1. Recuerdos

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Se miró en el espejo frente a él

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Se miró en el espejo frente a él. Unas leves ojeras adornaban sus ojos, haciendo contraste con su piel algo pálida por falta de sol y por herencia de su madre. Sus cabellos negros muy oscuros, algo largos y con ondas heredados también de su madre, se encontraban todos revueltos. Estaba cansado, pero sabía que aunque lo estuviera no podía faltar. No otra vez pues ya había faltado toda la semana al colegio.

Se lavó la cara para terminar de despertar y no caer dormido sin siquiera haber salido de la casa. Se tiró los cabellos hacia atrás quitándolos de sus ojos para poder ver. Sabía que debía ir a cortárselo uno de esos días, pero no tenía tiempo, ni ganas.

—¡Gun se te hará tarde! —le gritó su madre desde la planta baja.

Miró hacia la puerta cuando la escuchó y luego volvió su mirada al espejo, sabiendo que su madre no esperaba una respuesta de su parte.

Los recuerdos de aquella noche, llegaron a su mente clara y fuertemente, como si los estuviera viviendo nuevamente. Como si sintiera cómo aquellos ojos ambarinos lo hipnotizaran y absorbieran como la noche absorbió sus lamentos y se llevó su recuerdo, transportándolo a un mundo que se le había hecho desconocido, inseguro y peligroso.

«Estaba corriendo en el bosque con su forma lobuna. La luna llena brillaba en el cielo despejado, brindándole la luz que necesitaba para poder ver a todo ser que se encontraba por allí, aunque si hubiese sido una noche oscura, él hubiese podido ver igual. Sabía que lo seguían. Sabía que iban tras él y era por ello que se había obligado a no parar. No podía hacerlo, a menos que quisiera que su vida terminara allí mismo.

Corrió y corrió sin parar hasta que sintió cómo algo se clavaba en una de sus patas traseras. Le dolió, provocando un gran aullido lastimero y ocasionando que cayera contra el suelo.

La trampa que le habían puesto, había funcionado.

Estaban cerca.

El miedo comenzó a inundar cada parte de su ser. Estaba muerto. Lo sabía.

Dos hombres llegaron a su altura minutos después —luego de varios intentos fallidos por su parte para poder librarse de la trampa— con una sonrisa triunfal en sus labios. Lo habían alcanzado.

No podía huir.

Todo había acabado y aquello... lo aterraba. Era el próximo Alfa de la manada, pero nunca había sido fuerte, ni muy grande.

Uno de los hombres sacó una espada, la cual notó que estaba hecha de plata.

Sabía que su manada no podría encontrarlo, no sabían su paradero y aunque lo hubiesen sabido, no llegarían a tiempo para rescatarlo... para salvarlo del destino que parecía ya escrito.

Estaba muerto.

El hombre levantó la espada sobre su cabeza luego de llegar a su altura. Él cerró los ojos... esperando el golpe, pero este... nunca llegó.

Quédate conmigo - H.A #13Donde viven las historias. Descúbrelo ahora