Su sonrisa

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Suspiró por última vez esperando una respuesta. Yo, solo agaché mi cabeza como negando haber oído alguna pregunta y continúe caminando.

—No volveré a insistir —me dijo molesta, aunque con una voz suave mientras soltaba mi mano y dejaba que me adelante unos pasos.

Yo no podía verla a los ojos, ni responder. Había pensado tanto, pero me negaba a tomar una decisión. Se quedó quieta y como era su costumbre al enojarse, me sonrío. En ese momento me di cuenta que ella tomó la decisión por mí, ya no podía prolongar más su incertidumbre.

¿Cómo llegué a este punto? Aun no me puedo explicar cómo pude equivocarme tanto.

Cuando todo empezó, juro que no me acerqué a ella con mala intención, sabía que estaba mal empezar a sentir cosas por alguien más, pero como negarme a lo que deseaba mi corazón.

Tenía casi diez años de casado; un matrimonio convencional, una esposa amorosa, aunque con defectos al igual que yo o cualquier otro ser humano. La verdad es que no puedo reprocharle nada, ella a mí en cambio, podría crucificarme si quisiera.

Llevaba más de cinco años trabajando como jefe de personal en una fábrica de ropa, me iba bien, nunca se me ocurrió quejarme de mi vida pese a que los últimos años de mi matrimonio se tornaron algo complicados. Mi esposa y yo, intentamos en innumerables ocasiones tener un hijo, fueron varios intentos hasta que desistimos. Eso logró crear una gran brecha entre ambos Las peleas por mis largos periodos laborales, eran a diario. Ella me culpaba por la falta de interés en nuestro matrimonio y yo la culpaba en silencio el no poder satisfacer mi deseo de ser padre. Convertí al trabajo en mi refugio para no pensar en mi paternidad negada. Sus quejas por mi falta de atención hacia ella lograron alejarnos de a poco, sin poder hacer más para evitar discusiones, empecé a dormir en el cuarto que sería para nuestro bebé y luego de un tiempo a ella parecía no molestarle tenerme lejos. Dejamos de hablar eventualmente a pesar de vivir en la misma casa, nos volvimos unos completos extraños, incapaces de resolver hasta el más mínimo problema sin evitar los reclamos.

En la fábrica todo iba bien, estábamos por empezar el mes de octubre, yo sabía que esa era la temporada más alta así que sugerí contratar personal. Varias costureras llegaban a hacer las pruebas, cada semana se contrataba cerca de cinco chicas, la mayoría en periodo de prueba. Siempre tuve un trato cordial y distante con todas ellas, no voy a negar que más de una me parecía atractiva, pero nunca se me paso por la cabeza pretender a alguna.

Eso me lleva a ese magnifico día, aún recuerdo la primera vez que la vi entre todas las chicas, un rostro nuevo y debo añadir que casi inexistente. No llamaba la atención, tan sigilosa que cuando pase a su lado, ella apenas alzó su mirada para saludarme, era como si no existiera y al mismo tiempo estuviera ahí. Con esa manera tan distinta de decir "buenos días", sonriendo dulcemente e incorporándose a la seriedad al apartar la mirada. Claro que no noté eso hasta días después, tras observarla más. Si soy sincero, eso me provocó algo de ternura y al mismo tiempo me inquietaba el saber porque lo hacía.

Con tantas chicas de nuevo ingreso cada semana, imaginé que ella no había empezado a trabajar hace mucho. Luego, al revisar la nómina de rendimientos, noté que su nombre estaba escrito desde hace dos meses, me sentí algo tonto al no haber notado su existencia antes, aunque con todo el lio del trabajo, mi casa y mi familia supuse que era normal, además que trato con varias personas, pero esa era la primera vez que no notaba a alguien.

Los días pasaban sin miedo, en casa nada cambiaba para mejorar. El abismo de silencio se hacía cada vez más y más grande. Era un convenio tácito entre ambos, prácticamente estábamos separados, a pesar de que ninguno de los dos lo insinuaba o decía directamente. Pensé en esa posibilidad varias noches en la que mirando el techo lograba reflexionar. No se exactamente lo que me estaba atando a Lucia; los años, la costumbre, mi edad, el miedo a la soledad. Eran varios los factores y a pesar de la distancia y el silencio entre ambos, ninguno tenia tanto peso como para abandonar un matrimonio de 10 años.

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