La confusión

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Para el domingo aún tenía la alegría dibujada en mi rostro. Preparé mi desayuno, limpie mi desorden y me dispuse a leer el periódico en la sala, solo para llevar mis pensamientos lejos de Margarita. Cuando iba por mi parte favorita, las historietas, el ruido de la llave en la puerta llamó mi atención. Fijé la vista en la entrada de mi casa, al ver cruzar a Lucia, apenas recordé que no había dormido en casa. Con voz baja me dio los buenos días, se veía algo incomoda al verme en casa, solo se dirigió a su habitación sin decir nada mas y yo tampoco necesitaba una explicación.

Continué en mi lectura, lancé una que otra carcajada, antes de poder seguir con el resto de historietas Lucia salió enojada de su habitación, no dudó en reclamar mi falta de interés en lo que pasara a ella. No supe que decir, ya no me sentía con derecho a preguntar donde había estado, aún peor reclamar por no haber llegado o insistir en una explicación. 

Una vez más los gritos de parte y parte, como decirle sin herirla que nuestras acciones previas a ese domingo me habían dejado claro que no estábamos juntos. En el fondo ya no sentía que me importara lo que hiciera. No había ni hay una manera amable para expresar que ya no sentía, me quedé callado luego de algunos gritos, solo la miré detenidamente, quería descifrar el objetivo de esa discusión. Su enojo, su ira, estaban reflejados en sus ojos y gestos.

Cuando la conocí apenas había llegado de España, 23 años fuera de su país, regreso con el único propósito de despedirse de su padre y recibir su bendición. El hablar con un completo extraño en el bus sobre sus problemas de ubicación le pareció buena idea. Jamás demostró un gramo de inseguridad. Me llamó mucho la atención su forma de ser tan suelta, se veía como una mujer fuerte, de las que sabe lo que quiere y como conseguirlo. Siempre supo expresarse bien, dejando las cosas claras. Solía sonreír mucho, responder de forma graciosa y elocuente, verla enojada era casi imposible. No recuerdo el primer grito, ni la primera vez que demostró ser terca, aún menos cuando empezó a creer que todo lo que dice está bien. Empecé a recordar porque me hartaba discutir con ella, jamás hemos podido llegar a un acuerdo, se hace lo que ella quiere, para mí siempre fue más fácil ceder que hacerle entender lo que yo quería.

Al terminar de gritarnos volvió su habitación y yo caí sentado en el sillón, sin ganas de leer o ver televisión. Solo quería despejarme, tomé las llaves del auto, estaba fastidiado, quería salir de ahí, no soportaba la idea de seguir en la misma casa con Lucia, la conozco tan bien como para saber que insistiría en la pelea. Ni tocaba la manija de la puerta cuando Lucia me preguntó a donde voy y si podía acompañarme, lo dudé un instante. Si le decía que no; eso empezaría una nueva discusión, no perdía nada al decirle que sí, aunque me arriesgaba a un escándalo en la calle. Terminé aceptando que me acompañara, ya no se veía tan enojada como cuando me acorraló con reclamos, pude persivir algo de dulzura en su petición.

Recorrimos la plaza, el centro comercial, almorzamos juntos, la vi sonreír con mis ocurrencias de nuevo y pensé; su sonrisa no es igual a la que tenía hace años. Me preguntaba si yo la apagué, 10 años juntos y sentía que fue suficiente.

Me miraba intrigada sin saber lo que yo pensaba. Su pregunta fue directa ¿En qué piensas? Intenté hablar, quería liberarme de ese sentimiento, una vez más me gano el miedo, no importaba cuanto ella insistiera, no tenía el valor para decirle las palabras que tenía atravesadas en la garganta. Por un momento creí que ese era el mejor lugar, estaba seguro que no habría gritos, había demasiada gente a nuestro alrededor, no pude, simplemente no podía. La miraba y recordaba todo lo que viví con ella, lo mucho que nos dolía el no poder tener hijos, creo que eso nos conectaba más que todos los momentos felices.

Evadí por completo el tema, no pude decir nada sobre lo que sentía, volvimos a casa un poco más tranquilos. De nuevo me miraba fijamente como acusándome de algo que aún no había hecho, bajó la mirada, algo nerviosa me pidió que durmiera con ella. Ese había sido el fin de una pelea de dos meses, recuerdo que la abracé tan fuerte que estuve a punto de llorar, entonces cerré mis ojos intentados esquivar el momento y la vi de nuevo, vi su sonrisa, Margarita.

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