusiones.

—Señorita Carrillo, no es usted solo una cara bonita. Ha tenido seis
orgasmos hasta la fecha y los seis me pertenecen. —¿Por qué me alegra
tanto eso?

Su mirada se pierde en el techo, y una sombra de culpa nubla su rostro por un momento.

50 sombras de Martín (v) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora