2 | Un engaño gruñón

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20 de diciembre

Esto saldrá horriblemente mal.

Puedo decir con absoluta seguridad que estoy cometiendo la mayor locura que se me ha presentado en la vida, y estoy en ello por propia voluntad. La única culpable de encontrarme aquí, soy yo.

No sé nada del tipo sentado a mi lado, detrás del volante de su Tesla, solo que lleva por nombre Jamie y que es amigo de Marco.

El aura silenciosa que invade el carro es por demás incómoda y no tengo idea de cómo romperla. Marco me advirtió lo taciturno, serio e intimidante que podría resultar su amigo, pero yo, tonta e impulsiva, acepté de todas formas.

¿Las galletas de jengibre valían tanto la pena? Me pregunto.

Mi estómago grita que sí.

Ahora podría estar pasándola súper, en la soledad de mi apartamento, contando los días faltantes para navidad... En realidad, miento. No podría estar pasándola bien en ningún lugar ahora mismo, porque todas mis personas cercanas están lejos y la idea de pasar sola navidad no resultaba para nada atractiva, ese es el principal motivo por el que acepté esta locura; no quería estar sola. Y bueno, también las galletas.

Con mis padres de vacaciones, unas a las que no quise ir, por cierto, no me quedaba más opción que pasar Nochebuena en mi hogar, sin ninguna compañía. Eso, hasta que Marco dijo que, este hombre que me acompaña ahora mismo, necesitaba una novia falsa para presentarle a sus padres en navidad. Cuando me lo ofreció, dudé por alrededor de cuarenta minutos, hasta que finalmente terminé accediendo, gracias al extraño poder de convencimiento que tiene la característica insistencia de Marco cuando quiere conseguir algo. Ojalá lo hubiera pensado un poco más.

Pensé que éste tipo de situaciones ocurrían en los libros o películas, en su defecto. Pensé que la gente normal, común y corriente, como yo, no se involucraba en este lío de mentiras maritales. Nunca creí que en realidad alguien necesitara fingir una relación frente a sus padres, ni que existieran motivos reales para ello fuera de la ficción, pero bien, Marco y Jamie me han hecho tragar todas mis palabras, porque aquí me encuentro.

Las malas comedias románticas que estoy acostumbrada a leer, suelen comenzar con dos desconocidos que fingen mantener una relación. El motivo irracional por el que estas dos personas deben fingir, siempre raya los límites de lo ilógico, si lo pensamos fuera de la ficción. Pero como la lectura, por obvias razones, abre las posibilidades de lo imposible, lo aceptamos como si fuera algo común y corriente tener que, por ejemplo, fingir ser novia de tu jefe grosero. En fin, cosas ilógicas, como he dicho. En la vida real, un jefe grosero es simplemente abuso de poder y es algo denunciable, por lo que estar obligada a fingir con él, no tiene mucho sentido; solo es posible entro del mundo ficcional. Estos personajes suelen ser dos polos opuestos que, a gracia y conveniencia, luego terminan haciéndolo realidad porque uno de ellos resulta que siempre estuvo enamorado del otro, y su historia de amor termina como un cuento de hadas perfecto, en el que traspasan la línea de la mentira para convertir su relación fingida en una real. Pero, te spoilearé el final sobre ésta historia que me lleva a mí como su protagonista, eso no es algo que ocurrirá en este caso. De todas formas, ese no es el punto.

En este tipo de engaños acordados sin planificar siempre, siempre, algo sale mal. Eso es inevitable, y algo obvio, si lo piensas durante al menos un segundo, no como he hecho yo. Puede que mis manos tiemblen un poco ante el pensamiento de fallar en esta farsa.

Ahora te aguantas, me reprendo a mí misma.

—Entonces... ¿Por qué mentirle a tus padres acerca de que tienes una novia, cuando no es así? —pregunto rompiendo el espeso silencio.

Dulce Mentira NavideñaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora