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―¿sabes por qué estoy aquí? ―inquiero con la voz ronca y grave, en un tono más amenazante de lo que suelo usar normalmente.

―no es demasiado difícil averiguarlo ―responde con naturalidad, echando un rápido vistazo a mi arma. ―espero que tú seas más apto que los anteriores, me estoy empezando a cansar de esto.

aquello no me lo esperaba para nada, por lo que no puedo evitar que una mueca de sorpresa se instale en mis facciones, logrando que doyoung ría divertido ante mi reacción. recupero la compostura y doy un paso hacia él, creyendo que se intimidaría y me rogaría piedad, pero no lo hace. en su lugar, sigue ordenando el salón, ignorándome por completo y con toda la tranquilidad del mundo.

―¿no es la primera vez que tienes este tipo de visitas? ―no puedo evitar preguntar, claramente confundido y cada vez más intrigado con su historia.

―eres el tercero que viene en dos meses ―me aclara, irguiéndose y encarándome al fin. ―el primero activó la alarma de mi estudio, donde me esperaba, y la policía casi le pilla. del segundo logré escapar y, como le vi la cara, no ha vuelto a molestarme. y aquí estás tú ―me señala con su mano, sonriendo levemente.

―alguien debe odiarte mucho para ponerle tanto empeño en terminar contigo ―comento más para mí mismo que para él, aunque me responde encogiéndose de hombros. ―yo no fallaré como los otros ―le advierto, acercándome otro paso más.

―lo sé ―asiente, repasándome minuciosamente de arriba abajo. ―pareces mucho más competente que ellos.

me tomo eso como un cumplido y no evito que una sonrisa de lado se dibuje en mi rostro, dejando ver uno de mis hoyuelos. entrecierro los ojos en su dirección y ladeo la cabeza, estudiándolo con parsimonia. este chico tiene algo que lo hace especial, diferente, y no sé qué es.

―me has caído bien ―sentencio tras varios segundos en los que tan solo intercambiábamos miradas. ―te dejaré elegir cómo quieres que lo haga.

―sinceramente, me da igual ―vuelve a encogerse de hombros, ―siempre y cuando sea definitivo. estoy harto de ir mirando sobre mi espalda cada dos por tres ―su suspiro me conmueve ligeramente, aunque desecho ese pensamiento con velocidad y le apunto con el arma. ―wow, menuda prisa ―alza las manos en señal de rendición. ―no tan rápido, vaquero. vamos, te invito a cenar.

y sin esperar respuesta, pasa por mi lado encaminándose a la cocina. este chico cada vez me tiene más desconcertado. ¿desde cuándo lo normal es prepararle la cena a la persona que ha venido para matarte? giro sobre mis talones para no perderlo de vista y me lo encuentro volviendo a tararear la misma canción que antes mientras saca varias sartenes y las coloca sobre la vitrocerámica.

con la curiosidad picando cada vez con mayor intensidad en mí, me aproxima hasta él y me siento en uno de los taburetes que se encuentran junto a la isla, justo enfrente suya. su cabeza se gira al oírme acomodarme y veo cómo sonríe ligeramente instantes antes de comenzar a cocinar.

―¿sueles invitar a cenar a todos los sicarios? ―pregunto con un poco de burla tiñendo mi voz, todavía sin creerme lo que está sucediendo.

en mis casi diez años de profesión jamás había visto algo así y, debo admitir, que la situación no me resulta tan incómoda cómo debería. su risa se hace presente en la estancia tras escucharme y se gira para encararme, apoyándose con sus codos en la isla que nos separa.

―te concedo el honor de ser el primero ―responde con un deje pícaro, sacándome otra gran sonrisa. ―y bien, ¿cómo te llamas? ―suelta sin más, logrando que mi mueca cambie a una completamente seria. ―o vamos, no pienso compartir mi comida con un completo desconocido ―argumenta y, antes de que pueda replicar, añade. ―además, si voy a terminar muerto de todas maneras, ¿qué problema hay con que sepa tu nombre? no podré decírselo a nadie desde la tumba.

que hable de su muerte con tanta naturalidad me pone nervioso, y eso que lidio con ella cada día. reflexiono sobre sus palabras, sopesando los pros y los contras que podría tener el compartir esa información con él. el chico me cae bien, de verdad lo hace, pero el trabajo es trabajo y sé que tendré que terminar con lo que he venido a hacer.

―taeyong ―decido que no hay peligro alguno, así que cedo a su petición.

―bien, taeyong ―pronuncia con solemnidad. ―apuesto a que jamás te había pasado algo así.

―la verdad es que no ―admito, contagiándome de su sonrisa. ―me tienes un poco descolocado, no pensarás envenenerme, ¿verdad, doyoung?

veo cómo se estremece cuando su nombre sale de entre mis labios y, siendo sincero, a mí me ha gustado cómo ha sonado con mi voz. niega con la cabeza ligeramente divertido y se gira para seguir preparando la cena, comenzando una conversación banal de lo más amena.

hitmanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora