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La jornada estudiantil en Kioto no era muy diferente a la de Tokyo en la teoría y en la práctica, de ahí que las actividades para mí fueran más fáciles que para los demás estudiantes. La mayoría que provenían de provincia requerían apoyo al no proceder de ningún clan, y sólo habían dos alumnos que, como yo, habían sido instruidos por sus familiares desde chicos, por ello me uní a ellos, uno de mi año y el otro de cuarto, pasábamos el rato dándonos una buena paliza mientras los demás repasaban sus lecciones.

En las vacaciones de fin de año tuve que llenar algunos papeles en el orfanato para que me devolvieran la custodia de mi pequeño hijo, había elegido traerlo conmigo de una vez por todas. Compré un departamento cerca de la academia con el dinero que recaudé de mis misiones, lo amueblé y lo traje a vivir conmigo en el acto. Haberlo recuperado por completo fue un gran paso para volver a poner mi vida en orden, sólo que todavía tenía que asistir a clases por dos años y pico. La opción más práctica que encontré fue traer a su cuidadora conmigo, Cecilia sería su niñera hasta que yo me graduara, la decisión la pensé durante semanas y si quería darle una buena crianza a mi bebe tendría que contratarla. Iba a acceder a que él visualizara el mundo desde su perspectiva, yo solo se lo mostraría y le daría las experiencias que necesitara, por su propio mérito vería la clase de civiles con los que tenía que lidiar. La educación basada en el libre desarrollo de personalidad le haría adoptar sin intromisiones ni presiones de ningún tipo un modelo de vida acorde a sus propios intereses, lo que significaba que le dejaría socializar con los no hechiceros y sacara sus conclusiones sobre ellos, le llevaría a preescolar, primaria y secundaria como a cualquier otro niño normal, y dejaría que optara entre la universidad y la preparatoria Jujutsu, todo con el fin de que se diera cuenta que en la sociedad en la que vive, él podría ser lo que quisiera ser al ser simplemente él, que nadie nunca le obligaría a nada, y cuando decía nadie... era nadie.

Por otra parte, ya no tenía ninguna comunicación con su padre; lo había bloqueado varias veces junto con Geto y el profesor. El corazón se me estrujaba al oír a mis compañeros hablar de él. Lo necesitaba. Necesitaba sus abrazos y caricias, sus besos para empezar bien el día y su presencia para admirar lo perfecto que era, pero me mantuve fuerte por Hadashi, quien apenas balbuceaba, y también por mi dignidad.

A la única que perdoné de corazón fue a mi amiga del alma, con mentir bastó para que los hombres la dejaran en paz, porque a decir verdad, la obligaron a no delatar nada y bueno, sin ella no me llegarían los chismes, cosa que no me convenía ¡Y vaya chismes con los que salía! Nunca en mi corta vida me había enterado tan rápido de una sentencia de muerte.

-Dicen que el resultado es confiable, analizaron la suciedad residual. El pueblo tuvo una baja de ciento doce aldeanos ¿Qué le pasaba a Suguru por la cabeza? No tengo ni puta idea, huyó sin darnos explicaciones. Por casualidad, no lo habrás escondido tú, ¿verdad?

Podía imaginarme la expresión bromista que tenía gracias a su tono melódico.

Bajé del taxi riendo.

-Ni loca sería cómplice de un prófugo -le pagué al chófer.

-Ya, me lo imaginaba -dijo obvia-. El maestro nos contó que fue a su casa y aparte encontró a sus padres asesinados, se sospecha que los mató luego de sacar sus cosas personales de su habitación.

Me detuve en la entrada del edificio y vi cómo Hachi y Cecilia me saludaban desde la ventana del apartamento. Les devolví el saludo forzando una sonrisa.

-Ellos no tenían nada que ver con esos provincianos -continué hasta llegar a la recepción-, a no ser que...

-¿Te diste cuenta del por qué los mató, la relación que tienen con los plueberinos?

𝑴𝒐𝒕𝒉𝒆𝒓 𝑴𝒐𝒕𝒉𝒆𝒓 | Gojo SatoruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora