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Orión se quedó mirando la carta, con las manos temblando mientras un millón de pensamientos se agolpaban en su cerebro.

No podía pensar con claridad. Todo le vino de golpe: confusión, miedo, angustia... ira.

La mera idea de que la muerte de su amada fuera algo más que un accidente hizo que cada centímetro de su cuerpo ardiera con una rabia que nunca antes le había habitado... esto no se parecía a nada que hubiera experimentado. Esto era personal, y estaba furioso.

Sin pensarlo ni un momento, se metió la carta en el bolsillo, cogió su varita y corrió hacia el baño de chicas del segundo piso. El mundo que le rodeaba no era más que un telón de fondo para su desesperación total. Atravesó el castillo, evitando los ojos de sus compañeros mientras se apresuraba a llegar a donde tenía que estar. Sus pensamientos estaban plagados de los peores escenarios posibles.

Ninguno de ellos le asustaba demasiado. Ya vivía en su peor escenario. Y no podía pensar en una forma posible de que la vida pudiera herirlo más de lo que ya lo había hecho. Porque ya no tenía nada que perder.

El pasillo que llevaba al baño estaba inquietantemente silencioso. Ningún estudiante se atrevía a aventurarse en esa parte del castillo... al menos ya no. Pero, a Orión no le importaba... no tenía miedo. Llámalo valentía o llámalo imprudencia, de cualquier manera, no tenía miedo. Nada le impediría averiguar qué demonios le había pasado al amor de su vida. Porque no hay nada más peligroso que un alma en pena, y él lo sabía mejor que nadie.

Sus manos empujaron las puertas de madera que conducían al baño, abriéndolas de par en par mientras entraba con cautela, con su varita en las manos. El espacio parecía vacío. El aire frío bailaba sobre su piel mientras sus ojos escudriñaban a su alrededor, desesperados por encontrar una pista... cualquier pista... de por qué estaba allí.

Pero, parecía que el espacio estaba desierto. La serenidad era casi espeluznante... como si el aire estuviera cargado de secretos que ansiaban liberarse. La calma no era tranquilizadora, ni le permitía un momento para pensar. Era todo lo contrario. En su aislamiento, se encontró con más preguntas. Preguntas que necesitaba responder. Preguntas que se negaba a dejar en paz.

El sonido de la puerta cerrándose detrás de Orión lo sobresaltó lo suficiente como para que se diera la vuelta, pero no había nadie. En cambio, oyó unos pasos que salían lentamente de detrás de los elevados lavabos de piedra.

"Nunca pudiste resistirte a una reunión secreta, ¿verdad?"

Orión sintió que su corazón se hundía al darse la vuelta, sintiéndose mal del estómago al encontrarse cara a cara con alguien a quien una vez había llamado amigo. Sus dedos buscaron temblorosamente en su bolsillo, sacando la carta y mirando con incredulidad a Lestrange. "Tú..."

"No pareces contento de verme", rió el heredero consentido, sonriendo hacia su varita antes de invocar la carta en sus manos, convirtiéndola en cenizas en su poder. "Por un momento, pensé que me harías esperar aquí todo el día".

"¿Qué coño quieres, Lestrange?" siseó Orión. No podía... ni quería... ocultar el asco en su tono cuando se dirigía al chico.

"Esa no es forma de hablarle a un viejo amigo, ¿verdad?" jadeó Xavier, con una mirada de fingido dolor en su sádico rostro. "Sólo deseaba hablar, eso es todo".

"No tengo nada que decirte", dijo Orión, volviéndose hacia la puerta.

"¿Así que no quieres oír lo que le pasó a tu noviecita?"

Catharsis  || Tom Riddle ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora