XI

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Estaba sentada en mi cama, respirando despacio y silenciosamente, como si temiera que mamá o papá supieran lo que había hecho. Deje el bombillo apagado, dejando que solo la luz que se filtraba por la ventana ofreciera algo de claridad a la penumbra que se asentaba en mi pecho.

El sobre permanecía en mis manos. Había algo dentro que daba vueltas de un lado a otro cuando lo sacudía, pero eran las letras en negro que formaban el nombre de mi abuela junto a la palabra remitente, y ese nombre que todos insistían que me pertenecía, aunque no fuese así, los que tenían mi atención.

Sabía que lo que estaba viendo era la razón por la que mi madre le había reclamado a la tumba de la abuela, por el cual ella había llorado aquella noche después de la visita del pastor. Parecía que había pasado una eternidad desde entonces, que fuese lo que fuese que mamá y papá hubiesen encontrado en ese sobre, ya no importaba. Pero ahí estaba, entre mis manos y con mi nombre estampado. Había sido abierto y vuelto a pegar como si haber revelado su contenido hubiese sido un error, como si lo que estuviese allí no debiera ser sacado a la luz.

Fue un accidente que me topara con él. Estaba jugando al cazador con mis hermanas, y luego de atrapar a Clara, busqué a María José en sus escondites habituales debajo de las camas. Cuando revisé en el cuarto de mis padres, no encontré a mi pequeña hermana, pero sí un sobre que se aplastaba entre las tablas de la cama y cuyas puntas sobresalían. Nunca había tomado nada del cuarto de papá y mamá, se sentía prohibido, como si al hacerlo estuviese profanando territorio sagrado, pero un impulso que hizo que mis manos hormiguearan, me incitaron a tomarlo, y eso hice.

Horas después, estaba sentada en mi cama sin saber qué hacer con él. Por lo que había escuchado, fuese lo que fuese que hubiese allí dentro, nos involucraba a Tita, al abuelo y a mí. Y no estaba segura de querer ver algo en lo que yo estuviese relacionada de alguna forma con el padre de mi madre.

Puse el sobre dentro del bolso de la escuela y me tiré en mi cama rogando para que las pesadillas no volvieran.  

  

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Una de las tantas noches de viernes que pasaba en "El Cielo", el humor de Julián no era el mismo de siempre. En poco tiempo había aprendido que Julián era rojo, todo pasión y sentimientos desbordantes, pero esa noche parecía carecer del brillo que ya me había acostumbrado a ver en él. Su vista estaba perdida, sus sonrisas eran flojas y se sentían fingidas. Había bromeado, reído y hecho sus comentarios habituales con las demás chicas, pero todo eso se sentía deshonesto.

Esperé a que todas salieran a dar el espectáculo de apertura que hacían juntas, y cuando solo quedamos él y yo, lo abracé sin decirle nada. Al principio pareció sorprendido, pero luego se relajó un poco en mis brazos.

— ¿Pasa algo? — preguntó — ¿Son otra vez esos imbéciles de la escuela?

Intentó apartarse de mí, de repente estaba enojado.

SERIE NUESTROS MEJORES DÍAS - 2. JUSTO A TU LADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora