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El erizo no dejó de correr hasta llegar a la orilla de un pequeño lago. Allí, se sentó bajo un árbol abrazándose las piernas. En su cerebro estaban pasando tantas cosas a la vez que parecía que no estaba pensando en nada; sus ideas eran como música de fondo.

Se pasó las manos por la cara. Intentó controlar su respiración; había sido un acto bastante irracional el haber salido corriendo como cobarde. Además de que había preocupado a Amy.

«Soy una mierda...», se dijo mientras ocultaba su cabeza entre su torso y piernas. 

¿En qué momento tocó fondo? ¿Y por qué todo se había desencadenado por Amy? 

«¿Qué siento por ella? ¿Por qué es tan complicado responder a eso? —suspira mientras se tumba— Ella es alguien importante en mi vida; es amiga mía desde los quince, hemos pasado por un montón de cosas que han hecho que seamos quienes somos ahora. Pero entonces ¿Por qué hemos dejado que nos distanciemos? ¿De verdad que somos esenciales en la vida del otro? Porque no lo parece, o la menos de su parte. Porque para mí sí lo es; ella es... —Se puso a pensar en todos los momentos desde los últimos meses: lo adorable que se veía con un niño en brazos, lo linda que estuvo cuando la ayudó a levantarse en la cafetería y, sobretodo, lo alegre que se ve siempre que sonríe, especialmente cuando le di las flores en el hospital...»

Dejó de pensar. Algo había encajado en su cabeza.

De repente todo tenía sentido.

Sintió que su corazón alteró su ritmo cuando llegó a una conclusión.

Y lo peor es que ha estado delante de él todo este tiempo, pero él no lo quería admitir.

—¡Al fin te encuentro! —grita la rosada, lo que hace que él pegue un brinco— ¡Te he estado buscando por todas partes! No sabía que la isla esta era tan grande... —Se sentó al lado suya para descansar —¿Estás mejor?

—¿Eh?

—Me has dejado claro cuando has empezado a correr que no querías hablar del tema, por lo que ahora que te veo más tranquilo te pregunto si estás bien. 

—¡Oh! Em, sí, perdón. —Se soba la parte trasera de su cabeza avergonzado— No sé por qué lo he hecho, me salió solo.

—No sabía que te afectaba tanto que te vieran mal.

—No me gusta que me vean mal.

—¿A quién le gusta? —El cobalto se quedó en silencio. La eriza le agarró la mano, lo que hizo que él la mirase por el roce inesperado— Mira, te conozco desde hace tiempo y sé que te haces el tipo duro que se cree el mejor y que es indestructible. Pero yo sé que en el fondo tienes la cabeza llena de inseguridades y de malos pensamientos, como todos, y eso no es malo. —Lo mira a los ojos— Es totalmente normal sentirse mal porque todos lo hacemos en algún momento. No tienes por qué avergonzarte de tener sentimientos. Te recomiendo que hables de lo que te pasa con alguien porque si no, te va a explotar en la cara. —Aparta la mirada un momento— lo digo por experiencia... —Sonic asiente, atento a ella. Ella le sonríe sin enseñar los dientes— Me tienes aquí para lo que sea ¿Lo sabes cierto?

«¿Entonces por qué ya no pasas tiempo conmigo? ¿Por qué parece que sólo somos amigos después de todo lo que hemos pasado? ¿Por qué ya no tengo un lugar especial en tu corazón?»

Sonic arqueó las comisuras de sus labios en una sonrisa falsa.

—Claro que lo sé, Ames.

—Bien. —Se incorpora y le tiende la mano— ¿Vamos, Sonikku? —Abrió los ojos cuando dijo ese apodo. Hacía años que no le llamaba así porque le pidió expresamente que no lo hiciera porque le deba vergüenza. Sonic la miró con ojos brillantes y un ligero rubor se instaló en las mejillas del joven. Amy se rió de manera angelical— No sabía que te afectara tanto el nombrecito. Que mono eres.

¿Estás bien, Amy?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora