14 | La realidad de lo falso

135K 7.6K 6.5K
                                    

7 de febrero

Para el vuelo de regreso, decidí tomarme un somnífero que me hiciera dormir durante todo el vuelo para que, de esa forma, no me enterara de nada de lo que ocurría a mi alrededor en el tiempo que durara nuestra estadía en el aire. Sabía que luego me sentiría como una mierda, porque las píldoras no me sientan bien, pero preferí eso, a sobrellevar otro viaje como el anterior.

Me dormí incluso antes de que el avión despegara. Jamie se encargó de abrocharme el cinturón y dejó que recostara mi cabeza sobre su hombro. Debió haber sido algo bastante incómodo para él tener que soportar mi peso muerto en él, pero no emitió ninguna queja ni trató de moverme en ningún momento.

Cuando Jamie me despertó para avisarme que ya habíamos aterrizado, fue como si el vuelo hubiera durado lo mismo que un pestañeo. Algo que se sintió fantástico en medidas bastante extrañas. Porque, por un lado, no sufrí las consecuencias de la claustrofobia, pero por otro, mi cuerpo estaba pagando las consecuencias del somnífero.

Un mareo me atravesó cuando me puse en pie y Jamie tuvo que ayudarme a llegar al coche que ya nos estaba esperando en la pista.

Cierro mis ojos cuando siento una nueva oleada de náuseas revolver mi estómago y recuesto mi cabeza en el hombro de Jamie, una vez más. El movimiento del auto que circula por las calles, no ayuda en nada a mi estado.

—Pablo, ¿Podrías ir un poco más despacio? —pide Jamie al chófer—. Emilia no se siente muy bien.

El movimiento se hace menos brusco de inmediato, pero igual sigue presente, no es como si fuera algo que el conductor pudiera evitar. Cualquier mínimo movimiento resultaría malo para mi estado.

Tomo respiraciones que luego suelto por mi boca, en un intento por calmar mi malestar. Repito la acción por algunos minutos, sin tener mejoría alguna.

—No falta mucho, ya casi llegamos —escucho la voz de Jamie sobre mi cabeza.

Me pesan los ojos por el sueño que todavía permanece en mí, pero las náuseas y los mareos son más fuertes que él, lo que no me permite volver a dormirme, así sea por unos pocos minutos.

No sé cuánto tiempo pasa, ni cuánto tardamos en llegar. Pero cuando el auto se detiene por fin frente a mi edificio, una oleada de seguridad y tranquilidad, pese a todo, me invade. Ya estoy en casa.

Suspiro y me enderezo en mi asiento.

—Subiré contigo, me voy a quedar hasta que te sientas mejor —me dice Jamie antes de que el chófer abra mi puerta—. ¿Eso está bien para ti? —asiento y le doy una pequeña sonrisa de labios apretados.

Pablo me ofrece su mano y me ayuda a bajar, hasta que Jamie me alcanza y es él quien me sostiene, y el chófer puede ir a quitar mi valija del maletero.

Espero con Jamie en la acera, mientras mi cuerpo tiembla un poco, a pesar de que el frío no es tanto y de que llevo un abrigo encima. Mi temperatura corporal se siente baja, a causa del sueño y las náuseas.

Lo que sucede a continuación, pasa como un borrón. El chófer de Jamie baja nuestras maletas y nos ayuda a subirlas hasta mi apartamento, mientras que Jamie le dice que lo llamará cuando deba venir a recogerlo.

Jamie cierra mi puerta y deja nuestras valijas a un lado de la puerta. Luego viene a mí para sostenerme y acompañarme a mi habitación. No hay nada que deseé más ahora mismo que acostarme en mi cama y dormir.

Me encuentro tan mal que ni siquiera miro a mi alrededor en busca de Chéster, y eso es mucho decir. Él es lo primero que busco cada vez que entro en mi apartamento.

Dulce Mentira NavideñaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora