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31 de diciembre - Apartamento de Jamie.
Es casi la medianoche de año nuevo y, luego de admirar la ciudad a mis pies a través de la ventana, me sirvo una copa del mejor vino de mi colección y me siento en el sillón frente a la biblioteca de mi apartamento.
No cuento con tomos de primeras ediciones de clásicos de la literatura, aquí no encontrarás a las hermanas Bronte, Austen, Poe, Dickinson o Shakespeare. Mi biblioteca se compone de gruesos tomos de economía, finanzas, contabilidad y manejo empresarial. No soy un buen amante de lo que se consideraría literatura real, pero ¿quién es el juez que dicta cuál es la literatura de verdad o no? Los estudiosos literarios, obviamente, dirán que la literatura es ficción, pero si yo quiero invertir mi tiempo leyendo largos tomos de una economía estable en contextos rigurosos, solo por gusto, ¿eso no es literatura?
En fin, estoy divagando con insignificancias porque no quiero centrarme en el suceso que es el verdadero dueño de todos mis pensamientos. Aquél o, mejor dicho, aquella que no me abandona ni aunque intente concentrarme en cualquier otra banalidad.
El vino me sabe agrio a pesar de ser de lo mejor que tengo aquí; todo me sabría igual. Cualquier cosa que eligiera ingerir. Cualquier cosa que quisiera probar. La única excepción sería ella.
Elegí quedarme aquí, en la soledad de mi apartamento esta noche, porque conducir por un recorrido de cuatro horas hacia el pueblo en donde todavía permanecen mis padres, no me apetecía. No me apetecía la idea de volver allí solo, mientras todos ríen entre sí, disfrutan entre sí y comparten un buen momento cuando yo, en lo único que podría estar pensando, es en Emilia.
Como si estando aquí pudiera hacer que abandone mi mente. Pero estar en esa cabaña, sin su compañía, haría de los recuerdos algo mucho más invasivos.
Entonces preferí auto castigarme con su ausencia, en la soledad silenciosa de mi apartamento, para evitar preguntas, para evitar respuestas y para permitirme la tranquilidad de no tener que permanecer con nadie más que conmigo mismo. Solo que no está resultando como planeé, porque el silencio que invade mis alrededores, nada tiene de tranquilidad. Mi ruidosa mente irrumpe contra mí, en una avalancha de recuerdos en forma de flashbacks en loop que no me dejan de atormentar ni en sueños.
Entonces no puedo evitar pensar si ella estará sola esta noche, al igual que yo. Si estará bebiendo una copa de vino, como yo. Si estará pensando en mí, de la misma forma en la que yo no puedo dejar de pensar en ella.
El recuerdo de su voz me persigue, a veces la dejaba hablar tanto sin querer interrumpirla solo para continuar escuchando cómo divagaba hasta por las cosas más absurdas. Lo escuchaba encantado de saber que siempre tendría algo para decir, para reír o quejarse. Como cuando me decía que dejara de fruncir el ceño o amenazaba con abrazarme a pesar de saber que, viniendo de cualquier otra persona, lo odiaría. Pero, desde la primera vez que la tuve envuelta en mis brazos, sintiendo todo su pequeño cuerpo encajando contra el mío, me pregunté por qué con el resto de las personas no se sentía igual. Entonces me encontré deseando tocarla una vez más y que ella hiciera lo mismo conmigo.
En un principio sí que pensé que sería un absoluto fastidio tener que fingir con ella. Odié la idea de ella y yo, porque no pensé que encajaríamos, sino que más bien nos veríamos absurdos. Entonces odié a Marco y a mí mismo, por haber dejado la tarea de buscar a la mujer indicada en él.
Cuando vi su actitud enojada en la primera hora de nuestro viaje, la forma en que me hablaba, como culpabilizandome a mí de que estuviese ahí, cuando ella fue la que aceptó, casi di media vuelta y renuncié a la idea de pasar navidad con mis padres.
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Dulce Mentira Navideña
RomanceEmilia no sabía que el hecho de que su familia se fuera de vacaciones en fechas festivas y que su imposibilidad de subirse a aviones, harían de su navidad algo mucho mejor de lo que ella esperaba. Porque cuando la propuesta de fingir con Jamie llega...