Capítulo XXXV

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Al principio solo había un vacío, rebosante de infinitas posibilidades, una de las cuales eres tú.

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— Un paso tras otro, Ada. Confía en tus piernas, solo te apoyas en tus brazos —Edward habló por quincuagésima vez solo ese día. Mis manos sudaban en las barras paralelas por el nerviosismo y el esfuerzo, y yo solo quería decirle al vampiro que se fuera al carajo y quedarme acostada el resto de mi vida.

— Es fácil hablar —Murmuré entre dientes, molesta por la presencia de Edward justo detrás de mí. Él estaba mirando cualquier movimiento en falso que yo fuera a hacer para poder sujetarme a cada vacilada, como en las primeras semanas que caía cada vez que confiaba en mis piernas débiles.

Cuatro meses. Cuatro malditos meses para poder pararme y dar unos pasos. Los dos primeros fueron meses de estímulos a mis piernas y pequeños ejercicios para no dejarlas inmóviles e inutilizadas y, en el tercer mes, cuando comencé a sentir mis piernas y pies, Carlisle pensó que era hora de estimularlos para que no perdiera el equilibrio. Primero me dijo que moviera los pies como una maldita bailarina. Después, intentar levantar la pierna sin necesitar ayuda. No tuve mucho éxito en eso, entonces Edward sugirió las barras paralelas.

Y aquí estamos hace casi un mes. Nunca pensé que sería tan difícil caminar. Mi voluntad era abandonar las piernas y rodar por todas partes.

— Necesitarás engordar más para salir rodando —El vampiro habló burlonamente y yo rodé los ojos, forzando mi pierna a levantar el pie derecho unos centímetros y ponerlo adelante.

 —¿Ya te cogiste a Peter Pan hoy, campanita?

 —Deja de desviar la atención, Marley, da un paso más.

 —Tú que estás desviando la atención entrometiéndote en mis pensamientos.

 —Siempre es divertido estar en tu cabeza cuando me dejas entrar.

Edward y yo habíamos desarrollado una... extraña amistad. Lo soportaba cinco horas al día, todos los días, y cuando él no era mi fisioterapeuta, era el grano en el culo de mi cuñado. Aunque era tan anticuado, al final, era un buen amigo.

Levanto mi pie izquierdo y lo apoyo en el suelo, confiando un poco más de peso en él y recibiendo una extraña y familiar sensación. Levanté el derecho, deslizando mis manos en la barra de hierro para poder ir más adelante y di otro paso, llegando al final de la barra paralela. Edward me apoya para dar la vuelta y volver a empezar.

 —¿Fijaron la fecha de la boda?

— ¿Bella no te lo dijo?  —Sentí la mano helada de Edward al final de mi columna cuando vacilé y respiré profundamente, sosteniendo las barras con fuerza y recuperando mi equilibrio, sin necesidad de que Edward me apoyara. Él sacó la mano, viendo que yo ya estaba bien.

𝐄𝐕𝐀𝐍𝐄𝐒𝐂𝐄𝐍𝐓, JACOB BLACKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora