Magia

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Durante días leí una y otra vez el corto mail, me imaginaba a Margarita frente al computador, con su pijama y turbante en la cabeza, conteniendo las lagrimas mientras escribía el corto, pero sincero mensaje. Tenía la esperanza de que volviera a escribirme. Por mi parte no quería decirle que mi decisión fue tomada por un confundido sentimiento, saber algo más de la chica, no, de mi chica de la hermosa sonrisa. Estaba seguro que dijera lo que dijera, ya no me creería y no podría culparla, ni exigirle que olvidé el dolor que le cause, así como no podía exigirle a Lucia que se olvide de mi relación con Margarita. En muchas ocasiones traté de explicarle que Margarita ya me había sacado de su vida, pero ella no entendía de razones, ahora cada vez salía hasta para dar un simple paseo, Lucia lo vinculaba con mi supuesta novia. La relación que llevábamos ya no era sana, ni para ella ni para mí, la terquedad de seguir juntos estaba acabando con la felicidad de ambos.

Margarita se volvió nuevamente la dueña de mis pensamientos estando ausente, cuánto más tendría que esperar para volver a recibir un nuevo correo. Los días fueron pasando y yo vivía apegado a la esperanza de volver a saber de ella, ahora que lo pienso, debí haber respondido, quizás con más preguntas, quizás con todo lo que sentía, o solo con una disculpa, que no repararía nada, pero sin duda nos daría alivio a ambos..

En mi casa, lugar de descanso, los gritos se repartían por igual, salían de mi boca con la misma facilidad que salían de la boca de Lucia. Ya no me asombraba, el ligero alivio de un nuevo inicio se derrumbo apenas días después de volver a casa, y todo a causa de mi novia. Lo vi todo tan familiar, cada palabra, cada gesto, cada ademan, cada grito, éramos como los actores una película que repetía la escena una y otra vez, en diferente orden, con diferentes palabras ero con el mismo final. Podría asegurar que era de lo que había sido antes, ahora Lucia se sentía con el derecho de recordarme que estuve con alguien más cada vez que se sentía insegura de nuestra relación. Sí, era mi culpa y aun así no entendía como ella se transformaba en una persona diferente, a la de unas semanas atrás. Herida, insegura y sobre todo implacable con su juicio hacia mí, aunque en ocasiones trataba de ocultar sus celos simplemente no podía. Estaba en un punto donde ella quería saber todo lo que hacía, esa desconfianza me tenía abrumado. Parecía que lo único que le motivaba a seguir conmigo, era que yo no sea feliz con ninguna otra mujer.

Ese sábado, después de otra pelea innecesaria tomé las llaves del auto y me fui, no quería seguir oyendo reclamos, ya habían sido suficientes, en el fondo se notaba que Lucia no iba a olvidar esa huella imborrable en mi vida y yo tenía que dejarme de hacer el tonto, era imposible que ella pase página si yo aún tenía el recuerdo vivo de Margarita en todo mi cuerpo. Ni siquiera sabía por dónde iba, tenía algo de hambre, no había podido almorzar en paz, solo continúe dando vueltas en el auto mientras buscaba un lugar para comer.

Lo recuerdo perfectamente, porque ese sábado mi alma volvió a mi cuerpo, mi rostro se encendió con una sonrisa al ver a Margarita en la parada de buses. Su cabello largó, su figura, aunque algo robusta para mí era perfecta, y esa mirada de confusión perdida en el infinito, como siempre distraída hundida en sus ideas u ordenando de manera precisa las cosas que debía hacer, no fijándose en nada mas que sus propios pensamientos, que al parecer se dibujaban en frente de ella. Era normal que no notara lo que pasaba a su alrededor, me sorprendía como podía encontrar en cualquier cosa algo que admirar. 

Pasé el semáforo, no quería parecer desesperado, aunque si lo estaba, traté de orillarme unos metros más adelante sin retirar la vista del retrovisor. No quería volver a perderla.

Al bajarme del auto corrí como loco en busca de Margarita. Para mí suerte ella aun esperaba en la parada de buses. Caminé muy rápido esquivando a las personas, mi mano derecha se meneaba de un lado a otro, intentando llamar su atención. Solo quería abrazarla, sentir de nuevo ese cálido refugio que era su compañía. Antes de que se diera cuenta que estaba cerca me detuve, me pasmó la idea del rechazo al igual que la intriga ¿Qué le diría? Pensé en que era mejor dar media vuelta y no irrumpir en su vida, pero mis ganas de oírla y saber de ella eran más fuertes que cualquier otra razón lógica para alejarme de ella.

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