III

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— ¿Qué vamos a hacer? — esa era la voz nerviosa de mi madre. Parecía que había estado llorando.

— Lo que sugirió el pastor — dijo mi padre sereno.

Yo estaba asomada por el pasamanos en la parte alta de las escaleras intentando no ser vista.

Esa noche, Clara, una de mis hermanas menores, había ido a mi habitación porque las voces no la dejaban dormir. El dormitorio en el que ella y María José, la menor de los tres, compartían, quedaba junto a las escaleras, por lo que era más fácil que los ruidos de la planta baja de la casa se filtraran.

Después de asegurarle a Clara que no estaba pasando nada y lograr que se durmiera, la dejé en mi cama para ver qué ocurría.

Cuando llegué a las escaleras, vi como el pastor y su esposa salían de mi casa dejando a papá y mamá solos, mirándose el uno al otro como si estuvieran asustados y perdidos.

— Mi padre no era ese hombre que mi mamá dice — dijo agitada mientras caminaba de un lado a otro.

— Lo sé — señaló papá —. Mamá solía decir que no sabía cómo un hombre tan bueno como el maestro Tomás había caído en las garras de una mujer como tu madre.

— ¿Qué quería? — mi madre no paraba su carrera maratónica que cubría a penas un metro de la sala de ida y vuelta — ¿No fue suficiente con la humillación en vida a la que sometió a mi padre? — cruzó los brazos sobre su pecho y llevó una de sus manos hasta su oreja donde empezó a halarla nerviosamente.

Era extraño para mi ver a mamá de esa manera. Sí, la había visto enojada, pero nunca lo suficiente como para sacarla de sus casillas. No importaba la situación, mi mamá siempre parecía estar bajo control, siempre estaba pulcra y perfecta.

— Necesitas tranquilizarte — la voz de papá era severa pero paciente. El tipo de paciencia que solo tenía con ella y mis hermanas, nunca conmigo —. No podemos dejar que esa carta trastorne nuestras vidas.

La carta, ¿acaso era la misma carta que había mencionado mi madre en la tumba de Tita días atrás durante la visita dominical al cementerio?

Había pasado mucho tiempo desde la muerte de la abuela, ¿cómo era que había enviado una carta? ¿y qué era lo que decía que tenía a todos con los nervios de punta?

— ¿Cómo puedo estar tranquila? — mamá detuvo su andar quedando frente a frente con mi padre — ¿Cómo lo hago, Elías?

Desde donde estaba pude ver que mamá empezaba a temblar. Su perfil mostraba su nariz hinchada y roja, todo indicio de que había estado llorando.

— Pidiéndole a Dios que no llene de sabiduría y el poder para discernir cuáles son sus planes para nuestra familia — papá dio un apretón cariñoso a mi madre — Sara, ahora solo nos queda confiar en su palabra y en el pastor.

Las palabras de mi padre parecieron apaciguarla un poco. Mamá enterró la cara en el pecho de papá.

— Cuando era niña — dijo más calmada —, cuando mamá huyó de la iglesia y me llevó con ella, lo único que quería era volver — papá sobó su espalda para tranquilizarla —. Cuando tuve dieciocho y pude ponerme en contacto con papá, fue el mejor día de mi vida. Volver a la iglesia y reencontrarme con Dios y conocerte, fue todo por lo que había orado cada noche. Y ahora, incluso después de muerta, esa mujer vuelve a poner todo en riesgo con sus mentiras.

Papá la acercó más a él y la encerró entre sus brazos.

— Entonces no podemos permitir que incluso después de llevar tantos años muerta, dañe a nuestra familia y a nuestra iglesia.

— No, no podemos — afirmó mamá.

— Esa mujer solo quería los focos de atención — papá seguía consolando a mamá —. Estoy seguro de que solo hizo esto porque se negaba a dejar este mundo sin ocasionar algún tipo de drama.

— ¿Cómo fue capaz de escribir esas palabras ponzoñosas sobre papá, e intentar llenar con sus mentiras la cabeza de nuestro hijo? Supe que las cosas que decía sobre papá eran una mentira cuando yo era una niña; lo supe cuando hace diez años lo acusó de esos actos tan atroces, y lo sé ahora al leer sus vulgares y pútridas palabras— mamá se separó de papá —. Dios sabe que Tomás ha sido una prueba muy grande para nuestra fe, que nuestro hijo no es su ciervo más obediente. Papá lo supo antes que cualquiera. No puede leer esa carta Elías, po-podría...

— No lo hará — la cortó mi padre —. Dejemos esto por hoy. Es hora de dormir.

Salí corriendo a mi habitación con todo el sigilo que una chica de catorce años podía reunir. Me metí a la cama junto a Clara y la abracé fuerte, como si aferrarme a ella disipara las pesadillas ¿o eran recuerdos? Recuerdos, tenía las cicatrices en mis pies para probarlo. 

SERIE NUESTROS MEJORES DÍAS - 2. JUSTO A TU LADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora