3. La lluvia y el repartidor de correos

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Una noche de insomnio sin importancia suena el timbre de la puerta, Doña Tecla, su boyero de Berna, no ladra. Sin pensarlo dos veces abre la verja, es Arturo que entra con el coche y lo aparca justo delante de la puerta del garaje. Descarga los tomos de la enciclopedia Monitor de cuatro en cuatro, un total de veinticuatro volúmenes. Doña Tecla menea la cola, Isolda le hace un gesto y la perra obedece como el más inocente caniche.

—Lo siento, es tarde ¿Tendrás suficiente?

—Hazte con seis volúmenes más —ordena.

—¿Empezarás hoy? —La pregunta queda en el aire, Arturo es consciente que ha metido la pata hasta el fondo.

—¿No lo ves? Ya he terminado —y señala la pila de tomos enciclopédicos.

—Si no fuera importante no te lo preguntaría. Hace años que nos conocemos —comenta con dulzura, obviando el sarcasmo de Isolda.

—En mi pueblo a eso lo llamamos chantaje emocional —dice en tono más conciliador.

—No hay tiempo —concluye Arturo.

Doña Tecla abre la boca y muestra los dientes en silencio, más bien parece una mueca. Isolda se ríe al ver que Arturo no tiene opción.

—No hay tiempo, Isolda, no lo hay. —Se marcha sin revolucionar el motor.

—Doña Tecla, entremos. El patio está muy removido.

La perra la observa.

—No me mires así Doña Tecla, no voy a andar a cuatro patas —y le da unas palmaditas en el lomo.

Los tomos de la enciclopedia están diseminados por la entrada, agarra uno cualquiera, lo huele— cada historia tiene su papel —murmura.

Los coloca en su taller. Unas estanterías peculiares tapizan la pared más ancha, en cada hueco un montón de papel hecho a mano con su correspondiente ficha técnica; origen del papel para hacer la pasta, grosor, dimensiones, número de páginas y el libro correspondiente. Respira ante los libros que procesará, se acomoda y pronto corta cada página y susurra— doscientos sesenta y dos fascículos, doce tomos, casi quince mil voces, seis mil ochocientas páginas.

Existen libros digitales e impresos por las máquinas, para Isolda cada ejemplar tiene que ser único. En la clandestinidad que le ofrece Vidreres, confecciona libros, uno único con una única historia, una joya preciosa, una joya única.

 En la clandestinidad que le ofrece Vidreres, confecciona libros, uno único con una única historia, una joya preciosa, una joya única

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Llena tres palanganas de agua caliente con virutas de papel que reposarán un par de días.

***

El café sabe a esa soledad cómoda y caliente que llena el corazón con un «todo es perfecto». Los echa de menos pero ese impulso que surgió a la muerte de su padre todavía grita y aúlla en su interior. Observa los colores rosáceos del amanecer tintando el prado y el membrillero japonés de la esquina y las nubes sobre la montaña dispuestas a devorarlo todo.

Las Cenizas de TristánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora