2. Nada

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No quiere bajar la persiana de su habitación, a pesar de las nubes conoce bien a la luna, está en fase decreciente, lo siente en sus huesos. Mira las nubes grises que vaticinan una gran tormenta. Abre el cajón de la cómoda, saca un libro ajado, la encuadernación está en las últimas, entre las páginas sueltas puede leer:

«El amor cuelga de las hojas caídas y,

podridas, desnudarán tu destino.

Llueven rescoldos en la memoria

que se escancia y diluye en tus manos.

La mirada pende

en un amor hecho de cenizas,

un polvo que se mueve entre los ecos de los muertos.

Si has de caminar, camina,

si has de danzar, danza;

y si has de morir, que tus cenizas sean las brumas de la aurora.»

Suspira, cierra el libro que queda inerte junto al marco de la fotografía de Tristán y ve como el reloj la dirige hacia la culpa implacable.

Se viste y se pone unos calcetines gruesos, el mal tiempo no le impedirá cumplir su propósito. Los domingos son para ella y para la culpabilidad que, cada séptimo día de la semana, renace con fuerza para devolverle la locura y recordarle que, ni los buenos son tan buenos ni los malos son tan malos. Las botas le apretujan los pies con los errores de otro tiempo y murmura el último verso del poema— y si has de morir, que tus cenizas sean las brumas de la aurora.

Entra en la habitación de Tristán que duerme a pesar de los gimoteos de Sir Timoteo. Agarra al minino con cuidado y se lo lleva al comedor, le da el biberón, luego, humedece unas gasas para que pueda hacer sus necesidades. Lo limpia con una toalla pequeña rociada con una solución de agua y vinagre de manzana para mitigar el olor a meado. Rescata otra manta y lo acuesta junto a Tristán.

Se prepara un café que bebe con un par de pastillas de alprazolam. Se le agarrota la mano derecha, va directa al baño y se frota las manos con alcohol alcanforado, comprueba que tiene suficiente movilidad para conducir.

Pone la calefacción del coche a tope y su tema favorito en bucle Senza un perché de Nada, la autovía está desierta y Tina canturrea siguiendo la letra. El eco de la canción la vacía de tiempo y se pierde en un vacío que pronto la conduce a una carretera sinuosa hasta que se detiene ante la caseta del guarda de seguridad.

—Buenos días ¿tiene acreditación? —Rebusca en el bolso y encuentra un pedazo de plástico viejo con las letras y números descoloridos, se lo acerca al joven.

—Perdone, está en la lista, soy nuevo ¿sabe?

—No pasa nada —Sí, lo acaba de decir, escupe esas palabras como navajazos en las cuerdas vocales. «Suerte de alprazolam» piensa. En cuanto ve el descampado se le antoja que señora ansiedad pretende asestarle un gancho de derecha directo al estómago. Aparca, el sudor frío hace acto de presencia.

—¡Buenos días! —Sor Teresa sale a recibirla.

—Sor Teresa ¿Cómo está?

—Por lo que veo ha venido sola —le reprocha.

—Tristán no ha podido venir —Tina se disculpa.

—No te preocupes Albertina, seguro que irá bien, rezaré para que así sea.

Una mujer madura y delgada en extremo está sentada en una silla de ruedas delante de los ventanales que dan al jardín donde se puede ver la piscina.

Una mujer madura y delgada en extremo está sentada en una silla de ruedas delante de los ventanales que dan al jardín donde se puede ver la piscina

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Las Cenizas de TristánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora