XIV

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El recuerdo de lo que el abuelo me había hecho, estaba guardado en el fondo de mi cerebro, en el espacio reservado para las cosas que no quería recordar, de las que no quería hablar. Y el sobre había vuelto a estar debajo del colchón de la cama de mis padres.

Fingí que todo estaba bien, que nada me molestaba. Me seguí aferrando a las cosas que mantenían mi cordura, que me hacían sonreír a pesar de todo. Me aferré a la posibilidad de irme pronto de casa; a mis hermanas; a El Cielo; a Julián, Hugo y Lienzo. A mi misma, porque al final del día sentía que solo me tenía a mi para abrazarme en las noches oscuras cuando quedaba sola en mi habitación conmigo y mis pensamientos.

Aquellos días son un borrón para mí. Cosas sin importancia sucediendo, mi rutina diaria intacta. Mis padres desprendiendo su usual desprecio hacia mí; los rumores en la escuela, los comentarios agresivo-pasivos, y las miradas extrañas que continuaban. Las risas de mis hermanas que hacían que todo se sintiera menos pesado y que la vida no me doliera tanto. Mis noches en "El Cielo" llenas de pelucas, maquillajes y gente que me hacía sentir que podía ser yo misma sin ningún problema.

Todo parecía estar bien. Era la misma agua corriendo por el mismo río siempre. Nada nuevo o fuera de lo usual. Era mi vida sucediendo, era yo simplemente existiendo mientras veía como los demás vivían, en verdad vivían. Yo estaba esperando a mi oportunidad, esperando que mi vida realmente empezara una vez me fuera de casa.

Así mis días se convirtieron en una continua espera. Esperar la noche de los viernes para no sentirme tan sola. Esperar a reunir el dinero suficiente y tener dieciocho para irme de casa, e irme de casa para..., bueno, en realidad no sabía exactamente qué haría una vez me fuera de casa. No tenía perspectiva.

Sabía que debía trabajar una vez estuviera fuera para no morir de hambre y de frío en la calle. Pero no tenía un plan más allá de eso. Trataba de no dedicarle más de un pensamiento a mi falta de planificación de lo que sería el momento más importante de mi vida, porque si lo hacía, me iba a volver loca al darme cuenta de que las cosas no eran tan fáciles como simplemente salir de casa y no regresar más.

Pronto cumpliría quince y la espera cada vez se acortaba, el gran día se acercaba, y aunque no tuviera un plan, dinero, trabajo o un techo para resguardarme de los peligros de la calle, la sola idea de salir del infierno que era el vivir con papá y mamá, hacía que no me importara nada más. Ser pobre y libre sonaba mejor que estar prisionera.

Estaba cansada del encierro, de la prisión, de la camisa de fuerza con la que sentía estaba viviendo. Mi cuerpo era una celda de la que no podía escapar; mi casa era una mazmorra que me asfixiaba; mi escuela era una cárcel en toda regla. Me estaba ahogando, me estaba quedando sin aire y no sabía hacia dónde debía nadar para poder respirar.

Entonces llegó mi cumpleaños número quince, y el infierno se desató. 

SERIE NUESTROS MEJORES DÍAS - 2. JUSTO A TU LADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora