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José se había alojado en mi cerebro sin pedir permiso, y yo me había convertido en el cliché de la chica adolescente enamorada sola y desde la distancia del chico inalcanzable. Era el sobrino del pastor, lo que lo convertía en realeza dentro de la comunidad. Era un posible aspirante al trono si el hijo del pastor era enviado a guiar a otra congregación.

Todas las chicas de mi clase estaban tras él, y José siempre les sonreía, las trataba amablemente y aceptaba su compañía. Eso solo lo hizo más popular entre los chicos, que querían ser deseados por asociación. Muchas chicas solo se les acercaban para poder llegar a José, pero ellos no parecían molestos por eso.

Yo me mantenía al margen. Sabía mi lugar, y era sentada en la parte de atrás de la fila de José, soñando despierta con él mientras no podía dejar de mirarlo. Añorando que algún día me viera como veía a las demás. Que me reconociera entre la multitud. Por primera vez en mucho tiempo quería sobresalir, resaltar y no ser una más en el montón. Pero desear eso era arriesgado e inútil, porque sabía que las consecuencias de ello serían graves y no creía tener la fuerza para soportarlo.

Fue un par de meses después de la llegada de José que todo empezó. Cada día al terminar la escuela me iba caminando hasta la iglesia a mi trabajo en la biblioteca. No había mucha distancia entre un lugar y otro. Cinco minutos caminando rápido, el doble de eso cuando iba a paso lento y quería pensar un poco.

Ese día en particular, iba despacio. Me sumergí en mi cabeza, imaginando como sería una vida en la que José se acercara a mí. En la que yo pudiera ser su amiga. En la que me confesara sus más profundos deseos. En la que yo le confiara que él era el amor de mi vida. En la que él me dijera que me amaba. En la que ambos éramos novios hasta ser adultos y nos casábamos; yo con un hermoso vestido largo y blanco y un velo cubriéndome el rostro, y él con un elegante traje negro.

Las risas de varias personas me sacaron de mi ensoñación. Provenían de uno de los callejones que estaba unos pasos delante de donde yo iba. Cuando pasé por allí, vi a José y a un par de los chicos de mi clase fumando lo que parecían cigarrillos. Mis ojos no daban crédito a lo que veían. El príncipe de la escuela ya no se veía tan perfecto. Allí, de pie en ese callejón, con la espalda pegada a la pared dándole una calada despreocupada a su cigarrillo mientras reía, se veía como uno de los chicos que hacían que mi mamá reprendiera en el nombre de Jesús cada vez que los veía pasar por la calle.

Debí quedarme paralizada viéndolos fijamente más tiempo del necesario, porque los tres volcaron su atención hacía mí.

— ¿Qué miras marica? ¿Acaso te gusto? — me gritó Mateo.

Intenté decir algo, pero mis palabras no salieron. Me aferré a las correas de mi bolso intentando buscar una manera de estabilizarme.

Sentí que unos fuertes ojos estaban sobre mí. Giré lentamente mi cabeza, y vi a José mirándome fijamente, con una sonrisa que prometía algo, pero yo no sabía qué.

El tercer chico, Juan Pablo, golpeó su pie fuertemente contra el pavimento como si estuviera espantando a un perro asustadizo. En ese momento entendí que el perro era yo, así que me sacudí y me fui corriendo mientras escuchaba a los tres reír a mis espaldas.

Al día siguiente, durante el descanso, mientras vagaba entre estar despierto y dormido en mi escritorio en el salón de clases donde solía quedarme luego de comer algo, escuché como alguien arrastraba una silla contra el piso y la dejaba frente a mí con un duro golpe. No levanté mi rostro ni abrí los ojos. Pretendí no escuchar nada.

— Oye.

Mi corazón se aceleró con el simple sonido de esa palabra. Esa voz, la conocía. Estaba grabada a fuego en mi cerebro. Me había obligado a recordarla todos los días mientras me duchaba por las mañanas, cuando mi cuerpo se despertaba con una excitación que no había conocido antes de José.

Pero tenía que estar soñando, era imposible que fuese él.

— Oye — repitió, esta vez tocando mi brazo con un dedo — ¿Estás muerto?

Respiré profundamente intentando calmar mi pulso antes de levantarme del pupitre y quedar completamente erguido. Cuando abrí mis ojos, un José con la misma sonrisa que le había visto en el callejón, me miraba de arriba abajo.

— Así que... — comenzó —. Estuve averiguando, y todos por aquí me han dicho que eres un marica ¿Es eso cierto?

Yo me quedé en silencio. No sabía qué decir. Era así como todos me llamaban cuando creían que no los escuchaba. El día anterior había sido la primera vez que alguien se había atrevido a gritármelo a la cara.

— ¿No me lo dirás? — insistió aun con esa promesa en sus labios.

Quería darle una respuesta, pero no sabía realmente si yo era eso que todos decían. Se suponía que así era como insultaban a los hombres que gustaban de otros hombres, pero yo no era un hombre, yo era una chica, así que en mi cabeza eso no encajaba.

— Bien, no me lo digas. No lo necesito — su sonrisa se amplió.

José giró hacía la puerta cerrada, de seguro quería comprobar que nadie la fuese a abrir. Luego se volteó para quedar frente a mi otra vez. Sin previo aviso su mano alcanzó mi cabeza y con un fuerte empujón, la estampó contra el escritorio. El impacto me hizo gemir como un animal mal herido. Su mano seguía sobre mi impidiendo que me levantara. Acercó su boca a mi oreja. Sentí su respiración caliente sobre mi piel. Me había imaginado una y mil veces tenerlo cerca, y ni una sola vez imaginé que sería así. Que sentiría tanto miedo.

— Que sepas que de ahora en adelante — comenzó a decir mientras pequeñas gotas de su saliva caían en mi cara. Su voz sonaba divertida, como si el tenerme acorralada de esa manera le causara algún tipo de satisfacción —, tu vida es mía, y haré de ella un infierno, fenómeno.

José se fue dejándome allí con la respiración agitada y con el pánico inundando mi cuerpo. Lagrimas silenciosas salían de mis ojos mientras sentía como la sangre caliente hacía un pequeño charco debajo de mi frente que permanecía aun pegada al escritorio.

Me había equivocado, José no era rosa vibrante, era todo beige, repugnante y asqueroso beige; y me había partido la cabeza, había roto mi corazón. 

SERIE NUESTROS MEJORES DÍAS - 2. JUSTO A TU LADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora