—Es extraño que T/N-san no te esté esperando—comentó Hiori mientras tomaba agua, parado a un lado de la banca.Karasu estaba sentado en esta, secándose el sudor. Sonrió con ironía ante el comentario del chico.
—A ti no se te escapa nada, ¿Verdad?
—Te equivocas, no había caído en cuenta de eso hasta ahora—le explicó—. Ya veo porque no te luciste tanto durante el entrenamiento-le dijo con inocencia, desatando la furia del mayor.
—Piérdete, enano mediocre.
—Sí, sí. Tranquilo, cuervo—lo calmó el chico mientras se alejaba.
Karasu se tapó la cabeza con la toalla y bajó la vista, pensativo.
No le había dicho a nadie que lo habías dejado. Era muy patético ser abandonado, pero no te guardaba rencor ni te culpaba. Él en tu lugar habría hecho lo mismo.
Cuando te vio por primera vez se sintió muy mediocre por ponerse nervioso solo por una chica bonita, pero desde que comenzó a tratar contigo se dio cuenta de que eras la persona más capaz que había conocido. Eras seria, diligente y siempre parecías tener todo bajo control. Pensó que no habría nada de malo en fijarse en ti, ya que eras alguien que cumplía todas sus expectativas.
Pero cuando comenzaron a salir empezó a sentir que sus sentimientos por ti lo hacían inferior. Pensó que debía superarte, así que prácticamente había convertido su relación en una constante competencia. Minimizaba tus logros y magníficaba los de él, intentaba corregirte y siempre estaba a la ofensiva.
Claro que tú no lo soportaste. Solo alguien con muy poco amor propio lo hubiese soportado y ese no era tu caso.
Karasu había pasado tanto tiempo sentado en la banca que la mayoría de sus compañeros de equipo ya se habían marchado.
El clima estaba tan fresco que su sudor ya se había secado por completo. Alzó la vista y notó como las nubes de lluvia comenzaban a arremolinarse en el cielo. Eso fue suficiente para que se levantara y se dirigiera a los vestidores con rapidez.
Para su mala suerte, nada más salir del lugar comenzó a llover a cántaros. Ese día no había llevado paraguas, así que apresuró el paso con la cabeza gacha para que la lluvia no lo golpeara en la cara y siguió el camino a su casa que ya se conocía de memoria.
O eso creyó, porque cuando alzó un poco la vista se dio cuenta de que estaba llegando a tu casa, la cual estaba más cerca de la escuela que la de él.
Sus pies lo habían llevado hasta ahí por inercia. Tenía acostumbrado ir a tu casa cuando llovía para esperar a que cesara.
Pero sería muy patético ir a la casa de tu ex a pedirle refugio solo porque estaba lloviendo, ¿Verdad?
Cuando vio cómo el agua comenzaba a empozarse en la calle, asemejándose a una piscina, esos pensamientos se esfumaron de su mente y corrió hacia tu puerta como si su vida dependiera de ello. Tocó el timbre antes de que su orgullo lo hiciera arrepentirse.
Esperó algunos segundos, con la vista hacia el suelo y los puños apretados. Entonces la puerta se abrió y cerró los ojos por instinto.
—¿Tabito?—oyó que decía tu voz. En parte agradeció que fueses tú quién había abierto la puerta.
Abrió los ojos y observó tu expresión tranquila. Tenías el cabello empapado y te lo estabas secando con una toalla, por lo cual intuyó que acababas de salir del baño. Bajó la vista y se encontró con que llevabas puesta una blusa de tirantes, sin sostén y un short de pijama. Devolvió la vista a tu rostro con rapidez y sonrió forzadamente.