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Desde que me rescataron de lo que parecía ser una vida llena de desgracias fui alabada por mis semejantes, los hechiceros que nos visitaban a mí y al señor Tengen en el santuario no paraban de aclamar mi técnica maldita cada que podían, mi yo de 14 años no lo soportaba.

"-Niña, tienes lo mejor de lo mejor, esfuérzate en tus entrenamientos, no todos corremos con la misma suerte."

"-Ya quisiera yo haber nacido de tan prestigioso linaje, ¡mírate!, llena de potenciales."

"-Eres un diamante en bruto, seguro y alcanzas a ser de clase especial."

Al principio no lo entendía, ¿Suerte, prestigio linaje, clase especial?, era una principiante en eso de reconocer los conceptos a los que esos señores estaban acostumbrados.

Mi timidez a los desconocidos tampoco ayudaba en ninguna manera.

Por eso cuando mi mentor se juntaba a charlar con los peces gordos me ponía detrás suyo al ser observada como animal de zoológico por los susodichos, no me agradaba acaparar esas miradas que parecían juzgarme en silencio.

Conforme pasó el tiempo capté lo que pasaba, era una herramienta clave para acabar con el mal que acechaba salido de las emociones negativas de la muchedumbre, en otras palabras una pieza única en su especie, por eso me veían así..., por eso los otros soltaban aquellas frases y luego susurraban a mis espaldas cosas que no se atreverían a decirme a la cara.

Mi tutor tan pronto como se dió cuenta que me incomodaba aquello me dijo que hiciera caso omiso a lo que hacían, que se les pasaría.

Claramente eso no sucedió.

Los llamados peces gordos insistieron en contarme historias de mis antepasados, lo asombrosos y magníficos que habían sido con la ayuda de la milenaria técnica maldita que ahora corría por mi sangre, exigiendo con cautela que hiciera lo mismo que ellos habían hecho: vivir para servir a la causa obedeciendo el régimen establecido.

Eso no se lo creía ni el señor Tengen.

Yo no servía ni serviría a nadie, ellos sabían lo que me había pasado en mi infancia, fueron los que me enviaron a ese orfanato en primer lugar y aún así querían que esté de su parte ¡qué hipócritas!, nunca se los perdonaría.

Mis padres murieron, sí, eso era cierto, pero había sido por culpa de sus absurdas órdenes, Yaga-sensei me lo contó todo.

Jamás hacerles caso a esos ávaros, fue el consejo que me dio, por lo que al entrar a la escuela de Jujutsu no tuve una buena impresión de mis primeros compañeros.

Shoko, Suguru... Satoru, a ellos no les preocupaba en lo mínimo mi rendimiento o siquiera me dieron halagos al saber que era usuaria del "Estéreo Maldito". Sencillamente ni sabían quién era yo, ahí razoné, tuve que haber interactuado con chamánes importantísimos como para no ser reconocida por ellos, uno perteneciente a uno de los tres clanes principales del mundo del Jujutsu.

-¿Qué vas a hacer el fin de semana tú, Hanna?

Me encontraba en la habitación de Suguru, él y Satoru habían ido a por unas películas dejándonos a las dos únicas chicas en el dormitorio.

Era viernes, y mañana visitaría por fin a Hadashi.

-Viajaré a Kioto, hay un increíble festival al que me gustaría ir -la castaña giro hacia un costado de la cama y me miró con desilusión- ¿Qué? -dejé de dar vueltas en la silla giratoria al verla así.

-Pensé que como pasaste mucho tiempo allá te agradaría estar más aquí, con tus VERDADEROS amigos.

Ay, se molestó.

𝑴𝒐𝒕𝒉𝒆𝒓 𝑴𝒐𝒕𝒉𝒆𝒓 | Gojo SatoruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora