Un día maravilloso en Green Hill da comienzo.
Sonic da un paseo como de costumbre, preparado por si viene Amy para huir de ella.
Pero no la vio en todo el día.
Al día siguiente, cuando se la cruzó, ella sólo lo saludó y siguió con su trayecto como...
Ningún miembro de la Resistencia nunca había que tenido que acudir a un funeral.
Estaban muy agradecidos de no haberlo hecho, porque ya no sabrían si querrían o no después de sentir el ambiente pesado y triste que hay.
La que peor lo llevaba, obviamente, era Amy: desde aquel día no ha vuelto a sonreír, se la ve ojerosa y descuidada.
Pero lo que más sorprendía era su mirada vacía, como un pozo sin fondo.
Sonic no estuvo separado de ella ningún día: aunque estuviera ocupado, siempre sacaba tiempo para ver cómo ella se encontraba. Cada vez que la veía se le estrujaba el corazón.
¿Dónde estaba esa Amy que siempre estaba feliz?
Parecía que Draco se la había llevado con él.
Él mismo fue quien convenció a su amiga de ir al evento. E incluso fue quien le eligió la ropa porque ella no era capaz de levantarse de la cama.
—Vamos, Ames. Si no vas, te vas a arrepentir toda tu vida —indicó mientras hurgaba en su armario. La rosada respondió con un quejido, tapándose más con el edredón. Él sacó la ropa necesaria, la dejó en su tocador y la destapó—. Venga, al baño ¿O quieres que yo te duche? —Amy se levantó a regañadientes, algo roja por la vergüenza, y se encerró en el baño— ¡Te espero abajo!
La joven se miró al espejo. Tocó su reflejo sin creer lo que veía.
Se limpió la cara con agua fría para ver si la imagen mejoraba. Pero los semicírculos oscuros seguían bajo sus ojos junto con la hinchazón de sus glóbulos oculares y su enrojecimiento.
Se puso en la báscula y observó que había bajado de peso drásticamente.
«¿Qué me ha pasado?»
En una última prueba, fue a ducharse. Posterior a eso, se peinó y echó maquillaje para intentar tapar el sufrimiento de su cara.
«Decente», ahora estaba conforme.
Al bajar, Sonic la miró sorprendido. Estaba guapa como siempre, pero esta vez su belleza estaba envuelta en melancolía y tristeza. Iba entera vestida de negro; parecía una muñeca de porcelana.
—¿Ya estás lista?
—Nunca se está listo para despedir a nadie —soltó. El erizo la miró apenado.
—¿Quieres ir, de verdad? Si quieres no vamos si es demasiado para ti. —Eso la dejó callada. Su mente se estaba esforzando en dar una respuesta.
—Si vas conmigo, sí.
Él le sonrió y le ofreció su brazo.
Sería hasta su bastón para caminar si hiciera falta.
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Amy no dejó de estar agarrada a él en ningún momento de la despedida. Incluso cuando fue a dar el pésame a los padres.
—Oh, querida ¿Tú eres Amy? —preguntó una señora de aspecto humilde.