11. La historia

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«En las fiestas del pueblo un joven me sacó a bailar. Yo al ser hija de notario, me educaron con libertad, libros y una abundancia de la que carecían la mayoría. Papá tenía un palco en el Liceo y contactos con los más reputados militares. El joven apuesto me sedujo y me hipnotizó con su magnetismo. Todas las mujeres revoloteaban a su alrededor con guiños, abanicos y movimientos de manos. Ese hombre me escogió a mí, mejor dicho, su familia, en ese baile todo estaba amañado. Fue un teatro que tragué como un maravilloso cuento de amor de princesas y final feliz.

Me ahorro el nombre, porque ya lo conoces, pronto mis ilusiones se desvanecieron. Sí, me casé por aquello de que es lo que se tiene que hacer, no me extrañó que no invitara a su hermano, solo asistieron sus padres y unos amigos de la familia. Viajamos como la casa real británica, hicimos la ruta de la Commonwealth, un año de viaje, maravilloso. No me quedé en cinta a pesar de que en todo momento él me poseía.

Al llegar a casa, su hermano se mudó cerca de nosotros, así fueron las órdenes de su padre. Pronto fui consciente de mi error...»

—Esto es una mierda —musita. Isolda suspira, es consciente de que colaboró y que, con la ambición por tener éxito entre los coleccionistas de arte, perdió el norte. Naufraga entre las mentiras de esos contadores de cuentos de fantasía que al final resultan unas fábulas extrañas, peor que una fotografía de Instagram.

«Las palizas se sucedieron, pero tenía que aguantar, la familia era lo primero. Ahora me doy cuenta, cualquier excusa era buena. Cuando había sacudido todo su placer en alguna otra mujer, venía y me ignoraba. Quise reformarlo, quise que cambiara, así que empecé a comprar libros, a hacer que se interesara, pero no fue así. Las peleas con los insultos se sucedían, también los golpes; trataba de defenderme, aunque él se reía en mi cara. Luego él venía, lloraba arrepentido y me traía flores o un bolso, le miraba a los ojos y me mentía cada vez a mí misma y con mi engaño, las tundas se sucedían.

Quizás todo esto resulte horrible, pero tienes que conocer el contexto de la historia, debes conocerlos, quizás solo así pueda redimirme. No quiero desviarme.

Todo paró cuando intervino mi padre, tu abuelo contrató a unos sicarios que le deformaron la cara para siempre— vuelve a tocar a Albertina Alcántara Guzmán y te desollaremos como a un puerco oinc oinc. —Lo dejaron tirado, vino como pudo a casa y me violó, esa fue la última vez que me tocó. Desde aquel día vivimos separados bajo el mismo techo.»

En este punto, Isolda tiene ganas de vomitar, se ducha para limpiar toda la mierda de encima. Sí, son palabras que apestan a estercolero de la vida.

—No sé por qué coño dije que sí —se lamenta, mientras el agua caliente aleja toda esa podredumbre por el desagüe.

Al abrir la puerta del baño sale todo el vaho, luego decide encender una vela blanca y un incienso, por aquello de alejar los malos espíritus. Incapaz de comer en casa, da un paseo por la avenida del Mediterráneo hasta el Café de la Selis.

 Incapaz de comer en casa, da un paseo por la avenida del Mediterráneo hasta el Café de la Selis

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***

Querido Viajero de las letras,

Poco a poco se van revelando los secretos, esta vez Isolda lo está pasando francamente mal, aunque es necesario, las respuestas están a un chasquido. ¿lo logrará?

Veamos lo que pasará.

Desde aquí te mando un  abrazo lleno de abrazos y Te quiero, que lo sepas. Ya sabes vota, comenta y comparte 

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Las Cenizas de TristánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora