Aquella no era la mejor forma de afrontar la situación, pero eso poco te importaba. Con el corazón roto no tenías ganas de hacer otra cosa que no fuese ver películas románticas mientras deborabas un litro de tu helado favorito.
Ni siquiera le prestabas atención a la trama de la película, pero cada vez que el protagonista masculino decía o hacía algo que te recordaba a Barou no podías evitar comenzar a lloriquear. Ya fuese que le diera unos golpecitos en la cabeza a su co-estrella o se inclinara para verla directo a los ojos cuando iba a decirle algo importante, era como si de repente pudieses ver a tu único e inigualable Barou en los gestos de aquel actor.
Y no era solo esa película. Apenas llevaban tres días separados y no podías evitar que todo te recordara a Barou. Cuando comenzaste a interesarte por él también fue así, pero de una manera diferente, bastante tierna. Al ver Dragon Ball Z o Super y que Vegeta apareciera en pantalla, o cuando veías Diamond no Ace y se presentaba Mei Narumiya, quien proclamaba ser el rey del diamante, no podías evitar reír tontamente y sentir que estabas flotando.
Pero ahora era diferente. Cada vez que algo te recordaba a él sentías una opresión en el pecho insoportable y la tristeza se te hacía bola en la garganta.
—Mierda, lo extraño—farfullaste con la voz quebrada por el llanto.
Apagaste la televisión y te hiciste bolita en el sofá mientras sollozabas. Trataste de imaginarlo ahí, contigo. En primer lugar, de seguro te regañaría por el estado en el que se encontraba la sala de tu casa. Luego de eso se quedaría viéndote un momento, soltaría un suspiro y finalmente se acercaría a consolarte. No le importaría que le mojaras la camisa con tus lágrimas y tus mocos. Se limitaría a abrazarte sin decir una palabra y dejaría que te desahogaras. Después de todo, no era el novio más afectuoso del mundo, pero era de los que demostraba su amor con otro tipo de acciones.
Extrañabas mucho sus fuertes y largos brazos a tu alrededor, aquella mirada seria que solo tú lograbas descifrar, lo molesto que podía llegar a ser cuando no le prestabas atención. Pero lo que más extrañabas era lo caballeroso que era contigo, después de todo te consideraba su reina y según él hasta el rey debía ser respetuoso con su reina.
Pero Dios, era tan complicado entenderse con él. Aunque lo amabas y adorabas su forma de ser no podías evitar que a veces te exasperara. Y eso era lo que había ocurrido hace tres días, habías explotado y te habías ido muy furiosa, sin siquiera esperar una respuesta de Barou.
El timbre de tu casa sonó y diste un respingo. Corriste al baño y te lavaste el rostro para mejorar un poco tu aspecto. Te acercaste a la puerta y la abriste sin ver por la mirilla, dando por seguro que se trataba de tu mamá, quien había salido temprano.
Grande fue tu sorpresa cuando viste al mismísimo Shouei Barou frente a tu puerta. Te quedaste pasmada, mientras él evaluaba tu aspecto de arriba a abajo y fruncía el ceño.
—Ya casi es medio día, ¿Por qué sigues en pijama?—te preguntó en tono desaprobatorio.
Intentaste cerrarle la puerta en la cara, pero él logró detenerte con facilidad. Maldijiste sus increíbles reflejos de futbolista mientras te pasaba por un lado como si nada. Te diste la vuelta y viste como se sentaba para quitarse los zapatos y ponerse las pantuflas que siempre usaba cuando iba a visitarte. Esas eran de él, eran de su talla y no se le prestaban a ninguna otra visita, algo así como el tazón de Miyamura cada vez que visitaba a Hori.