IX

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Rubí, así se llamaba mi salvador. Bueno, realmente se llamaba Hugo, o eso fue lo que pude entenderle mientras me subía a su coche después de que lograra convencerlo de que no podía llevarme al hospital o llamar a mis padres.

Esta persona que me topé al abrir mis ojos luego de haber estado en las puertas del infierno, el ángel de los ojos brillantes y el pelo rojo resultó siendo solo un hombre que salía de su trabajo en un bar/restaurante que no quedaba muy lejos de mi escuela.

Me había estado hablando durante el recorrido en su auto para que yo no me desmayara.

— Debes mantener tus ojos abiertos — insistía —. Llegaremos pronto. Estamos cerca. Te va a encantar. El Cielo es el mejor lugar del mundo — seguía diciendo —. Gracias a Juan Gabriel ya había terminado mi show, por eso pude encontrarte — sonaba agitado —. Esta es la hora del almuerzo, así que las chicas y yo tenemos receso de nuestros espectáculos. Algunas se quedan en el lugar para que la gente se tome fotos, yo siempre me voy a casa. Tengo un hijo no mucho mayor que tu — detuvo su diatriba por un instante — ¿Sigues conmigo cariño?

Yo balbuceé algo para que supiera que seguía despierta. No podía abrir los ojos por el dolor, pero estaba allí, escuchando todo lo que me decía.

— Se que te duele, pero no te puedes dormir. Llegaremos pronto, esta zona no tiene tanto tráfico.

Así fue como llegué por primera vez a "El Cielo", el bar/restaurante que funcionaba veinticuatro horas los siete días de la semana.

Hugo entró conmigo a cuestas por una puerta trasera, me llevó a una habitación y me acostó en un mueble mientras pedía ayuda a otras personas que estaban allí.

— ¡Vamos! ¡Date prisa! — le dijo a alguien mientras gesticulaba con las manos y buscaba algo en un escritorio enorme que estaba frente a un espejo lleno de luces —. Has que Lienzo venga aquí rápido.

Sentí como la otra persona en la habitación salía corriendo, mientras otras llegaban.

— ¿Qué carajos Rubí? — la chillona voz me hizo girar mi dolorida cabeza.

Quien hablaba era un chico delgado y alto, quizás en sus veintes. Tenía el rostro completamente maquillado y cabeza cubierta con una extraña malla, y su delicado cuerpo envuelto en una bata de satín rojo. Era hermoso, yo quería ser así de bella algún día.

— No preguntes — respondió mi ángel —. Ayúdame a quitarle la ropa y ver qué tan golpeado está.

El chico lindo no se movió.

— ¿Es amigo de Julián?

— ¡Mierda! Julián — dijo frustrado —. Debía esperarlo en el apartamento. No tiene las llaves.

Cuando volví a ver a Hugo, ya no llevaba peluca, ni collares, ni el bonito vestido de cuentas negras que había alcanzado a ver en el carro. Tenía una simple camiseta blanca que se apretaba a sus músculos, y un pantalón de hacer yoga. Pero su maquillaje continuaba intacto.

Él se acercó a mí y me miró con compasión, algo que no había visto en mucho tiempo.

— Yo llamaré a Julián — dijo el chico —. Tu encárgate de él.

Hugo asintió con sus ojos fijos en los míos, y el chico bonito se fue.

— Voy a tener que quitarte la ropa para ver tus golpes ¿Está bien? — preguntó con cuidado.

Yo me quedé en silencio.

— Si no lo hago — siguió —, no podremos ayudarte y tendré que llevarte al médico.

SERIE NUESTROS MEJORES DÍAS - 2. JUSTO A TU LADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora