→𝐁𝐚𝐫𝐜𝐞𝐥𝐨𝐧𝐚, 𝐄𝐬𝐩𝐚ñ𝐚. 𝟑𝟎 𝐝𝐞 𝐒𝐞𝐩𝐭𝐢𝐞𝐦𝐛𝐫𝐞 𝐝𝐞 𝟐𝟎𝟐𝟐.
Una vez a Héctor le dijeron que debía luchar por lo que más quería. Y ahí se encontraba, recorriendo Barcelona entera para encontrar al amor de su vida. Habían pasado casi dos horas desde que hablaron con Pedri y Gavi, y hasta ese momento, no había noticias sobre Edén.
—Perdona, ¿os puedo hacer una pregunta? —se acercó a un grupo de chicos—. ¿Habéis visto a esta chica? —les enseñó la foto que tenía de Edén, y negaron con sus cabezas—. Vale, gracias, y perdón por la molestia —comenzó a alejarse de ellos.
—¡Espera! —una chica morena se acercó a él—. ¿Puedo ver de nuevo la foto?
—Claro —rápidamente se la enseñó.
—Creo que la he visto, hará una media hora. Ha tirado por esa calle, pero... No sé a dónde ha podido ir —Héctor pensó que en ese momento, menos era no tener nada—. ¿Está enferma o algo? Tenía muy mala cara —y ahí ató cabos. No solo parecía estar mal por lo de Claudia, algo más había pasado.
—Muchísimas gracias, de verdad —caminó con paso acelerado por la dirección que le había dado la muchacha, y pronto comenzó a correr, pero no la veía.
Notaba que por cada segundo que pasaba, el nerviosismo aumentaba en su cuerpo, al igual que la ansiedad y la tensión. La impotencia por no haber podido ayudarla aquella vez.
Edén no aparecía; Gala y Noa se temían lo peor, además de los demás. Todos sabían que, posiblemente, eso era lo que estaba sucediendo. Y no querían verla así, no de nuevo. Cada uno iba llamándola a gritos, preguntando si la habían visto y corriendo por las calles. Que siete personas fuesen buscando a una chica... Preocupó a la gente.
—¿Sabéis algo? —preguntó Ferran cuando se reencontraron.
—Nada, ni rastro —Gala suspiró—. ¿Creéis que...?
—Es una posibilidad que no podemos descartar —respondió Bellerín—. Pero... A la vez pienso que no sería capaz de echar a perder todo su avance.
—Yo confío en ella —intervino Pedri—. Y vosotros también lo haréis. Me niego a creer que ha vuelto a caer.
—De momento lo importante es encontrarla, olvidemos lo demás. Y que esté bien —añadió Noa—. Lo demás es secundario, y como me encuentre a la otra os juro que a mí me llevan presa.
De nuevo se dividieron para poder buscarla. Héctor no sabía ya hacia dónde ir, se había recorrido toda la zona. Salvo una. A paso rápido, caminó hacia la Barceloneta. Se quitó los zapatos para así poder caminar más cómodamente por la arena. Hasta que la vio, sentada en la orilla mirando el horizonte.
—Edén —la chica se giró y le miró. Tenía los ojos rojos e hinchados por todo lo que había llorado en esas horas—. Amor...
—La he visto, Héctor —dijo en un hilo de voz—. A ella y a su hijo. Se llama Lucas, dice que le ha puesto el nombre de su hermano —las lágrimas seguían cayendo—. Me ha dicho que soy una drogadicta, que no le importo, que no era su responsabilidad y que si me muero no va a soltar ni una lágrima por mi —no la conocía. Pero Bellerín podía asegurar que el odio hacia esa chica iba creciendo cada vez más—. Y que me odia —entendía que su novia estuviese así. No dijo nada, directamente la estrechó entre sus brazos y dio gracias al cielo porque no hiciese ninguna locura.
No se escuchaba nada, salvo las olas, algunos pájaros y los sollozos de la malagueña. Héctor le acariciaba la espalda de arriba a abajo con cariño.
—¿Te ha dicho algo más?
—Que no tiene hermanas. Que su hermano mayor se murió y ya está —el catalán tensó su mandíbula—. Está viviendo aquí desde hace unos años.
—Mírame —se separó de ella un poco—. Eso te tiene que dar igual. Amor, llevamos buscándote dos horas y media. Estábamos desquiciados buscándote porque tienes el teléfono apagado y no teníamos manera de localizarte. ¿Nos hemos llevado el susto de nuestra vida? Claramente, porque lo primero que hemos pensado era que habías recaído, y nos temíamos lo peor, Edén.
—No he podido hacerlo —confesó en un murmuro—. Lo he pensado, pero... No puedo. Están los chicos, estás tú, Reina... —de nuevo, sus ojos volvieron a cristalizarse—, Sois mi vida, y... Y no quiero llevarme una parte de vosotros. No quiero ser la razón de vuestro sufrimiento, no otra vez —Héctor le dio un beso en los labios, salados por las lágrimas y otro en la frente antes de volver a abrazarla.
—¡Edén! —la malagueña miró hacia esa dirección, para encontrarse con que las chicas corrían hacia ella. Se separó de Héctor y notó como el cuerpo de sus amigas chocaban contra el suyo.
—¿Está bien? —preguntó Eric una vez que Bellerín se acercó a ellos.
—Sí, no ha hecho nada. Bueno, llorar —respondió suspirando y cruzando sus brazos. Se giró para mirarla, estaba aferrada a Gala y a Noa mientras ellas dejaban repetidos besos en su cabeza—. La ha matado en vida la muy perra.
—¿Cuántos años nos pueden caer por asesinato?
—Unos pocos, mejor quédate quieto —dijo Ferran.
—Volvamos a casa —comentó Gala, que junto a Noa, llevaban a Edén abrazada—. Que descanse, dice que ha estado un buen rato dando vueltas para despejarse y está reventada.
—Claro, vamos —apenas lo dudaron antes de caminar de nuevo. A Edén el corazón le iba a mil por hora, sentía que en cualquier momento sus piernas comenzarían a flaquear, pero prefería eso antes que volver a ver su peor versión. Al fin y al cabo aquella sensación tendría solución, pero una muerte asegurada por una sobredosis de la que no ha podido salir, no la tenía.
Nunca se había sentido tan apoyada. Desde la muerte de su hermano y su madre se había sentido sola. Hasta que en su camino se cruzaron Noa y Gala. Aquello fue el principio de una hermandad tan sana, que siempre se decían las verdades aunque doliesen como puñales clavándose en el corazón. Tiempo después, llegaría Héctor, que le rompió todos los esquemas sin dejarse nada a su paso, y más tarde, aquellos cuatro chicos que le enseñarían que las amistades de verdad sí existían. Por ellos, esas siete personas fueron el motivo y la razón por la que no volvió a caer en el pozo. Y sabía que nunca, en lo que le restase de vida, tendría palabras para agradecerles todo lo que hicieron con ella en tan poco tiempo, y tampoco para decirles lo afortunada que se sentía por tenerles.
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Edén ||Héctor Bellerín||
Random[Edén]: Nombre de origen hebreo. Significa "deleite" o "placer". -Nunca he conocido a alguien que le haga tanta justicia su nombre, como a ti el tuyo.