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Lienzo, quien me dijo que tenía prohibido llamarla Guillermo mientras se viera tan fabulosa, Julián y Hugo, escucharon atentamente mientras les contaba cómo había terminado en un callejón siendo golpeada por tres chicos de mi escuela.

Les conté mi historia, o por lo menos la parte de mis padres, había cosas que voluntariamente prefería no mencionar.

Estaba allí, en frente de tres desconocidos contándoles sobre la profunda tristeza que me embargaba por tener unos padres que me odiaban, o que, en el mejor de los casos, solo parecían soportarme.

Les hablé de cómo me lastimaba el estudiar en una escuela en la que todos me miraban como si fuera una atracción en un circo de fenómenos. Sobre mi desafortunada vida en la iglesia como la oveja descarriada y desobediente del rebaño; como la vergüenza de la familia.

No sabía en qué momento había decidido que contarle las partes más íntimas de mi vida a personas que acababa de conocer era una buena idea, pero simplemente no podía dejar de hablar. Mi corazón me decía que estaba haciendo lo correcto, que era momento de soltar un poco la carga que durante años había llevado yo sola, una carga que ya era muy pesada para mí.

— Animales — había dicho Julián, quien estaba sentado a mi lado acariciando mi cabello.

— Es una mierda que aún pasen estas cosas — aseguró Lienzo.

— Lo solucionaremos — Hugo parecía muy resuelto.

Yo quería creerle, pero no tenía manera de confiar. Nadie había mostrado tanto interés en mí, nadie se había preocupado por lo que me pasaba. Sabía que mamá y papá habían visto algunos de mis moretones y fingido que no estaban allí ¿Por qué esta gente que no me conocía de nada estaba dispuesta a protegerme? ¿Por qué me decían que me entendían? ¿Cómo era que estaban allí dándome apoyo y sosteniéndome en medio de todo eso?

Sin anticiparlo me eché a llorar. No eran simples lagrimas rodando por mis mejillas, era llanto puro, como el que emitimos al nacer. Lloraba porque había estado tan sola toda mi vida, y no fue tan evidente como cuando vi a gente que no me conocía de nada mostrando interés en mí y en mi bienestar.

Julián me abrazó cuidando de no lastimarme y diciéndome que ya no tenía de qué preocuparme, que ya no volvería a estar sola. Que mis padres eran unos imbéciles que no sabían lo que hacían, que no me merecían, pero que nunca más tendría que sentir que yo no valía nada, que ellos serían mi familia y cuidarían de mí.

Hugo y Lienzo solo afianzaron aún más sus palabras y me aseguraron que se solucionaría.

Más tarde ese día, Hugo se puso su ropa más seria, y sin nada de maquillaje me llevó hasta mi casa. Donde mi mamá, muy enojada porque no sabía dónde estaba y ya tenía que irse a su curso de la biblia para mujeres, me estaba esperando.

Hugo le dijo que me habían asaltado un par de hombres y que había llegado a tiempo para ayudarme, que me llevó a un hospital donde curaron mis heridas y debía guardar reposo. Mamá le agradeció con una sonrisa hipócrita y lo despidió en la puerta.

 Mamá le agradeció con una sonrisa hipócrita y lo despidió en la puerta

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Julián cumplió su palabra. Él y su padre me esperaron afuera de la escuela todos los días y caminaban detrás de mi sin decir una sola palabra. Iban lo suficientemente lejos como para que si alguien de la iglesia nos veía no pensaran que tenían algo que ver conmigo, pero lo suficientemente cerca como para darse cuenta y reaccionar si alguien intentaba hacerme algo.

En la escuela, José no había hecho ningún movimiento, y el primer miércoles que Julián y Hugo me acompañaron y pasamos junto al callejón, cuando Mateo intentó halarme, Hugo lo tomó del brazo.

— Yo no haría eso si fuera tu.

Mateo lo miró con terror. Lo entendía, Hugo era demasiado intimidante. Medía casi dos metros y era todo músculos y facciones fuertes. Cuando lo veías fuera de su personaje drag, no podías adivinar que en las noches era Rubí, una chica peli roja que cantaba como si tuviera ángeles en las cuerdas vocales.

Después de eso, ninguno de mis tres atormentadores, volvieron a acercarse a mí, y la vida parecía mejorar cada día.

Seguía trabajando un par de horas en la biblioteca después de la escuela, ahorrando dinero, jugando con mis hermanas en las tardes, pero lo mejor de todo, eran las noches de los viernes. Después de decir mis oraciones en familia, una vez me aseguraba que papá y mamá estaban dormidos, salía por la ventana de mi cuarto, caminaba por la rama del árbol que estaba junto a ella, y descendía hasta el frente de mi casa donde un emocionado Julián me esperaba para llevarme a "El Cielo".

Fue así como pude conocer mejor a Julián. Tenía dieciocho años y acababa de ingresar a una academia de arte donde estudiaba baile y teatro musical. Su mamá había muerto cuando tenía doce, y desde entonces habían sido solo Hugo y él contra el mundo, pero tuvieron a todas las personas de "El Cielo" para consolarlos. La mamá de Julián había trabajado en la cocina del restaurante/bar, y fue allí donde se conoció con Hugo. Él decía que lo de sus padres fue amor a primera vista.

Julián me enseñó sobre música y las divas del pop. Era la primera vez que yo las veía. Casi alucinó cuando le dije que no se me permitía el acceso a internet o un teléfono. Entonces dijo que su misión en la vida sería enseñarme sobre nuestra cultura, cuando le pregunté a qué cultura se refería, me dijo que por supuesto a la de la comunidad LGBTIQ+.

Él me enseñó sobre todo lo que se suponía debía saber sobre pertenecer a la comunidad, pero fueron Lienzo y Hugo quienes me enseñaron a descubrirme.

Yo no estaba loca, yo no era un fenómeno, no había un demonio en mí. Yo era una chica trans. Lienzo se tomó el trabajo de explicarme muy pacientemente lo que eso significaba. Me dijo que podía ver a un profesional para que me ayudara a entenderme, pero al ver el miedo en mi cara, Hugo descartó por completo la idea y me dijo que podía descubrirlo por mi cuenta, y que ellos siempre estarían para ayudarme y guiarme.

Petit, quien descubrí que se llamaba Santiago, decía que yo era demasiado hermosa, así que me maquillaba y ponía una bonita peluca sencilla del color de mi cabello y me prestaba algo de su ropa; así, mientras estaba en "El Cielo", al verme al espejo, veía a la chica que siempre había estado dentro de mí.

Allí todos me llamaban Fátima, me trataban como una chica, me cuidaban, me ayudaban con mis tareas cuando lo necesitaba. Me dejaban en el camerino mientras hacían sus presentaciones, y las veía arreglarse para salir al espectáculo.

Ellas me enseñaron a caminar en tacones mientras se reían de mis caídas; ellas me enseñaron a maquillarme. Me pusieron sus vestidos, faldas y blusas y me hicieron sentir hermosa. Ellas fueron la mamá que nunca tuve, Julián era el hermano mayor que siempre me protegía, que me enseñaba las cosas que los más adultos no. Quien me contaba de sus romances fugaces con los chicos de su escuela. Y Hugo era el padre siempre vigilante y sobre protector dispuesto a dar un par de golpes en mi defensa.

En ese pedazo de cielo en la tierra en el que hombres de todos los tamaños y colores se maquillaban y vestían para bailar y cantar; en el que conocí a un par de mujeres que eran como yo y que trabajaban en la cocina. Allí, en donde había un espacio para todos, todas y todes, estaba mi hogar lejos de casa, allí, yo me sentí amada por primera vez en mucho tiempo. 

SERIE NUESTROS MEJORES DÍAS - 2. JUSTO A TU LADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora