La despedida

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No entendía porque el destino me gritaba de todas las maneras posibles que Lucía era la mujer de mi vida o la que debía estar en mi vida, al parecer de manera permanente. 

Quedé en shock, en todo este tiempo de reconciliación fueron contadas las veces que logré tener algo físico con Lucía, si soy sincero apenas y logré poder estar con ella. Cada vez que intentaba algo el recuerdo de Margarita rondaba mi cabeza y no me dejaba continuar. Ese era uno de los motivos de las incontables peleas.

De verdad estaba feliz por mi hijo o hija, estaba en una nube de alegría de la que no deseaba bajar. Estaba más que convencido que está era una señal para quedarme con Lucia y formar la familia que ambos deseábamos.

Lucia estaba tan emocionada, habló sobre nuestro futuro juntos, lo increíble que sería ser padres, lo grandioso que se sentía por fin formar una familia. Sus palabras llenas de alegría solo me hacían sentir que yo no era digno de formar parte de esa familia con la que soñaba ella.

Ese peso sobre mi espalda era casi incontenible, nadie podría imaginar cómo me sentía. Estaba feliz, juro que estaba feliz, pero empecé a sentir un dolor extraño en mi pecho, no pude contener las lágrimas, claro que Lucia supuso que eran de alegría. Esa noche una parte de mi se despidió de Margarita para siempre.

No podía dejar de pensar, como varias noches antes que esa no pude dormir. Solo había una manera de hacer las cosas, ya no podía buscar a Margarita, aunque yo la amaba no podía jugar con ese sentimiento y estaba seguro que ella nunca aceptaría estar conmigo sabiendo que Lucía estaba embarazada y mas aun sabiendo que no la iba a dejar por mas que mis sentimientos hacia ella sean puros y nobles.

Más y más preguntas sin repuestas rondaban mi cabeza. Necesitaba hablar con Margarita y tener su perdón. Ella me amaba y lo único que estaba haciendo yo, era causarle dolor tras dolor.

Los días continuaron pasando, la primera visita al médico, las náuseas, los antojos, los primeros miedos. Todo era nuevo, todo era confuso al mismo tiempo que todo era felicidad para mí.

Lucia se veía más hermosa que nunca o quizás fui yo que la percibía así. Pronto cumpliría un mes de embarazo, su vientre se veía igual, pero ella se veía diferente, más alegre como llena de vida.

No quería que Margarita siguiera en una incertidumbre, tampoco podía enviarle un correo contándole lo que estaba sucediendo. La única opción era buscarla el sábado en la parada de bus a la misma hora y solo esperar.

A pesar de la manera diferente en como veía a Lucia su actitud era la misma, las peleas seguían iguales solo que ahora había mucho llanto de por medio. Me sentía atado, no podía gritar, no podía dar argumentos, solo dejar que ella se calme y huir a mi cuarto para encontrar paz.

Esas ultimas semanas sin ver a Margarita, me la pasaba pensado en como decirle que no podríamos estar juntos, no había perdón que calme el dolor que le iba a causar, pero estaba seguro que ella querría saber el motivo de mi nueva separación de ella.

Tras pensar por varias semanas decidí ir y esperarla en la parada de bus donde la encontré la última vez que hablamos. Una parte de mi sabía que decírselo era lo correcto y otra creía que al ver a Margarita no dudaría en serle infiel a Lucia. Yo estaba seguro que no me resistiría a besarla o a rozar su piel con mis manos deseosas de pasión.

Lucia dormía, no hacia nada en casa, solo irme sin decir nada y volver con las cosas resueltas con Margarita. Algo nervioso conduje hacia el lugar donde creí estaría Margarita. Fueron varias horas de espera y no había ni rastro de ella.

Algo desesperado decidí ir a su casa, era arriesgado, pero no quería hacerla esperar. Estaba muy nervioso, toqué el timbre y una señora que supuse era su madre salió, muy amable me saludo y preguntó en que podía ayudarme. Tragué saliva y pregunté por Margarita, después de unos minutos ella salió, se notaba muy feliz de verme y yo estaba feliz de verla. Le pedí que diéramos un pequeño paseo y por supuesto aceptó.

Su mirada inocente llena de esperanza solo hacía que mi culpa creciera ¿Cómo decírselo sin herirla? Ella no decía nada solo sonreía, detuve el auto en un parque que estaba a unas cuadras de su casa. Los pocos pasos que dio hasta llegar a una banca, fueron en completo silencio. Nos sentamos, al verme la expresión de su rostro cambio. Antes de poder decir cualquier cosa ella empezó a llorar, giró su cabeza para tomar aire, entre lágrimas me dijo "esta embaraza verdad" lo único que pude responder fue "perdón".

Margarita secó sus lágrimas, aclaró la voz y con una enorme sonrisa me felicito. Recuerdo cómo su mano se aparto de la mía, no quería que ese fuera mi último recuerdo con ella. Me abrazó muy fuerte. Ya no se sentía cálida, podía sentir su dolor y como trataba de ocultar su tristeza. Luego de felicitarme y desearme lo mejor dio media vuelta y yo me quede ahí, con su corazón roto y sus lágrimas en mi pupila.

Ese fue el día más largo y duro de mi vida.

Las semanas siguieron pasando, de vez en cuando le enviaba correos a Margarita, era mas que seguro que ella no respondería, pero tenia la impresión que ella me leía y sentía algo de alivio al creer eso. A veces solo le decía que la extrañaba, en otras ocasiones solo le contaba el mal día que tuve y que siempre pensaba en ella, había otras ocasiones donde me sentía culpable y volvía a pedirle perdón. Tras semanas de un rotundo silencio me prometí que enviaría un último correo. Ya era hora de continuar y dejarla en paz, esa paz que ella había conseguido al decidir no hablarme.

Tenía tanto por decirle:

"quiero que sepas que nunca fue mi intención lastimarte, me siento fatal porque sé que no fui el más correcto. Se lo que mucho que te duele y aunque no lo creas a mí también me duele. Podría decir mil cosas y sé que nada de lo que diga hará que dejes de sufrir. Quiero que sepas que te amo, suena tonto después de cómo te he lastimado, pero te amo y es lo único que tengo claro ahora. Jamás pensé sentir algo tan fuerte por alguien. Quiero que sepas que me duele el no poder estar en tu vida y entiendo que no me quieras en la tuya. No quiero pensar que esto es un adiós, lamento mucho haberte causado dolor. Espero que puedas perdonarme, algún día, quizás me puedas considerar un amigo"

No importaba lo que diga, nunca encontraría las palabras adecuadas para sanar ese dolor.

Tres meses de embarazo, tantos cambios de humor me estaban volviendo loco. Lucia era muy perspicaz, notó mi cambio de ánimo. Me sentía cansado, aburrido, simplemente me sentía triste sin saber nada de Margarita.

Por su parte Lucia trataba de reconfortarme, pero era en vano. El recuerdo del rostro todo mojado de Margarita me seguía a todos lados. De vez en cuando al recordarla mis ojos se ponían vidriosos, mi voz temblaba y mis manos querían buscar la calma en su cuerpo. Era un adulto con todo para ser feliz que solo se enfocaba en lo que no podía tener.

Estaba resignado a no saber nada mas de ella, hasta esa tarde de miércoles casi a dos meses después de mi encuentro recibí su llamada. Por el tono de su voz supe que seguía afligida, pero el hecho de querer hablar me hizo sentir reconfortado.

Llegué puntual a la dirección donde me citó, estaba emocionado, no importaba lo que quería decirme solo me importaba verla, saber que estaba bien y sobre todo saber que me perdono. La ansiedad me carcomía por dentro. Ahí estaba Margarita, sentada en una banca en la entrada del jardín botánico. Me saludo con una dulce y quebrada sonrisa, aunque quería ocultarlo la expresión de su rostro no la dejaba ocultar lo mucho que le dolía. Me acerqué lentamente, no me sentía cómodo de verla a los ojos después de todo lo que pasó. Por su lado, a pesar de la tristeza que emanaba de su ser se veía tranquila o mas bien resignada. Se inició una conversación de amigos, algo sutil y a una distancia considerable. Yo solo quería poder abrazarla y besarla; estoy seguro que ella quiera lo mismo.

De la nada su mirada se perdió en el infinito bosque que se encontraba frente a nosotros. Tras unos segundos en silencio empezó a hablar "te quiero en mi vida, no importa si solo somos amigos" su voz se cortaba entra las palabras, podía notar como le costaba decir cada palabra. Cuando terminó de hablar, me miró fijamente a los ojos esperando una respuesta. No pude contenerme más, la abracé muy fuerte, pude volver a sentir su calor, su aroma tan cerca que me hacía revivir nuestros acalorados encuentros. Tras unos minutos sintiendo su cálida compañía, conteniendo las ganas de besarla y hacerme uno con ella, comprendí que nada sería como antes, aunque me conformaba con tenerla cerca de vez en cuando y que me regale un poco de su alegría.

Siempre creí que al vernos ella me reprocharía todo lo que nos había pasado, pero estaba equivocado ella solo lograba que me enamore más de ella con su forma de ser. Y ahora yo estaba atrapado en un matrimonio infeliz.

Nuestro amor nos había hecho uno y mi maldita indecisión nos había hecho amigos.

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