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Patricia le lanza a Toñi una mirada interrogadora.

—Vanesa y Mia tuvieron suerte —explica mi madre—. Ellas la cogieron muy flojita, algún granito nada más.

Vamos, déjalo ya, mamá…

—Papá, ¿viste el partido de los Mariners? —pregunta Francis, deseoso de cambiar de tema, igual que yo.

—Es increíble que ganaran a los Yankees —responde mi padre.

—¿Viste tú el partido, campeona? —me pregunta Francis.

—No, pero leí la columna de deportes. Deberías dejar la televisión un poco y leer más.

—Los Mariners van a llegar lejos. Nueve victorias de once partidos, eso me da esperanza. —Mi padre parece entusiasmado en que ninguno de los dos se ataque.

—Les está yendo mucho mejor que en la temporada de 2010, eso desde luego —añado.

—Gutiérrez, en el centro, estuvo genial. ¡Qué manera de atrapar el balón!

—¿Qué tal en vuestra nueva casa, querida?—le pregunta mi madre a Moni.

—Solo llevamos allí una noche y todavía tengo que deshacer las maletas y las cajas, pero me encanta que sea tan céntrico… y que esté tan cerca de todo.

—Ah, entonces vivís cerca de Vane—señala Toñi.

La asistenta que ayuda a mi madre en casa empieza a recoger la mesa. Sigo sin acordarme de su nombre. Es suiza o austríaca o algo así, y no deja de sonreírme y de lanzarme miraditas.

—¿Has estado en París, Moni? —pregunta Mia.

—No, pero me encantaría ir.

—Nosotros fuimos de luna de miel a París —comenta mi madre.

Paco y ella intercambian una mirada que, francamente, preferiría no haber visto. Salta a la vista que se lo pasaron muy bien.

—Es una ciudad preciosa, a pesar de los parisinos. Vanesa, ¡deberías llevar a Mónica a París! —exclama Mia.

—Me parece que Mónica preferiría Londres —respondo a la ridícula sugerencia de mi hermana.

Apoyo la mano en la rodilla de Mónica y exploro sus muslos con toda la parsimonia del mundo, subiéndole el vestido a medida que avanzan mis dedos.

Quiero tocarla, acariciarla donde deberían estar sus bragas. Siento que estoy mojada de  solo de anticipar el momento, mis pezones se ponen duros, las corras de mi arnés comienzan a molestar en mis caderas y reprimo un gemido y me remuevo incómoda en mi asiento.

Ella se aparta de mí con una sacudida, como si quisiera cruzar las piernas, y le cierro la mano alrededor del muslo.

¡Ni se te ocurra!

Toma un sorbo de vino sin apartar la mirada de la asistenta de mi madre, que nos está sirviendo el plato principal.

—¿Qué tienen de malo los parisinos? ¿No sucumbieron a tus encantos? —dice Francis metiéndose con Mia.

—Huy, qué va. Además, monsieur Floubert, el ogro para el que trabajaba, era un tirano dominante.

Mónica se atraganta con el vino.

—Moni, ¿te encuentras bien? —pregunto, y le aparto la mano del muslo.

Asiente con las mejillas encendidas, y le doy unas palmaditas en la espalda y le acaricio el cuello.

¿Un tirano dominante? ¿Eso es lo que soy?
La idea me hace gracia.

Mia me dirige una mirada de aprobación al ver mi demostración pública de afecto.

50 sombras de Martín (v) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora