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Es un día ciertamente triste y oscuro, con las manecillas de los relojes apuntando ya casi a la noche. Aradia, con una pequeña sonrisa, no tarda en abrir la puerta del cuarto hospitalario, encontrándose con un fuerte olor a medicamentos. La chica no puede evitar gruñir por este fuerte olor que se instala en sus bronquios. Es demasiado fuerte para un demonio con fosas nasales tan sensibles.
Observa a la chica hallada en la camilla, provocando que su corazón se salte un latido casi al instante de verla en tal lugar.
Sintiendose culpable de que ella esté ahí, inconsciente.
La verdadera, y única, razón por la que ha tardado tanto en visitar a sus amigos heridos, es por el miedo de que ellos no quieran verla. ¿Y si no la perdonan por haber tardado tanto? ¿Y si están enfadados por ser un demonio inútil?
Su sensible corazón, no podría socabarlo.
Aradia se acerca al cuerpo femenino, parece estar en un profundo sueño, del que no quiere irrumpirla. Pero tampoco quiere marcharse de su lado. Con un gesto lleno de delicadeza, Aradia peina los mechones que se posan sobre la frente de la mayor, sonriendo casi de forma involuntaria. Tras ello, agarra las manos de Irie contra las suyas, la pelinaranja sigue dormitando, descansando tras aquella batalla que la dejó imposibilitada.
