11 | Una serie de sucesos desafortunados

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24 de enero

El sol me encandila los ojos cuando atravieso la puerta para salir del edificio en donde se ha llevado a cabo el congreso de presentación de los prototipos de la vacuna, a pesar de que los rayos son cálidos y deberían hacer algo por despejar el frío, me siento helada.

El bullicio de la ciudad es fuerte. Los autos circulan, las bocinas suenan y la gente pasa caminando a mi alrededor mientras mantienen conversaciones en voz bastante fuerte, pero siento todo aquél sonido demasiado lejano. Como si estuviera presente en cuerpo aquí, pero mi mente se encontrara en otro planeta.

Me siento como un ente que no debería estar habitando mi cuerpo. Me siento extraña en mi misma. Me hormiguean un poco los brazos y las piernas, que caminan con pasos lentos y se mueven por inercia.

Las palabras del representante de la OMS siguen dándome vueltas en la cabeza y me he perdido la última parte del cierre del congreso. Todo ha quedado opacado por la información que reveló.

—Emilia —llama Christian, uno de mis compañeros en el proyecto, está justo a mi espalda y su voz me saca un poco del trance en el que me encuentro. Como por arte de magia los sonidos del ambiente se hacen más claros y mi visión borrosa se esclarece—. Has estado fantástica hoy —dice cuando me giro para mirarlo.

—Gracias —aclaro mi garganta—. Tú también, lo hemos hecho bien —mi voz, carece de cualquier tipo de emoción, a pesar de que debería estar saltando por las paredes de felicidad.

—Sí, ha sido una presentación perfecta, creo que lo tenemos chupado.

—Yo no lo diría así, todavía falta bastante—mi voz tiembla un poco al decir lo último.

Christian peina una de sus manos en sus rizos rubios desordenados. Su bata de laboratorio se aprieta sobre los músculos de su brazo y, si mi mente no estuviera tan perdida, diría que lo está haciendo adrede.

—Nos elegirán, los superamos por lejos hoy —dice confiado, algo que odio, es como si estuviera subestimando a los otros investigadores—. En Suiza los destrozaremos.

Hago todo lo posible por no estremecerme.

Niego con la cabeza luego de terminar de escucharlo.

—Todavía hay mucho por hacer —respondo por fin, tratando de terminar la conversación.

Quiero ir a casa y calmarme un poco. Todavía debo terminar la maleta para cuando Jamie pase por mi en un rato, si no tengo todo listo, lo más probable es que me apuñale.

No sé si tengo la fuerza mental para un enfrentamiento el día de hoy, por lo que quiero evitar cualquier conflicto aparente, con él y con cualquiera que elija cruzarse en mi camino. No tengo los ánimos suficientes.

—Sí, tienes razón —Christian se tambalea entre sus talones y la punta de sus pies—. Entonces, me preguntaba si te gustaría salir por unos tragos esta noche, digo, para festejar lo bien que nos ha ido.

—Oh lo siento, tengo planes —lo descarto—. Estoy segura que, de todas formas, la pasarán genial tú y el resto del equipo.

Aprieto la manija de mi bolso que cuelga en mi hombro, no me apetece hablar con nadie ahora mismo. Y, de haber podido ir esta noche con ellos por un par de copas, es algo que de todos modos hubiera rechazado. Estoy segura de que el tema principal de la conversación sería Suiza.

—No me refería a eso —niega con la cabeza—. ¿Mañana, tal vez? —pregunta nuevamente— ¿Puedes?

Frunzo el ceño.

—Tampoco estoy libre, tengo planes para todo el fin de semana. De hecho, debo correr a casa ahora —intento dar un paso hacía atrás, con intenciones de irme, pero me detiene rodeando mi cuerpo y obstruye el camino que intentaba tomar.

Dulce Mentira NavideñaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora