Capítulo 5 - Seungcheol

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            El domingo llegó sin que me diese cuenta. Por las mañanas iba con Woozi a trabajar en aquello que le hubiese tocado. Por ahora habíamos estado funcionando como personal de mantenimiento pues había mucho estropeado tras el verano que debía quedar listo para cuando comenzase la temporada alta, pero también habíamos estado alimentando los animales y limpiando los establos cuando necesitaban más manos. Había aprendido como protegerme del calor y a no subestimar los descansos para mantenerme tan activo como los demás, pero sobre todo había dejado de pensar en los problemas que habitualmente me rondaban. Por las tardes, tras las agradables y ruidosas comidas grupales, solíamos encerrarnos en mi habitación o la de Woozi para seguir aprendiendo sobre el BDSM o para que él pudiese alejarse un poco de la vida adulta. Habíamos encontrado un club en la ciudad vecina, Cuerdas y cuero, y sopesábamos la idea de apuntarnos sin mucho convencimiento. Sobre todo, por mi parte, pues seguía teniendo escondidas mis compras impulsivas escondidas en la bolsa en las que las había traído mi hermano.

Después, mientras mi amigo estudiaba, me quedaba leyendo en su compañía hasta que llegaba la hora de buscar a Jeonghan, un nuevo hábito del que no sabía que pensar. Dábamos un paseo por la propiedad y hablábamos de cualquier tema que surgiera. Lo atribuía a la necesidad de conocer al único amigo de mi hermano que lo había visto en su peor época, pero el cosquilleo que sentía cuando lo veía me indicaba razones muy diferentes. Para colmo, no ayudaba que la noche anterior me hubiese despertado tras un sueño erótico, uno en el que aparecía él ordenándome que... Negué con la cabeza. No iba a volver a ello.

Suspiré abrazándome a la almohada. Aún se recordaba cómo se sentía la mano de Jeonghan en la zona baja de su espalda o rozándose en su brazo. Parecía un adolescente desatado y hormonal que no sabía controlarse. ¡Qué vergüenza! ¿Pero qué otra cosa podía hacer cuando el ranchero era el único en mucho tiempo que le había visto a él, no al abogado o el apellido prestigioso? ¿Cuánto tiempo hacía que no se sentía apreciado y escuchado? Era como si pudiese leer su mente. Sabía hacerse cargo cuando las decisiones le abrumaban y, aunque ni él mismo entendía todavía la extensión de sus deseos, era lo más cerca que había estado nunca de comprenderlos.

Llamaron a la puerta y salí de mis ensoñaciones. Eran las seis de la mañana en mi primer día libre en la granja y yo estaba completamente despierto. Hasta mi reloj biológico se había acostumbrado a esta vida.

—Adelante —Contesté.

Woozi asomó la cabeza por la puerta y sonreí lleno de ternura. Llevaba a Mushu cogido por la cola medio arrastrándolo, con la mano libre se acariciaba los ojos soñolientos y su pelo seguía alborotado por el sueño. Cuando era su yo de tres años era todo dulzura y sueño, mientras que cuando era adulto daba terror hasta que se bebía el café. Ya comprobé los límites de su despertar un día que le pregunté antes de tiempo qué íbamos a hacer.

Levanté las sábanas y le indiqué que viniese. Cerró la puerta antes de correr hacia la cama y tumbarse a mi lado. Me abrazó enterrando su rostro en mi pecho y suspiró aliviado. Le murmuré un "buenos días" y acaricié su pelo con cariño. Sabía que su necesidad de seguir en ese espacio que alcanzaba cuando se alejaba de la vida adulta tenía que ver con que Marcos volvía a casa. Se había encariñado tanto con él que le afectaba tener que despedirse. Por eso llevé mis manos a su barriga provocándole cosquillas. No había oído nunca algo tan puro como su risa llenando mi habitación y me pregunté cómo nos sentiríamos cuando me tocaba a mi marcharme. Solo habían pasado cinco días desde que llegué y ya sentía una conexión con él mayor que la que había tenido nunca con mis supuestos amigos.

— Vamos a desayunar, bebé, no podemos ignorarle —Le susurré apartándole el pelo de la frente y dándole un beso.

Ocultó su cara en mi pecho y negó con la cabeza. No quería tener que ser adulto ahora mismo. Afrontar las despedidas era más fácil cuando era un niño. Si bajaba, no podía seguir así... ¿O sí? Una idea se formó en mi cabeza. Le ordené que se cepillase los dientes como un padre hace con sus hijos, como mi hermano hacía conmigo y supe que así me sentía. Era el hermano pequeño que no había tenido nunca. Cuando terminó, me miró con un puchero que no tardó en convertirse en una sonrisa cuando le expliqué el plan.

Los hombres de El valle 1 - El abogado y el ranchero (Jeongcheol) [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora