La amante

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Para ese punto de mi vida la confusión no tenia cabida, estaba atrapado entre el sentimiento de amar y el compromiso que mi familia requería.

Fueron varias semanas las que no hable con Margarita, me mantuve una vez más decidido a qué mi familia valía más que cualquier aventura. Juro que lo intenté, pero era inevitable, apenas cerraba mis ojos ella aparecía en mi pensamiento transformada en un hermoso espejismo que desaparecía al abrirlos.

¿Qué otro camino tenía? Pude permanecer firme y no buscarla, simplemente no podía, existía un enorme hueco que solo se llenaría con su presencia. Algo raro pasaba en mi cuando pensaba en Margarita, todo se volvía simple e ilógico. Una vez más después de varios días sin hablar con ella, decidí volver a citarla.

Siempre fue fácil volver a ella, mientras mi amor y admiración hacia ella iba creciendo, ella se iba rompiendo cada vez más. Con cada decepción, con cada lágrima, ella dejaba de ser la luz que encantaba. Pese a todo lo que pasaba entre nosotros, jamás hubo un solo reclamo de su parte, apenas algunas preguntas sin importancia sobre cómo era antes mi matrimonio, era una manía extraña, llegaba a ser absurdo oírla decir que debería dar todo por mi relación. Estoy seguro que Margarita siempre fue sincera, pero no dejaba de ser absurdo o quizás... ella veía algo que yo no.

Un helado, un café, el pretexto que fuera ella siempre accedía, la hora era lo de menos, la necesidad de verla se hizo tan intensa, que fue difícil contener el deseo que tenía. Yo podría enumerar cada una de las veces que su cuerpo fue mío, así como puedo recordar vívidamente cada vez que lloró en mi presencia al no tener la respuesta que tanto quería, mejor dicho, que necesitaba.

¿Cuánto más me iba a permitir destrozarla? Poco a poco la convertí en mi amante, cada vez con más frecuencia, cada vez con más deseo. Ambos nos volvimos esclavos del mismo pecado. Si soy sincero de a poco dejé de interesarme en cómo se sentía Margarita, solo me importaba que ella me hiciera feliz en los momentos que compartíamos, aun estando rota ella jamás dejó de sonreírme y regalarme alegrías o placeres.

Una de las tantas veces que el implacable deseo nos invadió, Lucia llamó, un momento incómodo para los tres. Esa noche Margarita se notaba decidida, pero las despedidas eran cada vez más comunes entre ambos. Insistió en que ya no podíamos seguir engañando a Lucia, ella pensaba que la única razón de mis peleas y disgustos con Lucia era ella, no importaba cuantas veces le explique que nosotros solo no nos entendemos ya, pero mis palabras lejos de calmarla, solo lograban que cuestione todo lo que hacía.

Era un círculo confuso, donde éramos felices cuando estábamos solos y solo el deseo, el placer, las carias, los besos, solo eso importaba. Y luego la presencia de Lucia caiga sobre ella mas que sobre mí, como si todo el tumulto de emociones antes vividos se transformaran en culpa. Y la culpa que sentía Margarita. era tan apabullante que terminaba llorando.

Las veces que ella repetía que me amaba fueron las mismas veces que ella lloró en mi pecho por la desdicha del amor prohibido que le profesaba. Como no hacerlo. Yo tenía muy claro cómo le dolió convertirse en mi amante. Supongo que el amor que ambos nos teníamos nos cegaba por completo, yo solo caía en cuenta que no era lo correcto cuando Margarita empezaba a hacer preguntas y me quedaba más claro cuando las lagrimar brotaban de esa alegría previa.

El tiempo seguía pasando, implacable al deseo, a la culpa y a los ciclos de la vida.

El vientre de Lucia cada vez era más grande, él bebe ¡mi hijo! ya lo podía sentir, la ilusión de ya tenerlo en mis brazos era inmensa. Margarita y yo seguíamos manteniendo contacto, pero cada vez era más evidente el distanciamiento emocional entre ambos. El tiempo, los distintos horarios y los distintos cursos que empezó a tomar, todo se juntaba en un solo pretexto, evitar verme tan seguido como yo quería, como yo necesitaba.

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