Nada es lo que parece, Tristán tiene ideas suicidas, aunque quiere vivir y no sabe cómo hacerlo. En su camino se cruzará una gran mentira que lo destrozará y otra mentira lo conducirá al amor. Su obsesión es una escritora misteriosa, llamada Isolda...
Ordena y clasifica los papeles, al abrir el cajón se da cuenta que no está cerrado con llave como de costumbre, Tristán encuentra una carpeta vieja, descolorida, con las gomas gastadas y en su interior hay unos dibujos, los saca y observa hoja tras hoja hasta que se detiene en uno de los bocetos, parece la imagen de una habitación con una mujer acostada en la cama, lleva puesta una camisa de fuerza, le recuerda a Nada. Escucha la puerta, es su madre que entra haciendo ruido con unas bolsas. Cierra el cajón y sigue ordenando las facturas.
—¿Y eso? —pregunta su madre señalando el escritorio. Con las prisas no se ha dado cuenta de que la carpeta la ha dejado sobre la mesa.
—No se te escapa nada.
—Espera.
Por unos instantes desaparece subiendo las escaleras y reaparece con una caja llena de acuarelas cochambrosas.
—Toma, son las acuarelas de Nada. No sé, estaban tiradas en el armario.
—Vaya.
—Abre la carpeta y verás los dibujos de tu...¿Cómo la llamas?
—My queen.
Con disimulo vuelve a regodearse en los bocetos, sobre todo en el de la mujer que está acostada. Le perturba.
Sir Timoteo ha crecido y uno de los lugares donde más le gusta estar es en el hombro de Tristán.
—¿Por qué no podemos traernos a Nada?
—Tiene necesidades especiales. El próximo día pintas con ella.
—¿Nada más?
—No hay nada que contar.
—Piénsatelo, yo podría pedir una excedencia en Correos para cuidarla durante un tiempo, así veríamos cómo se adapta y si es factible.
—Nada no vendrá aquí y se acabó la conversación —ordena su madre.
—A veces no te reconozco —dice Tristán, que deja a Tina plantada en el salón. La cocina huele a lentejas estofadas.
En la habitación, Sir Timoteo salta sobre la cama de aquel hombre que lo acompaña a todas partes, para los gatos el humano es su mascota y Sir Timoteo lo tiene más claro que el agua. El minino es fiel a su misión de acompañar a ese bípedo que no tiene ni idea de la vida.
Pronto Tristán se sienta ante el escritorio, saca el tintero, se para en seco y rebusca en uno de los cajones un surtido de carboncillos, poco a poco entre las sombras y los trazos aparece de nuevo el rostro de la joven misteriosa de piel fina y sin arrugas, junto a ella un chaval, sus labios evocan la Sonrisa de la Mona Lisa, se entrega a realizar diferentes bocetos antes de utilizar la tinta que le ha regalado Isolda. Observa sus manos sucias por el carbón, la tensión de los muñones desaparece.
Tina entra sin picar a la puerta.
—Vaya ¿y esta joven? Luego dices que no hay una chica en tu vida.
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