Mis ojos estaban llenos de lágrimas, sentía que ya no quedaría nada dentro de mí para llorar luego de ese día. Todo dolía, dolía demasiado y no sabía qué debía sentir. Estaba confundida, asustada y perdida, sobre todo perdida ¿Qué debía hacer con lo que la abuela me había entregado? Era un seguro de vida. La abuela se había preocupado por cuidarme incluso después de muerta. Sabía que necesitaría salir de allí en cualquier momento y se aseguró de darme un boleto de escape. Pero yo no creía poder hacer nada con ello. Me aterraba la idea de enfrentarme a mis padres o a la iglesia. Era yo sola contra un grupo de adultos. Adultos a los que les temía, adultos que me habían lastimado toda mi vida y de los que nunca había recibido otra cosa que no fuera desprecio.
Julián me envolvió en sus brazos. Me abrigó contra su pecho mientras susurraba en mi oído que todo iba a estar bien, que él no dejaría que me hicieran nada, que siempre me cuidaría. Lo abracé fuerte, me sostuve de él como si mi vida dependiera de ello, porque quizá en ese instante, sí era así. Tal vez en ese momento, mi vida dependía de que ese chico de dieciocho años al que había aprendido a querer como un hermano, no me soltara y me dijera que todo iba a estar bien, aunque no había manera de que él supiera eso con certeza.
Pero eran sus manos acariciando mi espalda con ternura, sus palabras suaves y sus brazos, los que impedían que saliera corriendo y terminara con la vida tan miserable que llevaba. Era ese rincón en el mundo en el que podía ser yo misma lo que no dejaba que muriera; eran mis hermanas en casa riendo cuando les hacía cosquillas; era Hugo, quien se comportaba como un padre; Lienzo y Petit que me enseñaban a caminar en tacones y cómo maquillarme. Pensé en todo eso y lloré, lloré hasta que mi corazón dejó de doler y boté todas las lágrimas que creía podía botar mientras mi alma se desgarraba ante el dolor que había sufrido cuando era solo una niña.
La abuela tenía razón, su carta había revivido recuerdos que quería enterrar, había traído consigo imágenes que quería olvidar. Nada es peor que creer que lo tienes absolutamente todo controlado y de la nada, los recuerdos llegan de golpe a tu vida; riéndose de ti, para destruir todo lo que estaba en orden. Para tirar a la basura eso que tanto te costó reconstruir; tu confianza, estabilidad; hasta tu propio buen juicio.
Pero era imposible olvidar, el pasado tiene una forma de marcarnos como el hierro caliente, dejando una herida para toda la vida. Una herida que cuando la tocas duele como el primer día.
Cuando me calmé, Julián se separó de mí, se levantó y regresó al instante con una botella de agua y pañitos para que me limpiara la cara.
— Entonces — dijo con precaución — ¿No harás nada?
Negué con la cabeza mientras tomaba un poco de agua.
— Hay algo que no entiendo — continuó — ¿Cómo llegó eso hasta tus padres si lo tenía la amiga de tu abuela?
Sorbí por mi nariz y limpié una vez más mi rostro con uno de los pañuelos.
— La amiga de la abuela era la señora Mirian, la madre de la esposa del pastor. La señora Mirian murió el año pasado — hice una pausa para recuperar un poco el aliento, el llorar me había dejado cansada —. Supongo que tenía el sobre entre sus cosas y así lo descubrieron.
— ¿Y te quedarás con esto? — señaló el sobre y su contenido.
— No, lo dejaré todo donde estaba. Si mis padres no han descubierto aún que no está donde lo dejaron, lo harán pronto y no quiero problemas.
— Entiendo.
Julián se quedó en silencio. Sabía que él no estaba de acuerdo con no hacer nada con las fotos y la información que me había dejado la abuela, pero respetó mi decisión.
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SERIE NUESTROS MEJORES DÍAS - 2. JUSTO A TU LADO
RomantikNo podemos decidir de quién nos enamoramos, o eso nos han dicho toda la vida ¿Pero y si la persona de la que te enamoras es quien más te ha dañado en la vida? ¿No tienes el derecho entonces de decir no amarle, de elegir a alguien que te llene de seg...