XII

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⚠️⚠️Este capitulo contiene escenas que pueden afectar la sensibilidad de algunas personas, pues se representa el abuso físico y psicologíco sufrido por una menor de edad. Por favor leerlo con responsabilidad y si no crees poder soporta este tipo de contenido, mejor no lo leas. Si consideras que la forma en la que se retata el abuso aquí no es la correcta, y no está hecho de manera responsable, por favor hazmelo saber. Es muy importante para mí que este tipo de situaciones no se romanticen⚠️⚠️

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Supe que Julián había visto el contenido de lo que la abuela me había enviado. Lo supe por la manera en la que me miraba a través del espejo mientras Petit y Lienzo me maquillaban. Me miraba como si quisiera tomarme en sus brazos y no soltarme. Lo supe porque parecía que podía asesinar a cualquiera que tocara a su hermanita menor como solía llamarme.

Cuando todas estuvieron fuera, y una vez más éramos solo él y yo recostados en el mueble comiendo papás fritas que nos había traído uno de los chicos de la cocina, Julián comenzó a sobar mis pies envueltos en medias veladas negras. Había estado practicando con Hugo a dominar los tacones más altos que me había puesto hasta la fecha. Julián tenía sus ojos fijos en mis pies mientras me los frotaba cuidando de no tocar la planta. Si ya no era obvio que había visto el contenido del sobre de la abuela, ese gesto lo confirmó.

— ¿Lo sabes? — le pregunté.

Julián me miró con tanta compasión que instantáneamente mis ojos lagrimearon.

— Oh mierda, Fátima — empezó a llorar —. Lo siento tanto.

Los dos lloramos desconsoladamente envueltos en los brazos del otro. 

 

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Su voz me asustaba, era demasiado fría, demasiado fuerte, demasiado gruesa. Era como todo en él, grande, imponente y aterrador. Mi abuelo era un muro impenetrable, una gran pared imposible de traspasar, de trepar o rodear. Una caja fuerte a la que nadie tenía acceso. Un secreto que solo él conocía, una verdad oculta. Ese era el abuelo.

Y yo era solo una niña que temblaba en su presencia. Una niña que medía cada una de sus palabras delante de él por miedo a desatar su ira, por miedo a escuchar sus palabras desaprobatorias. A sus castigos físicos, pero sobre todo a la fría indiferencia con la que solía tratar a aquello que consideraba menos que la basura.

Basura, así me había llamado cientos de veces para cuando tenía solo seis. Basura, error de la naturaleza, castigo divino y decepción para él y para su apellido.

— Ese niño es demasiado delicado — solía decir —. Necesita hacerse un hombre pronto o nos humillará con ideas aberrantes. Lo sé, puedo verlo.

No lo entendía, pero sabía que me odiaba. Creo que conocí el odio mucho antes de lo que debía conocerlo, y provenía de la gente que supuestamente debía amarme incondicionalmente solo por el hecho de ser yo.

SERIE NUESTROS MEJORES DÍAS - 2. JUSTO A TU LADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora