Capítulo 8 - Jeonghan

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Después de llevar a las ovejas a pastar con Atenas, decidí que era buen momento para ver cómo estaba Unamuno, nuestro burro herido. En una de las salidas se había pinchado la pata con un alambre de la valla, lo que nos informó de que estaba rota y llevaba más de una semana inmovilizado. Estábamos esperando a que Julia le diese el visto bueno para poder sacarlo a pastar, pero por ahora nos limitábamos a hacer los ejercicios que nos había indicado para seguir manteniéndolo en forma. Por suerte, ya había dejado de tomar las pastillas tan fuertes que le había recetado.

Cuando entré, me detuve en seco. Chan estaba en el suelo con la espalda apoyada en una de las columnas y las manos sobre la boca mientras su pecho respiraba agitado. Tiré lo que llevaba en las manos al suelo y busqué con rapidez una de las bolsas de papel que siempre guardábamos en cada espacio por si Woozi lo necesitaba. Suspiré aliviado cuando la encontré apresurándome a su lado para que la usase. Le ayudé a través de los ejercicios de respiración acariciándole su espalda y cuando fue capaz de volver a la normalidad, aunque aún temblaba, me miró con lágrimas en lo ojos.

—Gracias —Susurró incapaz de encontrar la voz.

—¿Qué ha ocurrido, Chan? —Le pregunté con preocupación—. No es propio de ti derrumbarte de esta forma.

—¿Y qué es propio de mí? —Preguntó con amargura apoyando la cabeza en la columna—. No es que os haya dejado ver suficiente de mí.

—Pero hemos visto lo suficiente —Le dije pasándole un brazo por los hombros—. Solo estábamos esperando a que terminases de contarnos el resto, pero quizás la paciencia no ha sido el método adecuado —Concluí al ver que quizás le habíamos dado demasiado espacio para huir estos tres años y no había afrontado aquello que le atormentaba—. ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué ha desencadenado este ataque?

—A veces, tratar a los pacientes puede desencadenar recuerdos –Me confesó cerrando los ojos—. No puedo explicarte nada porque atentaría a su intimidad, pero... —Suspiró de nuevo y apoyó su cabeza en mi hombro buscando confort—. Supongo que es hora de que hable. Siempre he pensado que cuanta menos gente lo sepa, más seguro será para ellos y para mí. Si me mantengo alejado, es más fácil cambiar de ubicación, pero con vosotros no he sido capaz. Por eso decidí que si no salía, podría quedarme más tiempo, pero... No estoy viviendo Jeonghan —Le apreté con más fuerza contra mi para demostrarle que estaba allí para lo que hiciese falta—. Creo que ha llegado el momento de pedir ayuda porque me estoy ahogando y no puedo aconsejar a mi paciente sobre la libertad cuando yo no la tengo ¿Qué clase de psicólogo puedo ser si no admito que no puedo avanzar solo?

—Habla conmigo, Chan —Le dije—. Te prometo que no achacaré tus problemas al deseo por tu madre —Bromeé consiguiendo que riese, aunque sonase apagado.

—Dios, tú y tus tonterías de Freud, no vayas a psicoanalizarme o encierro a Aristóteles en tu habitación —Me amenazó—. Para que es un santuario si no puedo aprovecharlo cuando lo necesito ¿No?

—Sea lo que sea, Chan. Somos tu familia. No dejaremos que te hagan daño —Le aseguré porque una parte de mi siempre había sabido que había estado huyendo de un peligro.

Chan volvió a suspirar, pero empezó a hablar de su pasado cuando era un recién graduado y había vuelto a su pueblo natal por un año antes de buscar trabajo en clínicas de veteranos. Ese año decidió que era hora de buscar algo permanente en la comunidad BDSM y fue al club de la ciudad vecina buscando alguien compatible con él. Allí conoció a un sub que era todo lo que deseaba o eso pensó al principio. Sin embargo, para cuando se quiso dar cuenta de que algo iba mal, ya era tarde. Había alejado a todos sus amigos y familiares porque le había creído cuando le decía que solo querían aprovecharse de él.

Los hombres de El valle 1 - El abogado y el ranchero (Jeongcheol) [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora