Capítulo XX.

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(Narra Babi)

Jesús se fue a su casa. Yo me quedé tirada en el sofá mirando WhatsApp, aunque lo que realmente hacia era pensar.

Pensar, cómo no, en Jesús.

El sueño se apoderó de mí. Me fuí a la cama con un libro debajo del brazo. Tengo ganas de ti en su versión original de Federico Moccia.  En el capítulo ochenta y tres el sueño me venció. Eran las 1:27 y había sido un día muy agitado.

[...]

12:38. Me desperté sin más. Tras escoger unos shorts grises de deporte y una camiseta negra muy ancha me duché. Bajé a la cocina a por mi desayuno. Cómo no, tostadas de mantequilla y azúcar.

Miré mi móvil. Nada importante así que lo dejé apartado.

Limpié mi habitación y la cocina, y una vez acabé salí a correr. Un grito con mi nombre me paró. Era la voz de Valeria.

–¡Babi! –Dijo sonriente.

–Hola Valerio.

–Oye, ¿te has enterado? Los gemelos se mudan.

No, uno de ellos es mi novio y no me he enterado. Palurda.

–Sí, algo he oído. Tengo que seguir corriendo, en otro momento hablamos guapetona.–Dije sin para de trotar.

–Vale, adiós pivón.

Seguí mi camino e intente no pensar mucho en el hecho de que Jesús y Daniel se mudarían muy lejos.

Llegué a mi casa y aunque moría de ganas de una buena ducha, antes miré WhatsApp.

Ví a Jesús en línea. Por un momento me puse celosa, ¿con quién estará hablando? Con migo. Me respondí automáticamente cuando vi un "escribiendo...".

–Hola feísima.

–Hola guapísimo.

–¿Qué haces?

–Echarte de menos Jesusito, ¿qué voy a hacer?

–¿Ah sí? Pues te tengo una sorpresita.

–¿Ah sí? ¿Cuál?

–Abre la puerta y verás.

–¿Qué? ¡Será una broma!

–Compruébalo.

–¿Enserio?

–No, era una broma.

Puto Jesús, cómo me vacila.

–Te odio.

–Imposible, y en serio, ¿qué haces?

–Me he enfadado.

–Va, abre y te doyun abrazo, verás como se te pasa.

–No tropiezo dos veces con la misma piedra, no estás.

–Bueno pues me voy Babi, una pena.

–Prométeme que estás.

Alguien tocó a la puerta de madera repetidas veces.

–Te lo prometo. –Gritó una voz desde la calle.

Bajé a toda prisa para abrir la puerta.

–¿Me crees ahora? –Dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

Iba vestido con una camiseta azul marino y unos vaqueros muy pegados, un dobladillo que hacia que se viesen mejor sus bonitas vans color turquesa.

–Muy guapo tú, ¿no? ¿Dónde vas? –Digo mirándole de arriba a abajo. Casi se me caía la baba.

–Vamos. –Me corrigió. – Ponte guapa, vamos a dar un paseito.

–¿Más guapa? –Le dije riendo.

–Tienes razón, es imposible.

Le ofrecí pasar y le puse la televisión.

Subí y directamente entré en la ducha. El agua helada recorría mi piel mientras la canción Fire Meet Gasoline de Sia inundaba el baño.

Salí de la ducha  y me adentré en el gran vestidor.

Jesús iba muy arreglado así que yo no iba a ser menos. Me cogí unos vaqueros de talle alto color blanco con unos cortes en las rodillas y un crop top negro un tanto ceñido.

Me calzé mis Air Force One y me pinté los labios de color rojo y eye liner muy básico.

Bajé las escaleras.

Jesús me esperaba en la puerta. No es por presumir, pero se le caía la baba.

–Hoy quería ser yo el guapo, siempre me quitas el protagonismo. –Se quejó en broma.

–Búscate una novia fea y seras aún más guapo. –Contesté burlona.

–Estás preciosa. –Dijo cogiéndome la mano y haciéndome dar una vuelta para que me viese desde todos los ángulos.

–¿Estoy? –Dije sonriendo.

–Eres preciosa. –Corrigió.

–Así sí.

Se me quedó mirando, aún sin soltarle la mano.

–¿Qué pasa? –Pregunté para saber por qué me miraba.

–Nada, solo estoy feliz de haberte conocido.

(...)

Me llevó a un restaurante muy moderno en el que había reservado mesa desde hacía más de una semana. Esos detalles marcan las grandes cosas. 

Me sentía feliz.

Comimos y una vez salimos del restaurante fuimos a la capital. Andamos entre calle y calle entrando a algunas tiendas.

Ir de compras con tu novio es demasiado bonito.

Entre unas cosas y otras se hicieron las 21:30.

–¿Es hora de cenar, no? –Preguntó cuando nos sentamos en un banco.

–¿Tienes hambre? –Pregunté.

Pobrecito, toda la tarde conmigo de compras no la aguanta cualquiera, con lo adicta que yo soy a la ropa.

–Mucha.–Dijo asintiendo.

–Vamos, invito yo. –Le dije mientras le cogí de la mano. Le hice correr hasta un Burguer King. Su sonrisa era enorme al ver que íbamos a cenar ahí. Parecía un crío.

(...)

Llegamos a mi casa. Le ofrecí pasar y tomar helado. No pudo negarse. El helado de vainilla nos pierde, a los dos.

Íbamos a ver una película, como siempre, pero preferimos hacer otra cosa.

Bromas telefónicas.

Sí, como dos mocosos de diez años, pero es que nos encanta.

Cojí un litro de helado de vainilla y dos cucharas.

Llamamos como a media Sevilla preguntado cosas absurdas o imitando ser la madre o amante de algún amigo de Jesús.

¿Seremos la única pareja que hace esto como algo normal? Seguro que no.

(...)

Dos de la mañana. Me desperté debido a una patada de Jesús en mi brazo.

Nos quedamos dormidos en el sofá. Abrí la ventana del salón y me volví a tumbar junto a él dispuesta a volver a dormirme.

Era posible que fuese la ultima noche que pudiese hacer esto, así que simplemente aproveché el momento.

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