Capítulo XXVI.

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(Narra Jesús)

Casi dos semanas desde que me mudé a Madrid.

Había hecho un par de amigos, todos eran muy simpáticos pero aun así me sentía solo. No sabia si querían ser mis amigos de verdad o solo querían juntarse con alguien "famoso".

Eso en Sevilla no me pasaba. Echaba mucho de menos mi Mairena, sus calles, su holor, a Babi...

Me enamoré de ella. De su sonrisa, por que me importaba una mierda lo que estuviera pasando si ella sonreía.

Y me enamoré de su boca, de cada palabra. Me gustaba incluso cuando se enfadaba y ponía morritos deseando que fuera por detrás, la cogiera y no la sortara y ojalá nunca la hubiera soltado. Me enamoré joder, y ya no me cuesta decirlo.

Me enamoré de sus ojos, ¿y qué me importa que no fueran de un color especial? Me enamoré de sus ataques de éxtasis, de cuando cantaba hábito por que estaba feliz pero no quería que la escuchara. De cuando me cogía fuerte por que decía que tenia miedo de perderme.

Me enamoré de lo lista que era y de lo tonta que se ponía a veces. De cuando me insultaba por que era así como ella disfrazaba las palabras bonitas, y eso solo lo sabia yo.  De sus abrazos y, a veces, echo en falta alguno. De cuando se tapaba la cara cuando decía que estaba fea y yo no podía dejar de mirarla quizás por que para mi, fuera como fuera, siempre estaba preciosa.

De eso me enamoré, de lo bueno y de lo malo.

Joder, me gustaba, me gustaba cuando rodeaba mi cuello con sus manos y jugaba a estar a dos contimetros de mi boca sin besarme para saber quién aguantaba más sin hacerlo.

Nunca se lo he dicho pero aún hay veces que recuerdo su risa y la extraño.

Me enamoré de como era, de como hacia lo mismo que todo el mundo y a la vez conseguía ser diferente, no sé. Su forma de quererme, que ella creía que no me daba cuenta pero sé que me quería. De nuestros mil y un momentos, y bueno, aún sigo enamorado de ellos.

Ahora es solo un recuerdo, pero es un recuerdo que prometí no olvidar. Duele ver como alguien que antes era tu vida, ya no está en ella. Ella era la pieza perfecta en mi rompecabezas.

Cuánto la echaba de menos y cuanto daría por volver a tenerla a mi lado.

Me envió un WhatsApp, pero antes de abrirlo preferí llamarla.

–Buenas tardes mi niño. –Dijo iniciando la conversación. Eso de "mi niño" me sonroja.

–Hola preciosa. –Contesté. –¿Qué tal por Sevilla?

–Bien, supongo. –Sonríe. –Y tú por Madrid, ¿qué?

–Hace un calor de cojones. –Sonrío.

–¿Qué tal es la gente por ahí?

–Diferente, muy diferente, pero no mal.

–Te echo de menos.

–¿Qué? –Pregunto aunque la escuché perfectamente.

–Que te echo de menos. –Repite.

–¿Cómo?–Insisto. Me encanta escuchar eso.

–Que te... ¡pero si lo has escuchado! –Se da cuenta repentinamente al escuchar una pequeña risa. No puedo evitar reír.

–Me encanta oírlo de tus labios. –Le digo.

–Oye, acaba de pasar una estrella fugaz. Pide un deseo. –Dice.

–¡Pero si es de día! –Contesto riendo. Qué tonta es.

–¿Enserio crees que con las miles de estrellas fugaces que pasan a lo largo del día, ahora no habrá pasado ninguna? –Dice. Se nota por su voz que sonreía.

–Vale, venga. –Sonrío y pido el deseo. –Ya.

–¿Qué has pedido? –Preguntó.

–Si te lo digo no se cumple. –Sonrío.

–¿Y si puedo ayudar a que se cumpla? –Me pregunta desafiante.

–He deseado que estés aquí. –Confesé.

A continuación tocaron a la puerta de casa.

–Creo que se ha hecho realidad? –Dice y a continuación cuelga el teléfono.

Voy corriendo a abrir la puerta yo mismo repitiéndome no puede estar aquí.

Abrí la puerta y no había nadie.

Me ha engañado, será mala.

Cuando iba a cerrar alguien coge la puerta para que no pueda tirar de ella.

Babi.

–Sorpresa.–Dijo al ver que me quedé boquiabierto mirándola. –¿Qué? ¿No me vas a besar? –Insitió.

Yo alzé mis manos para cogerla y en ella dio un salto acabando enredada en mi. La besé con más ganas que nunca, con más ganas de lo que yo pensaba, más incluso que cuando nos besamos por primera vez.

–¿Qué haces aquí? –Le pregunté sin bajarla de mis brazos.

–Soy de aquí. –Afirmó risueña.

–¿De Madrid?

Ella asintió. Increíble. Un cumulo de sensaciones se apoderaron de mi y solo me apetecía besarla. Besar esos perfectos labios que me volvían loco.

–¿Y cómo has sabido donde vivo? –Pregunté curioso.

–Te ví por la ventana. –Sonríe señalando a la casa de al lado.

¿Cómo pudo ser que no la hubiera visto antes?

La cogí de la mano y me dispuse a enseñarle toda la casa.

Llegó a mi habitación y se tumbó en la cama, sonriendo.

Tiene esa habilidad de alterar mi corazón sin ni siquiera tocarme, sólo con sonreír.

–¿Sabes lo que dicen? –Preguntó.

–Dicen muchas cosas. –Contesté sonriendo.

–Dicen que si dos personas están destinadas a estar juntas, se encontrarán al final del camino, aunque la vida los separe.

Tenía razón.

Si dos personas están destinadas a estar juntas acabarán juntas aún después de mil tropiezos.

Fin.

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