Los meses siguientes antes de las vacaciones de diciembre, José se encargó de hacer de la escuela un infierno en el que él era mi demonio personal. Había descubierto que el romántico chico que me decía que me amaba mientras me sonreía dulcemente, con el que tenía una relación toda la adolescencia para luego casarnos al crecer, solo habitaba en mi cabeza. Ese José era una invención de mi enamorado corazón adolescente.
El José real era el que me arrinconaba en el baño de chicos con sus dos amigos, quienes me sostenían mientras él me pintaba la palabra marica en la cara con un labial rojo. El José que solos sus compinches y yo conocíamos, me había bajado los pantalones en el baño y azotado mi trasero con una correa mientras se burlaba de mí y me gritaba que era un fenómeno de circo.
El José que había conocido durante esos meses era cruel y despiadado, y me odiaba. Yo era el centro de su ira, el foco de su mal humor. O como él me había llamado una vez, su saco de boxeo favorito.
Los peores días eran los miércoles, cuando esperaba que pasara por el callejón en el que él, Mateo y Juan Pablo solían fumar. Cuando me veían pasar, me detenían, me obligaban a arrodillarme y lamer el sucio suelo, o la suela de sus zapatos o comer del bote de basura. Decían que, si no lo hacía, bajarían mis pantalones y me meterían un palo dentro del culo. Ante eso, comer basura y lamer el piso o sus zapatos, sonaba tentador.
Una vez había intentado tomar otro camino, pero entonces al día siguiente me llevó al baño. Estábamos solos, él y yo. Me tiró al piso y pisó mi pene con tanta fuerza que creí que mis bolas podían reventarse. Mi vista se nubló y la cabeza me palpitaba por el dolor. Vomité. Cuando creí que me mataría, liberó mi entrepierna y se fue dejándome allí en el suelo frío revolcándome en mi vómito.
Entendí el mensaje. No volví a saltarme la cita de los miércoles en el callejón a la salida de la escuela.
Las vacaciones siempre fueron mi momento favorito del año. Cuando era una niña me gustaban porque sabía que podría ver a la abuela, y después de que ella muriera, me gustaban porque no tenía que ir a la escuela. Sí, veía a todos mis compañeros los sábados y domingos en la iglesia, pero cuando estaban con sus padres y madres, fingían no ser crueles, solo me miraban con desprecio al igual que los adultos, pero ya estaba acostumbrada a eso. Pero eso solo eran los fines de semana, el resto de los días permanecía lejos de ellos y sus acusaciones.
Esas vacaciones se sentían más liberadoras que las anteriores. Me libraría de José y sus secuaces. Había más trabajo en la biblioteca debido a los cursos que ofrecían para los niños, pero me gustaba trabajar con los pequeños y mantenerme distraída, ocupada y no tener tiempo para dedicarle muchos pensamientos a todo lo que me pasaba. Ignorarlo era lo mejor que podía hacer.
Más trabajo también significaba un poco más de paga, no mucho, a decir verdad. Si con lo que normalmente me daban me alcanzaba para comprar unas cuantas rosas al mes, con el aumento de las vacaciones lo que normalmente podían ser cuatro o cinco rosas, se convertían en seis. Pero llegar a casa, y guardar el dinero en la pequeña caja oculta en lo que aparentemente era un nido de pájaros común y corriente en la rama del árbol que daba a la ventana de mi cuarto, me llenaba de satisfacción. Esa era mi pequeña victoria en medio de las cosas horribles que me sucedían.
Las vacaciones transcurrieron sin ninguna novedad y sin José a la vista, Al parecer el pastor lo había enviado de vuelta con sus padres para las vacaciones. Con él fuera del radar, Mateo y Juan Pablo no se me acercaban.
En casa todo se mantenía igual. Papá me dedicaba algunas palabras escuetas y saludos vacíos. Evitaba a toda costa tomar mi mano durante las oraciones familiares y aunque parecía que no se interesaba mucho en mí, siempre sentía sus ojos vigilantes siguiéndome a cualquier lugar de la casa al que fuera.
Mamá no era muy diferente. Las ocasiones en las que más me dirigía la palabra era cuando me pedía que cuidara a las niñas para que ella pudiera ir a tomar café en la casa de la pastora o pudiera acudir a su estudio de la biblia para mujeres todos los martes y viernes por la tarde.
La mejor parte eso eran mis hermanas pequeñas. Ellas hacían que el desprecio de mis padres, que el rechazo de toda nuestra iglesia y el abuso en la escuela, se sintieran como nada cuando reían y corrían por la casa mientras jugábamos al cazador.
Clara pronto cumpliría diez y se había convertido en la niña más hábil que había conocido. Corría en el grupo de atletismo infantil de la escuela y atraparla se hacía cada vez más difícil. La pequeña María José siempre intentaba no dejarse atrapar ocultándose debajo de alguna de las camas de las habitaciones de la casa, y aunque Clara y yo fingíamos no saberlo y la dejábamos oculta por un tiempo, eventualmente dábamos con ella y pretendíamos que era muy difícil atraparla.
Sí, a veces mi vida era un lamentable infierno, pero había encontrado pequeños espacios de diversión y felicidad en el fuego eterno al que parecía estar condenada.
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SERIE NUESTROS MEJORES DÍAS - 2. JUSTO A TU LADO
RomanceNo podemos decidir de quién nos enamoramos, o eso nos han dicho toda la vida ¿Pero y si la persona de la que te enamoras es quien más te ha dañado en la vida? ¿No tienes el derecho entonces de decir no amarle, de elegir a alguien que te llene de seg...